Antonio Alvarez-Solís
Periodista
GAURKOA

Las manos

Dice el autor que para volver a dar protagonismo a la persona por encima de la tecnología, hay que recuperar las manos «unas manos que rehagan la vida del trabajo, concepto fundamental que define y ampara al ser humano». La dificultad de hallar empleo suficiente para todas las personas está «en no aceptar un regreso a la auténtica sociedad humana», porque «lo que puede llevarnos a la autodestrucción no es la producción de herramientas informáticas sino el desprecio de las personas como seres ya sin utilidad».

Qué será de la humanidad, en qué consistirá ser humano cuando ya no sean fundamentalmente útiles las manos, ese gran símbolo de la creación y del trabajo? Manos que saludan, que comunican, que laboran, que manifiestan el espíritu de quienes las poseen o que nos defienden. ¿Qué haremos cuando las cosas las elaboren extraños seres sin alma ni pensamiento que se multiplicarán por todo el planeta? Es más: ¿qué poblará nuestras almas tras haber chatarreado los mitos del pasado, poblados de dioses y hombres, y hayamos de enfrentarnos con los mitos del futuro, hechos de enigmática energía y de números únicamente explicables por otros números? ¿En qué consistirá ser ciudadano o trabajador: de qué estará hecha la personalidad de los tales? ¿Cuál será nuestro papel frente a esos monstruos que producirán incluso el pensamiento y podrán manufacturar hombres para servirles?

Imaginar todo esto resulta estremecedor. Y, sin embargo, no nos preocupa en absoluto, aunque ya está ahí. Los aviones vuelan sin el hombre. Las cosechas surgen en muchos casos por sí mismas. Las armas disparan con su propia decisión. La información se multiplica mediante complicadas sinergias. Dentro de cuatro días los órganos corporales serán adquiridos on line. En el botiquín de cada familia habrá corazones, vasos sanguíneos, huesos de repuesto. El amor será hecho tras pulsar unos simples códigos y sin necesidad del «otro». La belleza está ya robotizada. Los edificios y sus materiales surgen de la informática que crea su propio sistema.

Y todo eso lo está elaborando el hombre, sin consciencia de su suicidio. Su herencia será su propia desaparición. La robótica puesta en marcha para producir cada vez más a menor precio deja ya sin sentido existencial a masas inmensas. La rebaja de los precios desbordará siempre la capacidad humana de consumo, con lo que la economía únicamente funcionará en unas capas muy elevadas y a la vez menguadas de consumidores que no podrán tampoco dominar a los monstruos automotivados. Poco a poco la Tierra irá convirtiéndose en una erial donde los fenómenos naturales se transformarán en manifestaciones letales e incontrolables al haber sido liberado el genio de la redoma. Los monstruos deambularán sin más control que el de unos contados poderosos y la especie humana buscará las viejas y oscuras cuevas para pintar los bisontes de un nuevo paleolítico. Poco a poco las manos ya inservibles para edificar cosas se irán reduciendo a extremidades planas y acabarán en aletas que permitan regresar al mar a los supervivientes de la catástrofe.

Sobre este fondo cataclismal, que entreveo como una realidad inesquivable si no frenamos la locura babeliana en que estamos ya funcionando, los seres humanos de una sociedad ya deshumanizada buscan solemnemente fórmulas para reducir el paro juvenil. ¿Y cómo lograr ese milagro si los jóvenes ya no tienen función productiva, sufren parálisis de consumo y no cuentan como colectivo? ¿Qué pretenden hacer ya con esos jóvenes los grandes líderes del neocapitalismo? No pretendo asustar a esa juventud sin destino, sino invitarla al abandono de su admiración por la robotización que no trata de facilitar el trabajo humano sino de sustituirlo de una forma bárbara, absurdamente suicida. A los grandes matemáticos sin sensibilidad para lo pequeño y próximo habría que obligarles a diseñar la ecuación demostrativa de los seres que sobran cada vez que un monstruo concebido en una vagina cuántica procede a eliminar la competencia humana.

No me digan ahora que estas cavilaciones no tienen en cuenta que la imaginación humana abre rutas nuevas cuando están saturadas las que conocemos. Ese argumento solamente es válido si lo innovado pertenece a la estructura del innovador. Pero aquí y ahora, rebus sic stantibus, lo que se está haciendo es destruir la secuencia creacional a la que pertenecemos para introducir ex novo una nueva forma de creación; la creación de otra cosa que no cuenta con genética humana. No se trata, en resumen, de sustituir un modo de trabajo por otro modo distinto, sino de aniquilar al trabajador que conocemos para iniciar la creación de otro trabajador que no tiene ni el mismo pasado que tenemos ni la misma trascendencia en la escala evolutiva. Pienso si lo que se persigue, de una forma bárbara y elemental, es cambiar de Dios. Si es así, lo que precisamos con urgencia no es una física y una inteligencia distintas, sino otra teología. En este orden de discusión, y si deseamos seguirlo, es preciso anular la razón existente, por insuficiente, para iniciar un racionalismo de orden cuasimetafísico. Un orden en que se declare extinguido el hombre y se proceda a encontrar un nuevo paraíso para la máquina. A veces reflexiono sobre ello cuando repaso el momento mítico de la sublevación de los ángeles perversos ¿Han regresado esos ángeles?

La dificultad, para mí insalvable, de hallar empleo bastante para superar el obsesionante paro juvenil, está en no aceptar un regreso a la auténtica sociedad humana. Una sociedad en que la tierra y sus elementos fundamentales vuelvan a la propiedad común a fin de que sobre ese suelo liberado pueda arar otra vez el hombre verdadero. Y no se trata, adelanto, de dar un paso atrás sino de darlo hacia adelante por un camino de soberanía social rescatado bajo el sencillo lema de que lo que interesa a la humanidad es el hombre en primer término. Lo que puede llevarnos a la autodestrucción no es la producción de herramientas informáticas sino el desprecio de las personas como seres ya sin utilidad. No hablo de utopía sino de etopía; de reedificar la realidad según los principios de la razón práctica. Una realidad en que el paro y sus aniquiladoras consecuencias, aniquiladoras incluso para los plutócratas, desaparezca como forma paradójica de existir.

Hay que liberar la naturaleza de la excluyente propiedad romana. El espíritu de la propiedad quiritaria -en la práctica vamos nuevamente hacia ella- ya no es de recibo. La fórmula de que la propiedad privada es sagrada y llega desde la superficie hasta lo más profundo de la tierra es inasumible. Cada vez queda menos lugar para alojar la creciente ciudadanía universal, para los pueblos y los hombres que componen esa ciudadanía, por lo que es preciso un nuevo contrato social que consista en la recuperación de la tierra para entregarla a los individuos que ahora son expulsados de la realidad y condenados a la consunción que produce la inactividad. El trabajo existe si queremos aplicarlo a una colectividad realmente humana, con finalidades verdaderamente humanas. O entendemos eso, o nos aniquilará el robot satánico; la chatarra cósmica.

Volvamos a las manos. Hay que recuperar las manos, la gran y significativa cifra del hombre. Unas manos que rehagan la vida del trabajo, concepto fundamental que define y ampara al ser humano. Las manos son la clave del desarrollo, no del crecimiento, ambiguo y mecánico concepto que devora la dignidad personal. El paro juvenil no tiene explicación posible en una comunidad humana que sepa ensamblar el trabajo con la producción y el consumo; la propiedad con la igualdad; la libertad con el espíritu comunitario. Una sociedad en que no se mida el desarrollo por el crecimiento de la cifra de ciudadanos alojados en la lista Forbes.