MAY. 17 2024 - 09:52h Urubichá, el pueblo de los violines Con sus casas de terracota o madera y sus calles de tierra, Urubichá podría pasar por un pueblo indígena como cualquier otro. Pero este pueblo predominantemente guarayo esconde un secreto: sus fabricantes de violines lo han convertido en el taller de fabricación de violines más grande de Bolivia. El alumno Nelson Orepocanga, en la escuela de Urubicha. (Aizar RALDES | AFP) NAIZ (Argazkiak: Aizar RALDES /AFP) «Nunca había visto un lugar donde se fabricaran tantos violines como aquí», dice Waldo Papu, rector del Instituto de Formación Artística, Coral y Orquestal de Urubichá. Urubichá está situada en la región amazónica, en el centro-este de Bolivia, y tiene 8.000 habitantes, la gran mayoría de los cuales habla guarayo, uno de los 37 dialectos oficialmente acreditados en Bolivia. Según Waldo Papu, existen entre 40 y 50 lauderos reconocidos. Aunque no existe un censo oficial, calcula que hay de media un luthier por cada 200 habitantes. La escuela que dirige es una de las más reconocidas en Bolivia en música barroca. Tiene 600 alumnos, de los cuales una veintena aprende a fabricar violines. La pequeña ciudad también cuenta con una orquesta sinfónica. Pero la profesión todavía se basa más en la tradición que en la escuela. «Obtener el sonido correcto» Hildeberto Oreyai se convirtió en luthier gracias a su padre. Tiene 76 años y es un renombrado maestro artesano que tarda dos semanas en fabricar un instrumento clásico de cuatro cuerdas. «Se necesita paciencia para conseguir el sonido adecuado», explica. Cada violín que fabrica con cedro o mara (dos tipos de madera duradera) se vende por el equivalente a unos 580 dólares, según su familia. Oreyai, viudo, padre de cinco hijos y varios nietos, habla poco. Ha tenido problemas de audición desde hace algún tiempo. «Me gusta mucho jugar», repite, sentado frente a su taller de tablas. A diferencia de otros maestros artesanos, Hildeberto Oreyai no logró que sus descendientes continuaran con el oficio de laudero que había aprendido de su abuelo. «Primero para nosotros mismos» Al pueblo de los violines súnicamente se puede acceder por una carretera de 300 kilómetros que lo conecta con Santa Cruz, capital homónima del mismo departamento. A principios del siglo XIX, los franciscanos irrumpieron en misión en este pueblo y comprobaron que los nativos eran hábiles artesanos, pero, sobre todo, notaban su inclinación por la música. Según los antropólogos, esta inclinación tiene sus raíces en la idea que tienen de la muerte. El alma de los guarayos, para llegar al abuelo, como identifican a su dios, debe cantar y tocar la tacuara o flauta de bambú, explica el historiador indígena de Urubichá, Juan Urañavi. El alma monta un caimán para encontrarse con su abuelo, pero, si no sabe tocar bien, la tacuara, «por un error cometido en la vida», el caimán la arroja al río para devorarlo, añade. Aprovechando esta sensibilidad musical, los franciscanos aprovecharon el violín como medio de evangelización. Al principio, estos instrumentos sólo se podían tocar en la iglesia, pero luego, los propios nativos aprendieron cómo fabricarlos y tocarlos, añade Papu. De ahí el prestigio que rodea a los lauderos de Urubichá, cuyo oficio se aprende no sólo en los talleres familiares, sino también en las aulas de la escuela secundaria del pueblo. Hernán Yarita, de 38 años, está a punto de obtener su diploma de luthier. Quiere que sus violines lleguen primero a los habitantes del pueblo, para no dejar morir la tradición: «Hay niños que no tienen violín: por eso queremos hacer uno primero para nosotros mismos, para nuestros seres queridos».