Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Oro después del Oso

T odo visto y analizado en la Sección Oficial de la Berlinale; todo (lo importante) premiado. Aquí seguimos. La vida sigue. Elemental, porque siempre ha habido actividad más allá del Oso de Oro. Es de justicia cinéfila (o sea, divina) reivindicar todas estas señales de vida, más aún en un certamen capaz de conjurar, en sus espacios “secundarios”, a nombres tan potentes como Luca Guadagnino, James Gray o Alex Ross Perry.

Con este último empezamos. En la sección Forum se mostró su nuevo trabajo, “Golden Exits”, enésima confirmación de que estamos ante una de las voces más estimulantes que nos haya dado el indie americano en los últimos años. Siempre bien secundado por su director de fotografía (Sean Price Williams, uno de los mejores profesionales de esta especialidad, a nivel mundial), la película es, a pesar de sus nulos alardes, un auténtico regalo a la vista... y ya puestos, a la sensibilidad. De apariencia sencilla, juguetona e incluso inofensiva, la historia está en las antípodas de esto último. A la hora de describir los siempre complejos mecanismos de la atracción y el deseo (tanto amoroso como sexual), golpea de forma muy divertida, no hay duda... pero cada puñetazo nos deja con la devastación de lo irreversible, es decir, de la condena de hacerse mayor en un mundo de jóvenes.

Por su parte, la habitualmente irregular sección Panorama, mostró una envidiable solidez en su selección de documentales. Ahí brillaron con luz propia “I Am Not Your Negro”, de Raoul Peck, y “No intenso Agora”, de Joao Moreira Salles. Ambas, auténticas clases magistrales sobre cómo, jugando con material de archivo, se pueden remover las entrañas del espectador... dirigiéndose exclusivamente a su intelecto. El primero nos habló de los deberes pendientes en la historia de la comunidad afroamericana; el segundo, de la desilusión que despiertan las rebeliones que no llegan a revoluciones. Los dos nos dejaron igualmente destrozados.

Por último, en Generation, el premio a la Mejor Ópera Prima de la 67ª Berlinale: la catalana “Estiu 1993”, una película tan pequeña, y a la vez tan grande, como su joven protagonista, Laia Artigas, una de las muchas revelaciones de dicho film. La principal es la de su directora y guionista, Carla Simon, quien para su primer largometraje vuelca sus propias vivencias en la pantalla, y ya de paso, múltiples detalles de gran cineasta. Así se construyen las memorias fílmicas de aquel verano de hace más de veinte años, con naturalidad y sensibilidad; a través de gestos, miradas y silencios. Los conceptos clave no aparecen jamás en el texto, pero quedan todos clarísimos. Como en la vida misma, somos nosotros, los espectadores, los que tenemos que averiguar qué se esconde detrás de lo cotidiano. ¿Y qué encontramos? Pues ni más ni menos que un retrato emocionante (por certero) de esa edad en que el sujeto, le guste o no, empieza a ser consciente del mundo que le rodea. Algo insignificante en el a priori; decididamente imprescindible una vez vista y digerida. Como todas esas secciones que a lo mejor en un principio no llaman demasiado la atención... pero sin las cuales la Berlinale no tendría sentido.