Belén Martínez
Analista social
AZKEN PUNTUA

Pepa Flores

Hay veces que una escribe para tranquilizar, aunque solo pasajeramente, la conciencia. La imagen y la voz de Marisol acompañaron nuestra infancia y adolescencia. Su rostro angelical mantuvo el orden de una edad de oro cruel. Hasta que la oímos quejarse a la manera de Zola en su célebre ‘‘Yo acuso’’.

Sus abusos relatados hurgan en la caja negra de una etapa ignominiosa. Porfiaba en abrir la caja de Pandora siendo acompañada. Sin embargo, estuvo sola, no cómo las #MeToos de ahora. ¡Contad mi triste historia a las niñas que sueñen con ser estrellas del firmamento y del celuloide! La denuncia supuso el advenimiento de ella misma como otra: Pepa Flores.

Huir de Marisol fue un acto de apostasía, y de rebeldía. En ese momento, empaticé con ella y comencé a amarla. Recuerdo la fotografía de Galería de perpetuas. Canciones para mujeres, donde su rostro bellísimo y luminoso (allá Juan Marsé con su conciencia y su «catálogo de atributos de cachorro») anticipaba una retahíla de canciones sobre mujeres de carne y hueso, sin simulación.

Nos queda el testimonio de esta trabajadora de la cultura comprometida con la libertad, el antimilitarismo y la solidaridad de los pueblos. Pepa Flores es una Marianita Pineda lorquiana, gritando, a quien corresponda: «¡Yo soy la libertad, herida por los hombres!».