Antonio Alvarez-Solís
Kazetaria
GAURKOA

La inservible democracia

Las reacciones que han seguido a las elecciones en Grecia y la victoria en ellas de Syriza constituyen «un ejemplo rotundo acerca del nulo valor de las libertades o de los grandes principios como es el de la democracia, si tras ellos no hay un pueblo con plena posesión de sí mismo y con la correspondiente ilustración e información para hacerlos válidos». Hace falta, asegura el autor, «una nueva internacional que cobre sentido unitario bajo la denominación posible de Internacional del Precariado».

S e han puesto todos ardorosamente en marcha para taponar la brecha: el Sistema en pleno, los expertos y pensadores del Sistema, las instituciones del Sistema, los periódicos más sonados del Sistema, los abundantes ciudadanos que forman parte de la Iglesia política del Sistema y poseen su cartilla de ahorro ideológico. Y han concluido que el levantamiento popular de los griegos contra las cadenas que los humillan es una acción inaceptable contra la democracia. ¿Pero de qué democracia hablan los acusadores? Empecemos por lo obvio filológicamente: la democracia es el gobierno del pueblo por el pueblo. Pero ese gobierno popular, para serlo real y eficazmente, ha de ser un gobierno diario, no el resultado de una simple espaciada convocatoria electoral. Los estamentos ciudadanos han de intervenir en todo lo que les concierne y dentro del marco apropiado según el alcance que tenga la posible intervención. Una intervención que obligue, además, ejecutivamente. Eso sí es democracia, denominación enturbiada por la falsedad de su uso actual, en que la democracia es un barroco relieve de escayola sobredorada para adornar la autocracia, la plutocracia, la aristocracia de fondo.

Los griegos han ido a las urnas y ejecutivamente cerca del ochenta por ciento han declarado que no quieren morir indecentemente. ¿Vale este argumento y valen esas urnas en que el argumento ha sido depositado democráticamente? ¿Qué alcance tiene, por tanto, la descalificación de ambas cosas -urnas y declaración- por las potencias europeas? No digan los cancerberos imperiales que los anteriores gobiernos griegos jugaron una carta europea que ahora han de respetar los votantes de Syriza, porque afirmar eso equivale a destruir la mecánica democrática y convertirla en una atadura sistémica. La democracia no es un contrato sino una vida que se mueve desde la base. Además, la carta europea fue proyectada para el desarrollo común de las naciones de Europa, con las que se pretendía edificar un solo pueblo de cara al mismo bienestar y a idéntica responsabilidad política y social. ¿Se ha cumplido este propósito? El resultado es este: Europa es una colosal hucha financiera de los poderosos, un coto de caza sin veda para los inversores, una estructura bancaria que garantiza ese coto, un arrollador discurso de la minoría acomodada, un triste selector de «demócratas» que han renunciado a la soberanía.

Ahora el engaño sangra en muchos pueblos, entre ellos el griego, que prepararon su mochila para alojarse en un prometido hotel de cinco estrellas. Y esa sangre exige un remedio que oscila entre la violencia como inevitable arma de liberación -el dies irae que santifica la ira- y el empleo de la pacífica democracia como camino de superación en el seno de una auténtica concordia vecinal. ¿Hacia qué camino empujan a los griegos los demócratas de la deuda? ¿Cómo es posible deber la vida, toda la vida, en su más inmenso sentido, a quienes han hecho de la existencia ajena una reserva miserable rodeada de tiradores de élite? Las cartas democráticas con que jugaron los griegos su partida europea no son aducibles cuando el matón ha colocado al fin su revolver sobre la mesa. Ahí empezó la dictadura y acabó la práctica democrática. La usura desatada de los grandes usureros europeos -y, lo que es peor, de los inversores americanos o judíos- invalida cualquier contrato. Siempre se ha dicho que la letra mata si el espíritu no la vivifica. ¿Los griegos se engañaron o fueron engañados cuando hacían cola para el reparto de sueños? Y votaron. Y aquellos votos les asfixian ahora como un maldito dogal.

El empleo de los conceptos que solo tienen cáscara, pero no contienen fruto, es la forma más miserable de vender futuro averiado al pobre o al débil. Lean ustedes los acuerdos sobre comercio internacional que ahora ha firmado Europa con Estados Unidos -o sea con el Wall Street hebreo o con los grandes gigantes industriales y comerciales americanos- y comprobarán hasta qué punto la teoría del libre pensamiento como productor de resultados benéficos es una fruslería retórica en manos de ilusionistas armados.

El problema griego constituye un ejemplo rotundo acerca del nulo valor de las libertades o de los grandes principios como es el de la democracia, si tras ellos no hay un pueblo con plena posesión de sí mismo y con la correspondiente ilustración e información para hacerlos válidos. En una sociedad como la actual, en que se enseña a los individuos a renunciar a su condición de sujetos populares, o sea, en un medio en que el éxito consiste en superar la condición de componente del pueblo en la acción cotidiana de la convivencia, semeja burla ilustrar de democracia la acción de los gobernantes. Es más, cuando las masas, o sea, el pueblo, conquistan una posición relevante enseguida se echa mano del peligro de desorden social cuando no de un posible horizonte terrorista. Cuando las masas leen el libro santo de la democracia y asumen su contenido los sacerdotes reaccionan expulsándolas del templo.

Si realmente los ciudadanos nos sentimos demócratas es hora de que formemos en la línea de combate de todos los movimientos que se alzan para destruir al enemigo autócrata. Sé que ha pasado la hora de recurrir al proletariado porque el Sistema ha distribuido a los ciudadanos en capas de trabajadores que en muchas ocasiones se oponen entre sí, pero sí es el momento de reunir a esos ciudadanos en una nueva internacional que cobre sentido unitario bajo la denominación posible de Internacional del Precariado, ya que la existencia presente en cualquiera de sus manifestaciones es una manifestación inhumana de lo precario. Los ciudadanos como trabajadores y los trabajadores como ciudadanos viven una cotidianeidad en que todo oscila sobre el filo de la navaja, con un innoble presente y un angustiado futuro. Vida sumergida en una política de expropiación constante de valores, de bienes y de posibilidades. Ya no somos proletarios, que al menos tenían clara la frontera de la explotación y podían sublevarse contra ella; somos gente desposeída de sí misma, que es una desposesión más amplia y profunda que la reducción a un trabajo cruel y destructor en sus formas de administración. Somos piezas que en el mejor de los casos resultan imprescindibles para que esas máquinas funcionen. Y para que funcione el Gran Hermano, que al fin ha llegado a cara descubierta. Por eso hablo de la V Internacional. Hay que reedificar bajo un lenguaje modificado el proletariado que luchó con plena conciencia revolucionaria por su libertad y su dignidad. Somos menos que proletarios; somos gente disuelta en leyes contaminadas de terrorismo moral y físico. Pero esto tiene remedio. Basta con volver a identificarnos.