Raimundo Fitero
DE REOJO

Catar

No quiero catar nada, sino aclararme sobre cómo escribir ese lugar de la península arábiga que se llama Qatar o Catar, dependiendo de cuestiones que no acabo de conciliar en este momento. En ese lugar se está celebrando un campeonato del mundo de balonmano. Y no solamente eso, sino que Qatar competía con un equipo nacional entrenado por Valero Rivera, una vieja gloria de los banquillos de handball, en el Barça o con la roja, allá donde estaba nuestro espejo monárquico Urdangarin. Y no solamente eso, sino que cuando competía ese equipo tenía en las gradas una cantidad relativamente adecuada de aficionados fervorosos y agitadores. Y más diré, los seguidores eran contratados, la mayoría de ellos con pasaporte español, por lo que en el momento que se enfrentaron las dos selecciones, decidieron amortiguar su afición catarina.

Es decir, con dinero se hacen países, equipos, patrias, aficiones, campeonatos y todo lo que se le ocurra a los poderosos. Antes de que se nos caiga la señal, se está poniendo en duda la elección de Catar como sede del campeonato del mundo de fútbol de 2022. Parece demostrado que se sobornó a varios de los votantes. Cosa que uno piensa que sucede siempre o casi siempre, porque se trata de operaciones inmobiliarias, de marca de país, donde los presupuestos son ilimitados y siempre hay estómagos agradecidos que se dejan querer para votar en una dirección adecuada. El caso es que algunos de los que mandan en esas organizaciones tan cargadas de sobresueldos, recomiendan volver a realizar la votación del campeonato de fútbol. Aquí hay tema.

Pero la idea de tener aficionados alquilados en los campos de fútbol o las canchas de balonmano o baloncesto, como los públicos de los programas de televisión, forma parte de este momento histórico donde se necesitan aplausos y vítores. Lo importante es que parezca que existe afición, que hay soporte emocional con los jugadores mercenarios. Es crear una ficción deportiva, una producción audiovisual. En esa estamos, ficcionando todo, como si el virus de la política de mercados hubiera contaminado todo hasta convertirlo en cuota de pantalla y no en actividad propia de uso qatarí.