EDITORIALA
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Un impulso que transciende lo partidario y electoral

La «polémica» creada en torno al proceso de desarme de ETA, con la buena noticia de que este avanza -con problemas evidentes y lentamente, pero avalado por la Comisión Internacional de Verificación (CIV)-, y la sorprendente reacción del Gobierno de Iñigo Urkullu, haciendo pública una propuesta no comunicada ni contrastada con las partes implicadas -utilizada como una maniobra neutralizadora de esos avances y sin visos de viabilidad-, ha vuelto a mostrar bastantes de las miserias a las que se enfrenta la sociedad vasca en esta fase política.

La primera de esas miserias es, quizás, la confusión entre liderazgo y protagonismo, entre ambición y ego, entre intereses particulares y comunes. ¿Cómo se puede entender si no la forma en que se ha hecho pública la propuesta de Lakua, a modo de contraprogramación y sin comunicársela al resto? La segunda falla bien puede ser que, por desgracia, denominar hoy por hoy a esto «polémica» es excesivo, puesto que el interés social por este tema está en mínimos históricos y parece afectar solo a los dirigentes y a una capa muy ideologizada y afectada por el conflicto, apenas a nadie más. Precisamente uno de los efectos de este tipo de errores es rebajar aún más este interés, desconectar aún más a la sociedad de este proceso, vista la pobre gestión que los responsables políticos hacen de él. A otro nivel, lo mismo cabe decir de los representantes de la comunidad internacional, que han debido quedarse estupefactos al ver que el lehendakari y Jonan Fernández utilizaban la información confidencial que ellos les habían trasmitido para orquestar una maniobra política que como mínimo es de dudosa honestidad y como máximo peligrosamente irresponsable. Lo cual resulta aún más decepcionante, dado que los pasos previos en este terreno, especialmente las imágenes del sellado verificado anterior, no tuvieron el resultado esperado por las partes implicadas y fueron banalizados a pesar de su calado histórico. Sin olvidar el acoso que sufrieron por parte de las autoridades españolas y francesas los facilitadores, lo cual conlleva mayores dificultades en un proceso ya de por sí delicado, como muestra el reportaje sobre procesos de desarme de Ramón Sola en páginas previas.

Mirado en perspectiva, resulta altamente preocupante la velocidad con la que la cuestión de la violencia ha pasado de ser tratada y entendida como elemento central de la situación política vasca, en términos trágicos muy difíciles de gestionar políticamente, a ser banalizada. La ausencia de violencia explícita no es sinónimo de paz, o al menos es su versión más pobre, especialmente cuando requiere de la ocultación de otras violencias y de un relato parcial y falso. Parece evidente que como sociedad no estamos acertando a gestionar esta nueva realidad, enfrascados en la pobre dialéctica del pasado sin dar ningún tipo de profundidad a esa revisión histórica necesaria y sin capacidad de proyectarla políticamente a futuro en términos de ilusión, de reto sociopolítico común.

Capitalizar o neutralizar

El proceso histórico que vive Euskal Herria tras el cese de la actividad armada de ETA, llámesele «de paz», «democrático», «de normalización» o como se quiera, requiere de un impulso que debería empezar por el establecimiento de un marco que suba el listón de las aspiraciones de nuestra sociedad. El esquema de ganancia cero, donde lo que unos ganan lo pierden los otros, lógico en términos de competencia electoral pero neutralizante de las potencialidades de la sociedad en un momento histórico tan particular como este, debe ser si no sustituido, sí al menos complementado con un esquema de «win-win», de ganancia neta común. El tema del desarme es un buen ejemplo de ello. Todo el mundo, especialmente la sociedad vasca pero también la española y la francesa, ganaría mucho si ese proceso de desarme se llevase a cabo de un modo ordenado y verificado, en clave de seguridad, de paso hacia la paz y de avance en las condiciones y garantías para que esa violencia no se vuelva a repetir en el futuro.

Los rezos de «virgencita que me quede como estoy» por parte de los dirigentes jelkides, las peticiones a Olentzero o la satisfacción de tener la razón -pero no ser capaces de hacerla efectiva- de los independentistas, el coaching intestino de unos PSN y PSE en decadencia, el espíritu negacionista de PP y UPN o la indefinición de Podemos sobre si convertirse en la parte inteligente del unionismo en Euskal Herria o en la nueva subdelegación de Madrid y de la razón de Estado, todo en un contexto de apatía inducida en una gran parte de la sociedad, no sirven para este momento histórico. O al menos hacen presagiar que el resultado será mucho más pobre de lo deseable. Hace falta liderazgo y debe ser compartido. Hace falta establecer una agenda y unos debates a corto, medio y largo plazo. Hay que dar pasos. Es necesario empezar a hacer el relato del futuro, no solo sobre el pasado. Hacen falta talla, cintura y capacidad política.

En principio, el contexto electoral de 2015 no ayuda. Sin embargo, ofrece un escenario donde la política adquiere un mayor protagonismo y el debate público crece. Sin renunciar a los legítimos intereses de cada uno, situar esos debates e incluso esa disputa en un contexto más estratégico ayudaría a dar ese impulso necesario. Históricamente la vasca ha sido una sociedad politizada, informada, crítica y autocrítica, rica en varios aspectos. Resulta incomprensible que en este momento histórico, tanto por tendencias globales como por inercias locales, esa forma de ser esté amenazada, con riesgo de una pauperización económica y cultural. La política debe ser un instrumento para mantener esa aspiración a una sociedad democrática, libre, justa y decente.