Jaime IGLESIAS MADRID

Arco 2015 exhibe mesura tanto en el negocio como en la creación

Lejos quedan los años de furor epatante en la creación artística que convertían a Arco en una feria en toda la acepción del término. La transgresión como herramienta de comunicación entre el artista y el público está dejando paso a la reflexión, aunque para promoverla se vuelva a experimentar con formatos muy vinculados a la cultura popular. Un espíritu de continencia del que este año ha participado, también, la propia organización del evento.

Curiosamente esa tendencia a la contención, que puede apreciarse en la creación artística, ha suscitado un efecto contrario en la organización de Arco que se ha servido de ella para reforzar el perfil elitista del evento. Tanto el incremento en el precio de la entrada para acceder al recinto como el estancamiento en el número de expositores presentes (218 este año), van encaminados a potenciar la idea de Arco como algo más parecido a una bienal que a una simple muestra de arte. Una estrategia que pretende disuadir al curioso e incrementar la presencia de compradores, o dicho de otro modo, conseguir que el dinero fluya. Y como dinero llama a dinero nada mejor que invertir buena parte del presupuesto de la feria en invitar a coleccionistas. Frente a los 150 que fueron traídos por la organización en 2014, este año la cifra se ha duplicado.

Esta no ha sido la única atención que los organizadores de la Feria han dispensado al coleccionista internacional (figura codiciada por todos los galeristas presentes este año en Arco), sino que además en aras de no dispersar su atención, este año el número de stands dedicados a exponer la obra de uno o dos artistas (los llamados Solo Projects) se ha visto incrementado hasta los 24 (siendo 87 los creadores representados en ellas).

Esta estrategia de consolidación de la Feria velando por su carácter exclusivo choca con la dimensión que está adquiriendo la creación artística por potenciar fórmulas de conexión con un público heterogéneo, vinculándose con el aquí y el ahora en la explotación de ideas y conceptos cuya plasmación denota una clara voluntad comunicativa y un alcance netamente popular. En este sentido, Arco 2015 fue un completo muestrario de propuestas que caminan en esa dirección, sobre todo por parte de los autores latinoamericanos (omnipresentes en esta edición de Arco con el añadido de tener como país invitado a Colombia).

Viendo la obra de la mayoría de artistas procedentes de América Latina, uno sospecha que en aquellas latitudes, al contrario de lo que sucede en Europa, la realidad social dista mucho de ser un lujo del que el artista pueda prescindir a la hora de materializar sus creaciones. Por ceñirnos a los colombianos (merecedores del foco de atención este año), justo es destacar algunos nombres. Por ejemplo el de la jovencísima María Alejandra Garzón que sirviéndose de bordados y bastidores de costura (técnica que nos remite a elementos de la cultura popular) cuestiona el papel de la mujer como target de consumo mediante imágenes de intimidad erótica y otras que remiten a portadas de la prensa sensacionalista. En el mismo stand de la galería 12:00 de Bogotá, Edgar A. Jiménez reflexionaba sobre la identidad afroamericana en una serie de lienzos que recrean carteles y afiches de algunas de las más famosas películas de «Black Exploitation» de los años 70. Un ejercicio de arte pop que también cabe encontrar en el sincretismo desde el que, el también colombiano Nadín Ospina, combina en sus esculturas los elementos precolombinos con el rostro de Mickey Mouse asumido como marca global o en el diálogo del pintor Álvaro Barrios con las servidumbres del arte asumido como negocio a través de una serie de cuadros imbuidos del espíritu de Lichtenstein y de Duchamp.

Arte crítico con el poder

Con todo, lo verdaderamente interesante de los artistas latinoamericanos es su capacidad para entrar en diálogo con el propio legado, con aquello que forma su identidad cultural. Buena prueba de ello es «Props for Eréndira», obra del joven guatemalteco Naufus Ramírez-Figueroa que mereció el Premio Arco-Comunidad de Madrid para jóvenes artistas. En ella, se presenta una relación de objetos de la vida cotidiana esculpidos en cerámica y con evidentes signos de quemadura, invocando el trasunto de un guion cinematográfico escrito por Gabriel García Márquez y conectando las vivencias de la protagonista del mismo con los propios recuerdos del artista en su experiencia como refugiado durante la Guerra Civil que asoló su país.

Frente a ese apogeo de un arte al servicio de las ideas expresado mediante formas de inspiración popular, en Centroeuropa, a la hora de hacer valer la singularidad del artista aún se apuesta por el hermetismo y la pureza de las líneas claras y la geometría. En la cuenca mediterránea la cosa varía, asfixiados como estamos por un contexto sociopolítico que exige contundencia tanto en la representación como en los contenidos. De ahí el trabajo de ciertos autores a la hora de elaborar propuestas artísticas críticas con el poder como «El traje del emperador» de Sandra Gamarar, colección de páginas de periódico en las que la autora ha ido desnudando a sus protagonistas (desde Rajoy a Putin, pasando por Wert, Le Pen, Obama o Cameron), recuperando la dimensión moral del cuento de Andersen.

También la galería barcelonesa ADN (como viene siendo habitual) abrió su stand a este tipo de propuestas, destacando los murales de Carlos Aires y la reinterpretación de Eugenio Merino de la simbología del 15-M. Si el año pasado este autor trabajó sobre las máscaras de «Anonymous», en esta edición presentó una serie de coloristas megáfonos de cuyo interior emerge la rabia y la contundencia de un puñetazo.

No obstante, la rabia ha dejado paso a la reflexión en muchas de las obras expuestas este año, de ahí que la vocación popular de las creaciones de muchos autores se exprese mejor en las formas que en el fondo, en la manera de utilizar, por ejemplo, el legado del pop art, como lo hace el británico Julian Opie en sus esculturas e instalaciones LED, que pudieron ser admiradas en la galería portuguesa Mario Sequeira.

Las propuestas vascas

No obstante esa voluntad de acentuar una comunicación directa con el espectador, la singularidad del artista, su propio yo, sigue estando en el centro de muchas de estas creaciones y desde este punto de vista cabría destacar la figura de pioneros en este tipo de propuestas como la donostiarra Esther Ferrer que este año copó el stand de la galería Altxerri. El poder de convocatoria de la artista es innegable a tenor de la cantidad de visitantes que acudieron a ver sus obras. Y si bien este año el arte vasco no ha tenido la representación de la que gozó en ediciones anteriores de Arco, sus autores siguen siendo una apuesta segura para muchos coleccionistas. Así lo expresaron los responsables de la galería bilbotarra CarrerasMugica, en cuyo stand llamaron la atención obras de Pello Irazu, Txomin Badiola, Asier Mendizabal, Itziar Okariz, Juan Pérez Agirregoikoa, Sergio Prego, Xabier Salaberria o Jon Mikel Euba.

Los artistas de Euskal Herria tuvieron también representación en otras galerías del Estado como la viguesa Ad Hoc (que expuso los últimos trabajos de Usue Arrieta en colaboración con Vicente Vázquez), la madrileña Espacio Mínimo (con obras de Juan Luis Moraza y Manu Muniategiandikoetxea) o la de Moisés Pérez de Albéniz (que lleva tres años instalada en Madrid tras abandonar Iruñea y que sigue llevando a Arco a artistas como Ana Laura Aláez, Juan Ugalde o Miren Loiz).