Me temo que quienes están a los mandos de la comedia gamberra “Descarrilados” (2021) se han hecho un lío entre el contenido y el continente. Se entiende que el título se refiere a los tres protagonistas que viajan en tren a lo loco, pero se lo han puesto fácil a crítica e internautas que van a decir que la propia película es la que descarrila. Con los chistes, que son constantes para ver si se ganan al espectador por acumulación a falta de verdadera gracia, ocurre exactamente lo mismo. Los tópicos culturales se prestan a la manipulación, y frases supuestamente autoparódicas como «no es retrasado, es español», valen para aplicarlas al propio desfase del cine estatal que representa este subproducto salido de una industria por demás conservadora. O aquella otra puesta en boca de Ernesto Sevilla que proclama «¡cómo grita esta gente, luego dicen de los españoles!», y que también casa con unos diálogos dichos a voces, recordando al Marcial pregonero y cateto de la serie televisiva “Muchachada Nui”.

A fin de cuentas, lo que hace “Descarrilados” (2021) es invertir el sentido del humor del landismo, porque en lugar de ser receptores del turismo ya se cuenta con pasaporte para salir al extranjero por el placer de conocer mundo, y no como emigrantes de la posguerra, aunque se siga sin saber hablar idiomas. Esto se aprecia sobre todo en el personaje de Arturo Valls, que es el que se dedica a ligar con las jóvenes nativas de otros países a pesar de que ya es un cuarentón, al igual que sus compañeros de viaje, con el consiguiente patetismo asociado a la nostalgia por las juergas veinteañeras.

La comedia de Hollywood trató esto hace ya más de cincuenta años en “Si hoy es martes, esto es Bélgica” (1969), en la que Mel Stuart ridiculizaba el turismo estadounidense por el viejo continente, en unos tour organizados y a contrarreloj que solo dejaban tiempo para comprar la postal del lugar visitado.