La comedia fantástica y antinavideña por excelencia

De todas las películas de culto que se pueden reponer dentro de la cartelera navideña, ninguna mejor que “Gremlins” (1984), porque fue la que generó una corriente contraria al espíritu tradicional de estas fiestas. El efecto destructivo se dejó sentir con fuerza a mediados de los años 80, periodo en el que la compañía Amblin de Steven Spielberg, tan respetuosa en el fondo con las enseñanzas de Disney, fue acusada de fomentar la violencia entre el público infantil. La reacción de la MPAA no se hizo esperar, y fue cuando cambiaron la calificación por edades, haciéndola más restrictiva. De ahí que en épocas posteriores los estudios ya no hayan vuelto a hacer películas tan provocativas para todos los públicos, lo que ha empujado a un genio como Joe Dante a refugiarse en la televisión. Y, sin embargo, el tío Walt en persona fue el primero que quiso adaptar el cuento seminal de Roald Dahl publicado en 1943 con el título de “Los Gremlins”. Dicha denominación provenía de los tiempos en los que el escritor galés sirvió en la RAF como piloto aéreo, y cuando un avión sufría anomalías fuera de control le echaban la culpa a estos seres imaginarios. Por supuesto que el guion de Chris Columbus supo crear una mitología totalmente nueva alrededor de tales criaturas, estableciendo las tres famosas reglas para hacerse cargo de una de ellas y evitar que se transforme en un “mogwai” (espíritu maligno en cantonés). La moraleja a extraer de las mismas llama a la responsabilidad contraída para con las mascotas.
Pasado el tiempo, lo que hace perdurable y única a esta obra maestra del entretenimiento, no exenta de cargas de profundidad metafóricas, es su esencia de producción de serie B. Costó la hoy ridícula cantidad de once millones de dólares, gracias a que su reparto humano, salvo por la presencia cormaniana de Dick Miller, cedía protagonismo a los monstruitos de Chris Walas.

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