El recital de don Al se escuda en un ser ensimismado

No me termina de convencer el recital interpretativo de Al Pacino en “Sr. Manglehorn”, porque juega en todo momento con la ventaja de meterse en la piel de un personaje ensimismado. Esto le da una licencia absoluta para escucharse a sí mismo, y pasar olímpicamente de las líneas de diálogo de sus interlocutores, que tampoco son muchos. No escucha a su hijo, encarnado por Chris Messina. Menos aún al insoportable y verborreico exalumno al que da vida el cineasta Harmony Korine. Y ni siquiera a una Holly Hunter que le pone ojos de enamorada y acaba decepcionada con su infructuosa cita. Al único ser al que le habla con cariño y consideración es a su gata, la cual no le puede contestar en su condición de simple mascota animal.
Don Al estaba mucho más inspirado a las órdenes del veterano Barry Levinson en “La sombra del actor” (2014), porque reflexionaba sobre la profesión actoral con un sentido autocrítico, que no excluía la plena consciencia de su decadencia. En “Sr. Manglehorn” intenta reverdercer viejos laureles, llevado por la dirección de David Gordon Green hacia atrás en el tiempo, con la peregrina intención de meterse de nuevo en la piel del vagabundo de “El espantapájaros” (1973). Pero ya no estamos en la época del llamado “nuevo cine americano”, que entonces representaba Jerry Schatzberg.
Aquel cine era mucho más realista, algo que en el Hollywood actual, ni tampoco en sus aledaños, parece estar permitido. No hay más que ver el final de la película, cuando el amargado anciano protagonista se redime de su odio contra el mundo por medio de la sonrisa de un mimo. Al menos el siempre genial Bill Murray, en “St. Vincent” (2014) se tomaba la debilidad postrera del arquetípico jubilado gruñón en clave autoparódica. Aquí no hay motivo para reir, sobre todo durante la interminable operación quirúrgica del minino que se traga la llave.

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