Mikel INSAUSTI DONOSTIA

La última locura de Terry Gilliam se llama «The Zero Theorem»

¿Es Terry Gilliam un genio incomprendido? Puede que sí, porque su última creación ha estado a punto de no ser distribuida por Sony, debido a que su nivel de locura no es apto para todos los públicos. Los valientes que se atrevan a explorar en su mundo alucinarán de lo lindo.

Los seguidores de Terry Gilliam están de enhorabuena, porque «The Zero Theorem» es su creación más original desde «Brazil». Quienes no lo sean tendrán serios problemas para adentrarse en la total locura que propone el alucinado cineasta, que parece haberse tomado un potente lisérgico para dirigir su nueva película. Tanto es así que Sony ha estado a punto de no distribuirla, y de ahí que nos llegue con un inevitable retraso.

Aunque califican «The Zero Theorem» como película de ciencia-ficción, no lo es en el sentido genérico más extendido. El barroquismo de Terry Gilliam lleva esta reflexión sobre la nada por unos delirantes terrenos, entre kafkianos y futuristas, lo cual no deja de ser en el fondo una sátira de nuestra caótica sociedad actual a la manera de Stanley Kubrick en «La naranja mecánica» o de «O Lucky Man!», de Lindsay Anderson.

El universo Twizy

Terry Gilliam utiliza muy pocos escenarios para su fábula futurista, seguramente por limitaciones presupuestarias, resueltas en cualquier caso de manera muy inteligente. Le basta con tres o cuatro localizaciones principales, que son la capilla en ruinas que le sirve como casa y lugar de trabajo al informático protagonista, el salón de videojuegos y el edificio que alberga la computadora central y las oficinas del gerente de la dirección del sistema operativo.

Todo es muy decadente, combinando lo gótico con la arquitectura decadente del viejo funcionariado de Kafka. Las tomas exteriores son escasas, pero llenas de capacidad sátrica con respecto a la evolución social. Las calles aparecen pobladas de coches eléctricos Twizy, un modelo actual, pero como todos los de su clase sigue siendo una incógnita o una rareza. Hay también parques de recreo, pero están llenos de señales de prohibición.

La hostilidad ambiental vuelve si cabe más retraido al solitario informático enfermo, que no sale de su casa y está conectado a través de una terminal. La caracterización de Christoph Waltz es delirante.