Llega la obligada continuación del oscarizado documental “Una verdad incómoda” (2006). Y digo obligada, porque la salud de la madre tierra en lugar de mejorar o estabilizarse ha ido empeorando desde entonces, con una cadena de imparables catástrofes no tan naturales, si tenemos en cuenta la intervención humana, que confirman las malas previsiones en materia medioambiental auguradas en su momento. En definitiva el tiempo ha venido a darle la razón punto por punto a Al Gore.

Y si nos referimos al estado de opinión con respecto al cambio climático, resulta obvio que en estos once años los contrarios a la teoría ya científicamente comprobada se han ido quitando la careta. Donald Trump ha ayudado mucho en ese sentido, porque ha dejado bien claro que su oposición frontal a los avances y acuerdos de la Cumbre del Clima celebrada en París hace dos años responden única y exclusivamente a intereses de las industrias petrolíferas. La sinrazón de la defensa a ultranza del uso de carburantes y energías contaminantes supone un ataque al resto de naciones y comunidades que ya están trabajando con las renovables, tal como lo pregona Al Gore en su viaje alrededor del mundo.