Nora FRANCO MADARIAGA
ÓPERA

Ganas de lírica

Nervios, excitación y una cierta dosis de euforia acompañaron el recital de la soprano norteamericana de origen cubano. Sensaciones perfectamente comprensibles entre los aficionados que ya daban por perdida toda la temporada en estos tiempos tan difíciles para la lírica. Y es que, incluso en las mejores circunstancias, tener la oportunidad de escuchar en directo a Lisette Oropesa es un auténtico lujo; más aún en los tiempos que corren –gracias al inmenso esfuerzo de ABAO por reinventarse… una vez más–.

La soprano lírico-ligera, junto al pianista Rubén Fernández Aguirre, ofreció un concierto de casi hora y media con un programa de música italiana y francesa que recogía obras de Mercadante, Donizetti, Rossini y Bellini, así como Bizet, Massenet y Meyerbeer; un repertorio magníficamente escogido e inteligentemente distribuido atendiendo a factores como cronología, idioma, estilo o dificultad, donde nada se abandonó al capricho a fin de favorecer el mejor desempeño vocal de la solista, como también el mayor disfrute del público.

Oropesa se mostró no solo cómoda sino incluso contenida en las primeras piezas, con una emisión firme plena de cálida morbidez, que se regodeaba en un registro medio de asombrosa riqueza, aunque sin miedo de explorar la carnosidad de las notas más graves o los holgados agudos –que, astutamente, dejó para las últimas intervenciones– gracias a una impecable calidad técnica que le permite un timbre flexible, homogéneo y brillante en todo su registro.

Destacable su control del fiato, pero más aún porque no abusa del fraseo solo por hacer alarde de su impecable legato, sino porque cada respiración está premeditadamente realizada con la expresividad justa, integrándola en el propio canto. Con la misma sencillez –por no llamarla humildad–, coloraturas y adornos fueron ejecutados con resolución pero sin regodeos ni aspavientos, de modo que no resultaron vacíos juegos de malabares sino refuerzos de la expresividad musical; y los sobreagudos, derrochando ligereza y presencia a partes iguales, fueron justamente racionados, sin ánimo de buscar el aplauso fácil.

En cuanto al pianista barakaldés Rubén Fernández Aguirre, la sutileza de sus manos, su sensibilidad, su manera de respirar con la soprano sin perder un ápice de su propio fraseo y musicalidad, su capacidad casi mágica de anticiparse a la intención de la cantante y ese maravilloso arte de saber estar presente o desaparecer en la medida justa para dar realce a la labor de Lisette Oropesa, le convierten en una parte esencial del innegable y abrumador éxito de una velada que, lejos de saciarnos, nos ha dejado con más ganas de lírica.