Xandra  Romero
Nutricionista

La analítica de sangre sobre la dieta

Los análisis de sangre forman parte de los controles de salud habituales por su sencillez, porque es un método no invasivo y carecen de efectos secundarios. Nos dan información muy valiosa, incluso, del efecto de nuestra alimentación sobre nuestro cuerpo (para bien y para mal). Así, para los médicos y nutricionistas, la utilización de analíticas sanguíneas, concretamente algunos parámetros, en la exploración del estado nutricional resulta útil ya que ayuda a conocer el estado de algunos compartimentos corporales, orienta sobre el nivel de ingesta, absorción o pérdida de ciertos nutrientes que pueden estar relacionados con la presencia de enfermedades.

En primer lugar, en una analítica normal o general se piden los datos hematológicos (células de defensa, glóbulos rojos etc.) y bioquímicos (glucosa, colesterol, triglicéridos, etc.), y sobre todo, son estos últimos, los que nos pueden aportar más datos sobre cómo nuestra alimentación se relaciona con el funcionamiento de nuestro cuerpo. Por ejemplo, la glucosa o dicho de forma coloquial, el azúcar en sangre, resulta ser la principal fuente de energía que utilizan las células. Sus niveles se pueden ver alterados por dietas inadecuadas o restricciones intensas, ayuno, entrenamiento intensivo, hipotiroidismo, diabetes, etc... Si encontramos niveles elevados de azúcar en sangre y se acumula peligrosamente, significa que debemos realizar un cambio de alimentación para no desarrollar una diabetes.

Por el contrario, cuando el azúcar en la sangre comienza a bajar, una hormona le indica al hígado que libere azúcar (que tiene de reserva). En la mayoría de las personas, esto normaliza los niveles, pero si el consumo de hidratos de carbono ha sido muy escaso o su utilización, excesiva, el azúcar no se eleva y esto resulta en una hipoglucemia que da lugar a síntomas como hambre, temblor, mareos, confusión, dificultad para hablar, sensación de ansiedad o debilidad. Para seguir y relativo a las grasas que circulan en la sangre, se pueden diferenciar dos distintas: por un lado los triglicéridos que almacenan las calorías no utilizadas y proporcionan energía al cuerpo cuando lo necesite y por el otro lado, el colesterol, un tipo de grasa vital que se utiliza para construir células y ciertas hormonas.

Así, tener los triglicéridos altos puede contribuir al endurecimiento de las arterias o al engrosamiento de las paredes arteriales (arterioesclerosis), lo que aumenta el riesgo de sufrir accidente cerebrovascular, ataque cardíaco y cardiopatías así como causar inflamación aguda del páncreas (pancreatitis). Este parámetro está íntimamente ligado a la alimentación y la variación de sus niveles en sangre también.

El colesterol por su parte, resulta un tema o medición más controvertido. Y es que el colesterol circula por la sangre unido a una proteínas, y es en función del tipo de colesterol que estas proteínas llevan en su interior, que hablamos coloquialmente de colesterol bueno (HDL) y el colesterol malo (LDL). Y aunque es importante no superar los 200 mg/dl de colesterol total y evaluar las cifras de colesterol bueno y malo, los últimos estudios indican que el factor principal de aumento del riesgo cardiovascular es principalmente el número de partículas LDL, no la cantidad de colesterol que llevan en su interior, que es lo que miden actualmente nuestros análisis de sangre. Por lo tanto este indicador puede ser útil, pero en ocasiones es ineficaz mostrando el riesgo.

Por otro lado, en el apartado de la bioquímica también se estudia la función del hígado. Hablamos de las transaminasas (GOT, GPT) que son enzimas que se hallan en el interior de las células del hígado pero también en el músculo, corazón, páncreas y cerebro. Al aumentar reflejan que hay un proceso que provoca una inflamación y destrucción de estos tejidos (hepatitis, infarto de miocardio, miopatías...) aunque también aumentan por los efectos tóxicos del alcohol o de ciertos fármacos. Del mismo modo, la causa así como la solución a estas alteraciones hepáticas, se encuentra en los hábitos alimentarios.

Por su parte, las determinaciones relacionadas con el riñón son la urea, la creatinina y los minerales sodio, potasio y cloro. La creatinina es una proteína muscular que circula por la sangre y que se elimina a través de la orina. Sus niveles son uno de los indicadores más precisos del funcionamiento del riñón. La urea mide también la función renal y el grado de hidratación.

Y para terminar, otros parámetros sanguíneos de vital importancia y que relacionan la dieta y el funcionamiento del organismo, son los minerales y vitaminas medidos en sangre. Los más comunes son sodio, potasio, cloro y hierro entre los minerales, y ácido fólico, vitamina D y vitamina B12 entre el grupo de las vitaminas. Una alteración a la alta o la baja de cualquiera de éstos, tiene implicación directa en la alimentación. De modo que una analítica de sangre resulta ser un método fiable. Eso sí, su interpretación siempre debe realizarse por un profesional sanitario y nunca con Dr. Google.