Nora Franco Madariaga

Hilary Hahn, una tabla de salvación

HILARY HAHN Y DIE DEUTSCHE KAMMERPHILHARMONIE BREMEN
Dirección: Omer Meir Wellber. Orquesta: Die Deutsche Kammerphilharmonie Bremen. Violín: Hilary Hahn. Repertorio: W.A. Mozart y F. Schubert. Lugar y fecha: Donostia, Auditorio Kursaal. 29/08/2023. Quincena Musical.

La violinista Hilary Hahn.
La violinista Hilary Hahn. (QUINCENA MUSICAL)

Es curioso el concepto tan amplio –literalmente– que se tiene de las orquestas de cámara en Europa. Esta Quincena se pudo observar primero con la Chamber Orchestra of Europe y el martes se pudo constatar con Die Deutsche Kammerphilharmonie Bremen, que les faltó alguien que toque el triángulo –por decir un instrumento pequeño, que no se ofenda ningún percusionista– para ser una orquesta sinfónica o una Philharmonie sin el Kammer.

¿Y tiene esto importancia? Relativa. O incluso ninguna. Pero cuando uno va a escuchar una orquesta de cámara, prevé una orquesta pequeña –o mediana, como mucho– con un empaste exquisito y un sonido, articulación y fraseo cuidadosamente trabajados… cosa que no sucedió con la de Bremen.

Programar como primera pieza del concierto la obertura de ‘Don Giovanni’ de Mozart apuntaba como un buen acierto para presentar en una obra breve y contundente el sonido de la agrupación y mostrar de lo que es capaz en cuanto a colores, dinámicas y timbres orquestales. Pero el sonido, pese a ser poderoso –más de lo que uno espera de una orquesta de cámara, obviamente– y estar bien desarrollado, flojeó en precisión y limpieza.

Con la segunda obra, el concierto para violín n.5 en La Mayor, también de Mozart, mejoró notablemente el nivel musical, gracias, principalmente, a la violinista estadounidense Hilary Hahn, que tocó la parte solista con un sonido limpio y nítido, de una agradable calidez y tremendamente cantarín. Irradiando esa reconocible sensación de facilidad, sencillez y naturalidad que solo saben transmitir los grandes instrumentistas, la cadencia del primer movimiento consiguió que toda la sala contuviera la respiración hasta la nota final –aunque eso provocó una sinfonía de toses y papeles de caramelos hasta bien entrado el segundo movimiento–. En el adagio mostró un sonido de más peso y profundidad, acorde con el carácter del movimiento, para recuperar la liviandad del movimiento inicial en el rondó. Y, aunque nuestro oído del siglo XXI apenas encuentre esas notas exóticas que le valieron en sobrenombre de ‘Turco’, el movimiento sí que presentó claramente ciertos juegos con la orquesta, algunos pasajes rítmicos y una carácter virtuosístico de gran originalidad.

La segunda parte, ya sin la solista, recuperó el tono de la obertura. La sinfonía n.1 de Mozart, simple y casi naïf en su sencillez, fue completamente prescindible salvo porque dejó asomar el germen de lo que será el genio de Salzburgo –no olvidemos que está compuesta a sus tiernos 8 años y con férrea mano guía de su padre Leopold– y, sobre todo, porque tiene ya la personalidad extrovertida, explosiva y el carácter irreductible que acompañará a Mozart durante toda su vida.

El director israelí Omer Meir Wellber estuvo atento y expresivo, pero un gesto tal vez demasiado amplio le restó elegancia y eficacia, teniendo que ayudarse excesivamente con la corporalidad.

La segunda sinfonía de Schubert tampoco mejoró la tónica general, con pasajes de la cuerda muy poco limpios, un ajuste laxo, mucho volumen, tiempos algo forzados y un fingido éxtasis final que llevase al chispún y al aplauso automático.

La propina trajo de nuevo a la solista Hahn al escenario –además de mostrarnos las habilidades de Wellber con el acordeón– para ofrecernos un inesperado ‘Ave María’ de Piazzola, tan desgarbado como el resto de la velada.