Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
CRISIS EN TURQUIA

El boomerang de la violencia

La ola de violencia que asola Anatolia evidencia el boquete en el aparato de seguridad turco. Pero, más allá, la estrategia que le sirvió al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) para recuperar la mayoría absoluta podría volverse en su contra, algo que tratará de explotar el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK)

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha demostrado durante dos décadas su valía como estratega político, el mejor en la historia de la República atendiendo a los números. Su última jugada maestra, girando hacia el panturquismo y aumentando varios grados la represión en Anatolia, le sirvió para recuperar la mayoría absoluta en la reválida electoral de noviembre de 2015.

Pero la ola de violencia que vive Anatolia, de demostrada eficacia en dosis controladas, podría volverse en su contra: la promesa de «limpiar el país de terroristas» va en sentido contrario y además está afectando cada vez más al oeste. Y al contrario de lo que sucede con las masacres en Kurdistán Norte, esta tendencia a la que se unen los soldados turcos caídos en Siria sí influye. Afecta porque los medios de comunicación, y sobre todo la televisión, no pueden reducir el eco de los atentados cuando tocan el oeste.

Desde el 5 de junio de 2015, cuando estalló una bomba en un mitin del HDP, se han producido al menos 25 atentados en Anatolia. La mayoría alejados del oeste, pero la dinámica está cambiando y los tres últimos, cuya ejecución ha demostrado las lagunas en la seguridad, han golpeado el centro y oeste de Turquía. Esto se ha traducido en días completos de televisión mostrando la letra pequeña del contrato bélico de Erdogan: los efectos colaterales y negativos de la violencia descontrolada.

Los problemas derivados de la purga de gülenistas, que durante una década se han beneficiado de la connivencia del AKP para penetrar en las arterias del Estado –justicia, educación y seguridad–, son evidentes tras la fallida asonada. Miles de miembros de las fuerzas de seguridad han sido arrestados o despedidos, con la consecuente falta de experiencia de los nuevos reclutas. Y todo ello en el momento más convulso para Erdogan y la región, un hervidero de difícil control que evidencia los errores del Ejecutivo, entre los que sobresale el rechazar de plano cualquier intento de volver a la mesa de diálogo con el PKK.

0El atentado contra decenas de policías en las pedanías del estadio de fútbol del Besiktas, situado en el centro europeo de Estambul, fue respondido por el Gobierno con su característica verborrea vengativa. La BBC, que parece más avispada que la inteligencia turca, tenía alquilado un piso franco para enfocar la zona del atentado. De esto, como de los fallos en la seguridad, se supo por las redes sociales.

El siguiente ataque contra un autobús lleno de soldados se produjo en Kayseri, el «tigre»económico del centro de Anatolia. Dejó 14 muertos y más de 50 heridos. Todos militares. El Gobiernov arió a una retórica suave, reflejo de su impotencia

.Pero en una semana de locos todo podía empeorar. Y así fue. La ejecución en directo del embajador ruso en Ankara, Andrei Karlov, evidenció el grave problema de seguridad. Tras visionar la secuencia de los hechos, la sociedad está, como el ministro de Exteriores turco reconoció, en shock. Y los rusos, expertos en la retórica, han calificado el suceso como «un golpe de Estado al prestigio de Turquía».

Hasta ayer, los anatolios, influidos por los medios propagandísticos, no parecían dudar de que su presidente iba a acorralar al puñado de enemigos del Estado: PKK, grupos de izquierda, gülenistas y yihadistas. Pero durante la última semana cualquiera puede apreciar el camino hacia el que se dirige Turquía: el caos. Las voces más alarmistas advierten de una posible guerra civil e incluso de una paquistanización; las moderadas vaticinan días de sangre para la República, acostumbrada a escaramuzas entre los años 1960 y 2002, esta última fecha la que marcó el inicio de la era del diálogo del AKP.

Que nadie dude de que la oposición va intentar capitalizar esta inseguridad que ha calado en la sociedad. En los últimos años Erdogan ha sido acusado de dejar que el PKK se rearmara durante el proceso de diálogo y hacer la vista gorda con los grupos yihadistas. Ambos golpean ahora con furia. Pero todo apunta a que los primeros van a apretar el acelerador hasta la celebración del referéndum presidencialista que, de tener la aprobación del Parlamento, se prevé para finales de la primavera. Por eso, y pese a ser invierno, la temporada de letargo en sus acciones, se intuye que este año van a arriesgar muchas de sus vidas en esta lucha asimétrica que, a diferencia de en los años 90, está afectando al oeste. Y el objetivo del PKK es claro: derrotar en la urnas a Erdogan con el boomerang de la violencia.