El meteoro más deseado por algunos y más temido por otros, el que da su color más característico al invierno, ha aparecido –por fin– esta semana. Su cuerpo se construye a base de cristales que se crean de manera similar a como lo hacen las gotas de lluvia, acumulándose vapor de agua alrededor de un núcleo (en este caso de congelación). Ahora bien, la forma y tamaño de estos cristales varía considerablemente en función de la temperatura y de la humedad del aire.

Imposible hablar de cristales de nieve sin nombrar al físico y ensayista científico japonés Ukichiro Nakaya (1900-1962). Todo un personaje –un grupo de islas de la Antártida lleva su nombre y con su apellido se bautizó un asteroide– que pasó su vida estudiándolos. Su trabajo le llevó a clasificarlos en más de 200 tipos diferentes. Agujas, placas, columnas, estrellas… se despliegan en un catálogo que completó con la creación de un cristal de nieve artificial.

Para que los cristales de nieve hagan su aparición es necesario que el aire se encuentre algunos grados por debajo de cero. A -3º C minúsculas plaquetas de hielo van dando forma a agujas irregulares; a -10º C y con un poco de agua subfundida (a temperaturas inferiores al punto de congelación) surgen columnas... A -15º C y con una cantidad suficiente de agua subfundida se forman las más famosas y vistosas, las estrellas, conocidas también como dendritas o cristales dendríticos. Unos cristales con intrincadas estructuras ramificadas de naturaleza libre, simetría hexagonal y desarrollo por sublimación.

Nakaya decía que los cristales de nieve podían ser considerados como cartas enviadas desde el cielo. En su caída –que hacen suavemente por su buena aerodinámica y a diferente velocidad en función de su peso– atraviesan capas de aire de diferente temperatura y humedad; son transportados por el viento; caen, ascienden y vuelven a caer; crecen y engordan; chocan y se reagrupan… Y dan lugar a la formación de lo que conocemos como copos y que no son sino la aglomeración de cristales de nieve.