Ramón SOLA
Analisia | La constitución, a debate en el Estado español

El candado se oxida, pero ni PP ni PSOE se atreven a sacar la llave

Que la otrora sacrosanta Constitución española pierde correligionarios día a día es una evidencia, ayer mismo. Pero, entre sorprendidos e impotentes, PP y PSOE se miran como dos jugadores de póker, sin atreverse a sacar la llave del «candado» del que habla Podemos. Perciben que una vez abierta esta puerta ya será imposible cerrarla a catalanes y vascos. Y mientras el óxido avanza; basta oír a Felipe González.

Medirlo es imposible, pero parece probable que en el Estado español la Constitución posfranquista se haya deslegitimado más durante este último año que en los 35 anteriores. El día de ayer ofreció varias declaraciones reveladoras. Es ahora, por ejemplo, cuando el PSOE de Andalucía asume que aquella reforma acelerada y sin refrendo de agosto de 2011 para imponer las políticas de ajuste «fue un error que no volveremos a cometer. Nos hemos arrepentido claramente», decía ayer su número dos, Juan Cornejo. Pero nada de ello se oyó entonces, hace apenas tres años, ante una modificación que impulsó precisamente el PSOE.

«La Constitución de 1978 ha quedado anticuada», subraya el PSOE andaluz. Y cambiarla no es percibido ya como necesidad, sino como urgencia. El secretario general del PSOE de Extremadura, Guillermo Fernández Vera, conmina a ello, argumentando que el conflicto de Catalunya no admite demora: «Alguien tiene que poner encima de la mesa propuestas y soluciones».

¿Alguien? El baile de emplazamientos mutuos empieza a ser hasta cómico. El PSOE lleva muchos meses, desde la recta final del mandato de Alfredo Pérez Rubalcaba, adelantando que impulsará una reforma de carácter federal, pero no termina de concretarla. El domingo se anunciaban noticias en un cónclave en Zaragoza, pero todo se redujo a encomendarla a una eventual comisión de estudio, sin plazo.

El PSOE no arriesga con un esbozo concreto. Y ha llegado a la conclusión de que le es más rentable políticamente acusar al PP de no hacerlo. Así que Pedro Sánchez insiste ahora en reclamar a Mariano Rajoy que sea él quien tome una iniciativa, la que sea.

La patata caliente fue despejada ayer desde Génova con una patada contundente. Para Carlos Floriano, vicesecretario de Organización que compareció tras la reunión semanal de la dirección, el PP «no tiene ningún problema en hablar de reforma» pero «no vamos a entrar en un proceso así para resolverle un problema al PSOE».

Mirando en perspectiva, que el PP asuma ya que la Constitución actual no va a resistir mucho tiempo es un avance impredecible al inicio de legislatura, hace nada. También aquí se va extendiendo una mancha de aceite sospechosa en torno a la Carta Magna. Medios de su esfera cercana como ``El Mundo'' instan a Rajoy a mojarse antes de que sea tarde. El exministro Josep Piqué admite que el consenso de 1978 «se ha visto debilitado por varios frentes. No solo están las fuerzas de izquierdas que hacen una enmienda a la totalidad, sino que han salido de ese pacto fuerzas que antes llamábamos nacionalistas moderadas y que se han radicalizado, como CiU o el PNV».

Entre tanto, en una maniobra que evidencia su desconexión de la realidad, tras el 9N Rajoy improvisó una rueda de prensa en la que retó al Parlamento catalán a promover él esa reforma constitucional. Era tan burdo que obviamente no coló, ni siquiera tuvo respuesta. Catalunya no está ya para perderse en caminos sin salidas.

Así las cosas, la afirmación de Pablo Iglesias de que Podemos aspira a «abrir el candado de la Constitución» ha agravado la angustia de PP y PSOE. En esas miradas de póker se percibe que no tienen cartas para resolver la jugada clave de las naciones sin Estado. Y que si abren esa puerta vascos y catalanes van a poner el pie para que no se cierre y poder salir corriendo, sin miedo a que se lo corte un sable militar como en 1978.

Mariano Rajoy admite que no sabe qué podría ofrecer a los catalanes para satisfacerlos y se refugia en que no va a pasar a la Historia como el presidente con el que dejó de regir la «soberanía nacional». Y la Declaración de Zaragoza del PSOE es tan pomposa en título como vacía en contenido: «Hay que resolver las disfunciones del Estado de las Autonomías, provocadas por más de tres décadas de existencia. La reforma debe delimitar las competecias, consagrar los principios del sistema de financiación, redefinir el Senado y lograr el reconocimiento eficaz de las singularidades y hechos diferenciales de algunas comunidades». Nada de nada, en papel de celofán.

Es en estas situaciones cuando merece la pena oír a Felipe González. Su exabrupto ayer en Roma oculta bajo un tono duro una derrota evidente: su «transición» era un parche y le llega el principio del fin. «Hay que reformar la Constitución, pero es una tontería decir en 2014 lo que tendríamos que haber hecho en 1978, aunque de tontos tenemos una abundancia enorme. España era centralista y dictatorial, y no cabía otro pacto de transición. Es lo que la gente no quiere entender».