Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «El parque mágico»

Una montaña rusa sin alma

El alto nivel competitivo dentro del género animado obliga a los creadores a exprimir al máximo cualquier excusa argumental y readecuarla dentro de sus posibilidades técnicas. Una tarea que a ratos puede llegar a sorprender pero que, en muchas ocasiones, se torna en un producto de efímero recorrido cuya descarada declaración de intenciones se concreta en alimentar la cartelera con una película destinada a un público familiar que en fechas festivas se decanta por este tipo de proyectos. Son contados los detalles que funcionan en “El parque mágico”, ya que en ella se pretenden fusionar dos conceptos bien diferentes, la poética y fantasía de corte onírica de la animación japonesa –abanderada por los estudios Ghibli– y, por otro, la eficacia técnica y los rasgos de unos personajes que guardan un notable parecido con los diseñados por Disney-Pixar. Lamentablemente, el filme nunca avanza en ninguna de estas dos vías y busca el acomodo en un espacio intermedio que dificulta considerablemente su desarrollo.

El punto de partida es muy suculento por que tiene su epicentro en el fascinante imaginario de una niña capaz de crear el más maravilloso de los parques de atracciones a través de su poderosa imaginación. Un espacio mágico y único que se convierte en refugio para quienes quieren preservar su inventiva. El argumento está muy pobremente desarrollado siendo su referente más claro el magistral engranaje dramático de “Mi vecino Totoro” del maestro Hayao Miyazaki. No obstante, Dylan Brown jamás se muestra seguro pisando este territorio tan resbaladizo y se decanta finalmente por un mensaje bastante sensiblero y en el que se intuyen los miedos que genera en los más pequeños la falta de un ser querido y las consecuentes dudas que ello provoca.