Antxon LAFONT MENDIZABAL
Peatón
GAURKOA

Abstenciones 2015-2016

Estos años serán, según lo que hagamos en/o de las elecciones anunciadas, una oportunidad o un despilfarro. El porcentaje de abstenciones, blancos y nulos serán el verdadero barómetro del sentir de nosotros, peatones, cuya medida en las elecciones autonómicas de 2012 dio un 36% aproximadamente de votos no atribuidos, lo que supone que el partido más votado lo fue solo por cerca del 22% de los electores inscritos. Poca cosa, poca cosa, pero las leyes electorales, democráticas parece ser, permiten que con la aprobación de un elector sobre cinco peatones inscritos se pueda gobernar un país. (¡!)

Estaremos más o menos informados de acontecimientos cuyos efectos pueden darnos una idea de lo que nos espera. El temor en el futuro siempre viene acompañado de la esperanza en un algo que aliviará el desastre. ¿Se trata de una verdadera esperanza o simplemente de un pretexto para seguir apoltronados en la butaca desde la que vemos pasar el hambre, las desigualdades, la desculturización, la indefensión frente a la invasión de parte de la Sociedad Política y de sus chapuzas y chapucillas? Cada vez que un valor se disipa surge en su lugar otro de calaña inferior. En este caso, al espíritu crítico activo le ha sucedido el nuevo circo, el fútbol.

¡Todo se arregla! Pretenden los matachines encargados de obviar como sea a los osados insensatos que añaden, «sí, pero mal». «¿Para qué votar?» clama la casta pasiva o, lo que es lo mismo, «no pienso votar». Me refiero a la nube de inscritos que por su abstención vence en todas las elecciones con porcentajes superiores a los obtenidos por el partido más votado.

En la atmósfera política ya no se critica, ahora se execra, se denosta, y se desdeña. Según la triste expresión popular se propaga el «todos son iguales» en virtud de lo que los interesados por una carrera política se dejan hacer lo que da la gana a sus dirigentes de partido. Hemos oído estos días en boca del secretario general de un importante partido español declarar naturalmente «yo soy político». En un terreno estiércolamente abonado parte de la Sociedad Política entra con la facilidad de penetración que ofrece y/o facilita la lubrificadora mantequilla.

¿Cómo no escandalizarse de hechos que regularmente suceden y que contribuyen a la acentuación progresiva de tasas de abstención electoral?

Estos días hemos asistido a un espectáculo digno de una monarquía (¡qué remedio!) bananera, con varios apellidos vascos. Me refiero al alquiler de votos digno de la más cutre brocante política de la legislatura actual de la CAV.

Se alquilan votos como se alquilan coches «de lujo» para novios que se casan. ¡Qué ausencia de escrúpulos y de respeto mínimo a la Sociedad Civil. El hecho político por excelencia de un parlamento es el voto del presupuesto que materializa la proposición de gobernanza del año siguiente. Persistiendo en su obsesión de mostrar una fachada hegemonista, el partido gobernante ha «combinazzionado», con un partido que le trata de todo, el alquiler de seis votos para hacer pasar el presupuesto que el partido prestante se preparaba a rechazar. Se comprende que un partido rehuse, en su conjunto, el voto al presupuesto presentado pero el alquiler de seis votos recibe el nombre de un oficio que se trata de combatir en países civilizados que proponen sancionar penalmente al suministrador y también al consumidor. A propósito, ¿a cambio de qué se consiente ese préstamo de votos? ¿quién va a creer que un partido político preste sin intereses y más aún en lo que debería ser el templo de la democracia, el Parlamento? El representante del suministrador en sede parlamentaria, consciente de la desazón que pueda producir esa atrocidad, no ha querido perder tiempo para declarar a los «intermedios» de comunicación que su «compromiso no ha sido con el PNV o el Gobierno Vasco, sino con los ciudadanos». ¿Quiere decir que los miembros de su grupo que no han votado el presupuesto no tienen compromiso con los ciudadanos? No hay por dónde cogerlos, unos y otros. El reproche se aplica a cualquier partido que se haya prestado o se preste a ese escándalo de préstamo de legitimidad ciudadana, también así sometida a la ley de la oferta y la demanda. ¡Intelectuales traficantes de moralina, vuestro silencio es tan repugnante como el trance descrito!

La manera de hacer política por medio de ingeniería parlamentaria, ¿cómo no va a generar más abstenciones? Ese concepto de clase política constituye el mayor enemigo de la democracia.

Mientras tanto, de la presentación de programas de partidos, para las próximas elecciones, nada.

Nos quedaremos cortos evocando solo algunos temas de acuciante tratamiento.

Estamos en tiempo de cambios de criterios societales en los que la noción de trabajo, conociendo alteraciones imprevisibles tendrá que resolver más la noción de ocupación que la de trabajo, modificación que solo podrá ser resuelta con soluciones de solidaridad que poco interesan a algunos versados en mercados.

Los economistas de moda, como el trío francés Piketty, Tirole y Philippon, nos informan sobre desigualdad, mercados, organización y finanzas según los modelos actuales sin tener en cuenta que variarán marcando fechas de caducidad a propuestas del tipo de las expresadas por el trío. Los políticos que esperen que se estabilicen los modelos económicos llegarán siempre tarde. Nos referimos a los «morroi» de banqueros caguetas cuando ya en China surgen los efectos de la quiebra de su burbuja inmobiliaria, financiada por un sistema bancario, shadow banking, que desde el chupinazo anunciador de la crisis en que vivimos, ha acumulado un volumen de créditos de 60 billones de dólares invertidos mayoritariamente en préstamos a alto riesgo otorgados por un sistema financiero paralelo al sistema convencional. La evidencia de las premisas de una nueva crisis nos conduce a exigir que los políticos examinen políticas preventivas.

La próxima «cita ecológica» que a finales de 2015 tendrá lugar en París no puede cogernos sentados en el sillón raído. Si se considera la ecología como causante de la invención permanente de la naturaleza, la responsabilidad de los electos sobre su protección es creciente. La ecología se ha considerado como fantasía-ficción intelectual. El valor cognitivo de las ficciones nos sitúa frente a la realidad.

¿Qué será de nuestra agricultura cuando sabemos que la producción de 1$ agrícola cuesta cinco veces más que 1$ de producción manufacturera?

La nueva tesitura de la clase media le asimilará a la clase «pobre», excluida de protecciones vitales, que desgraciadamente tratamos con «consideración» farisea y como inevitable.

¿Qué será de la lucha contra la desculturización si no creemos que la cultura es el cultivo de la ley moral? (Confucio)

¿Cómo daremos solución a las olas de una inmigración realmente necesitada sin la previsión de una política de solidaridad? ¿Dónde estáis los que pretendéis vivir el mensaje de vuestro Cristo?

Las soluciones habrá que buscarlas en una Europa mal hilvanada, en una Euskadi que envejece, en una Euskadi que debe desahogar a las muy pequeñas empresas, en un sistema de educación-formación gravemente recortado y degradado. En un ambiente de «morosidad crepuscular», solo la solidaridad podrá sacarnos la cabeza del agua. «Los consensos se construyen a partir de los disensos» recuerda Iñaki Gabilondo, observador pertinente.

En cuanto a la denominada «pacificación» y al futuro de la estructura del Territorio Euskal Herria, en su marcha hacia la soberanía, solo la presión de la Sociedad Civil podrá despertar a parte de la Sociedad Política, nacionalista o no, inmersa en un flemático desasimiento con riesgo de narcosis profunda.

Cometo la intrepidez de empezar este año proponiendo un neologismo representativo de la atmósfera política que inhalamos y más precisamente referida a jefes de gobierno. Se trata del verbo «Rajoyar» que significaría «aguantar sin saber qué» o «aguantar por aguantar». Tiene su eusko-sinónimo fácil de descubrir.

Reconozco que el catálogo «à la Prevert» no va más allá del anunciado en un programa de gobierno expresado en la habitual lengua de madera tan practicada por la clase política. Si el elector inscrito observa una real intención de aportar respuestas precisas a problemas reales vividos, la tasa de abstención disminuirá. Acabemos con charlotadas de más o menos seis votos.

Estamos en medio del vado; no avistamos la orilla que hemos dejado ni aquella a la que pretendemos llegar, pero a la que llegaremos.