BeñatZARRABETITIA

LA DEMOCRACIA CORINTHIANA

En abril de 1982, Vicente Matheus dejaba su casi sempiterna presidencia del Corinthians, conjunto brasileño de Sao Paulo, para dar paso a Waldemar Pires, un hombre procendente de la banca que a sus 49 años afrontaba uno de los mayores retos de su vida.

Su primera decisión fue absolutamente disruptiva y rompedora, nombrando al sociólogo Adilson Monteiro Alves como máximo responsable deportivo del club. Fue el impulsor de un modelo que desató la tormenta perfecta, ya que el Timao –sobrenombre popular del Corinthians–, contaba en su vestuario con varios jugadores fuertemente politizados y jóvenes llenos de ímpetu dispuestos a romper con lo establecido. Era el caso de Sócrates Sampaio de Souza, gran estrella del equipo, doctorado en medicina por la universidad de Sao Paulo y admirador de Karl Marx o de Wladimir, el lateral izquierdo que disputó 806 partidos con la elástica del equipo, militante comunista, defensor de los derechos de los jugadores negros y uno de los principales artífices de la llegada del sindicalismo al fútbol. Junto a ellos, los prometedores Walter Casagrande y Biro-Biro o los veteranos Zé María y Zenon fueron las referencias internas en las que se sustentó el novedoso proyecto.

Una nueva lógica llegaba a un país inmerso en los estertores de su dictadura militar. Durante casi tres décadas, desde el golpe de estado que provocó el derrocamiento del presidente electo Joao Goulart, Brasil no había conocido la democracia. Una reforma agraria, la expropiación de refinerías y terrenos privados, su acercamiento hacia la Unión Soviética o sus políticas en favor de la alfabetización, generaron las críticas y movilizaciones de los sectores más conservadores. Así, el 31 de marzo de 1964 se produjo la asonada que provocó el exilio de Goulart a Uruguay, que moriría a finales de 1976 en Argentina bajo sospechas de un presunto envenenamiento en el marco de la Operación Cóndor, y el militar Humberto de Alencar Castelo Branco fue nombrado presidente. Tres años después se instauró un Estado burocrático-autoritario mediante la aprobación de una constitución civil. Eso sí, el presidente siempre sería designado por las dos cámaras del Congreso Nacional, la conservadora Alianza Renovadora Nacional ejercería de facto el papel de partido único, mientras al Movimiento Democrático Brasileño se le admitiría el rol opositor, siempre sin posibilidad alguna de acceder al sillón presidencial. Todo ello, bajo una constante tutela militar y sin libertad de prensa e información.

Durante la segunda mitad de los años 60, la persecución, encarcelamiento, tortura o muerte de los militantes de izquierdas fue constante, así como la destrucción de recursos naturales en la Amazonia. Se estima que alrededor de 8.000 indígenas fueron aniquilados durante la dictadura. La bonanza económica de primeros de los 70 se vino abajo con la crisis petrolífera mundial, lo que disparó la inflación hasta casi un 240%. En 1979, varios partidos políticos fueron legalizados, pero a efectos prácticos, minimizaba todavía más las posibilidades con las que contaba la oposición de llegar al poder. Mientras tanto, las ansías de libertad eran cada vez más respaldadas socialmente.

«Escuela Atlética» vs. «Jogo Bonito»

En lo futbolístico, a poco más de dos meses para la celebración del Mundial organizado por el Estado español en 1982, también se replicaba el debate entre un modelo más rígido, autoritario, ordenado y conservador como el de la «Escuela Atlética» y la apuesta por el conocido como «Jogo Bonito». Tras el fiasco de la Copa del Mundo de 1974, la primera después de Pelé en la verdeamarelha, la federación brasileña designó a Claudio Coutinho como nuevo técnico. Un militar de carrera, graduado en Educación Física, estrecho colaborador de Kenneth Cooper –el inventor del famoso test que lleva su nombre– y que incluso había trabajado para la NASA.

Su ideario pasaba por la disciplina, el orden y la consistencia defensiva del equipo, incorporando novedades como los entrenamientos de 11 contra 12, prohibió beber y fumar en las concentraciones, además de obligar a sus futbolistas a cortarse el pelo. Con él nació lo que se conoció como la «Escuela Atlética». Abandonó la canarinha tras el Mundial de 1978 y falleció practicando submarinismo en Copacabana tres años después. Su legado, sin embargo, permanece en el fútbol brasileño. En 1990, Sebastiao Lazaroni apostó por una línea de cinco defensas con líbero incluido, Parreira y Scolari ganaron los Mundiales de 1994 y 2002 con la presencia de centrocampistas de corte defensivo, mientras que Vanderlei Luxemburgo fue más lejos al eliminar los extremos con su «cuadrado mágico». Una fórmula que buscaba juntar a Rivaldo y Djalminha en el Palmeiras, pero que borraba de su planteamiento a los herederos de Garrincha.

La apuesta de Tele Santana por el «Jogo Bonito» en los campeonatos de 1982 y 1986 fue la excepción, de la mano de enormes talentos como Zico, Sócrates, Éder, Óscar, Falcao, Toninho Cerezo o Júnior. Una máquina casi perfecta que superó en su grupo a la Unión Soviética, Escocia y Nueva Zelanda y que había ganado a la Argentina de un desesperado Maradona en su primer choque de la segunda fase. Todo iba rodado para un equipo que aspiraba a llamar las puertas del cielo, pero al que Paolo Rossi ajustició una tarde de julio en el viejo estadio del Espanyol en la barcelonesa carretera de Sarriá. El periodista Piero Trellini acaba de publicar “El partido”, un libro que aborda todo el contexto de uno de los partidos más importantes de la historia de la Copa del Mundo.

Voz para «los barbudos comunistas»

Aquel era el escenario en el que Waldemar Pires y Adilson Monteiro habían llegado a la gerencia del Corinthians para implantar un proyecto renovador a pocas semanas para el comienzo del campeonato Paulista de 1982. Un modelo en el que todos los integrantes del club tendrían voz y voto en las decisiones, independientemente de si ejercían como dirigentes, futbolistas, fisioterapeutas, conductores del autobús o se encargaban de la limpieza. Algunas de las primeras decisiones fueron sustituir al entrenador Mario Travaglini y dar la baja a Paulo César Cajú y el portero Rafael, por no comulgar con la fórmula autogestionada. El lateral Zé María pasaría a ser el principal encargado técnico junto a Adilson Monteiro. Este fue el inicio de «la Democracia Corinthiana», término acuñado por el publicista Washington Olivetto y el periodista Juca Kfouri. El lema, plasmado en la espalda de los jugadores con una tipografía similar a la utilizada por Coca Cola, causó un enorme impacto.

El éxito deportivo fue incontestable, ya que el Timao se hizo con el campeonato Paulista de 1982, ganando la final ante el Sao Paulo. En la ida, un tanto de Sócrates puso en ventaja a un Corinthians que remachó en la vuelta por un contundente 3-1 merced a un doblete de Biro-Biro y otro gol de Casagrande. Un título que le daba el billete para el Brasileirao de 1983, un enorme torneo que disputaban 44 conjuntos de todo Brasil. Tras superar a ilustres como Fluminense o Vasco da Gama, el conjunto paulista cayó en la tercera fase por detrás de Flamendo y Goias.

Y es que si a finales de los 60 el movimiento de «los tropicalistas», con Caetano Veloso o Gilberto Gil como algunos de sus iconos principales, se convirtió en vanguardia cultural en tiempos de la dictadura, a principios de los 80, fueron varios los movimientos que convergieron para hacer frente a la falta de libertades. Era el caso de la eclosión de grupos de ska, punk o rock en portugués, la influencia de cantantes como Rita Lee o Jorge Ben, el peso del arquitecto comunista Óscar Niemeyer –pieza clave en el diseño de la nueva ciudad de Brasilia–, o la irrupción de jóvenes activistas políticos como Luiz Inacio Lula da Silva y Henrique Cardoso. Sin olvidar, claro, a «los barbudos comunistas» del Corinthians, tal y como les tildaba la prensa de derechas.

En marzo de ese año el senador Teotonio Vilela propuso la celebración de unas elecciones directas para la elección del presidente de Brasil. Un fenómeno conocido como «Diretas já» y que conoció en marzo de 1983 su primera gran manifestación en Pernambuco. Un lema que pronto apareció también en las camisetas o pancartas que lucían los futbolistas del Timao. Al tiempo, el Corinthians volvió a ganar el campeonato Paulista por segundo año consecutivo, de nuevo ante el Sao Paulo, ante cerca de 90.000 hinchas. La celebración de Sócrates y Casagrande con el puño en alto pasaba a la historia, al igual que su lema de «ganar o perder, pero siempre con democracia». El partido de vuelta de la final del Paulista se disputó el 14 de diciembre de 1983, apenas 15 días después de una enorme manifestación que reunió a más de un millón y medio de personas en la ciudad reclamando unas elecciones libres. Los 10 gobernadores que tenían los partidos opositores en Sao Paulo habían suscrito un manifiesto en la misma dirección.

Principio del fin de la dictadura

Así, se llegaría a la conocida como «Enmienda Dante de Oliveira», propuesta por el senador del mismo nombre, y que tenía como objetivo que la ciudadanía pudiese elegir al Jefe del Estado de forma directa. La votación definitiva se celebraría el 25 de abril de 1984, justo 10 años después de la Revolución de los Claveles en Portugal, y figuras como Sócrates habían prometido rechazar las suculentas ofertas europeas con las que contaba en caso de que la enmienda fuese aprobada. Todo ello, mientras el Brasileirao de 1984 llegaba a su fase decisiva, con el Corinthians disputando las semifinales ante el Fluminense. Finalmente, pese al apoyo popular y las movilizaciones, la decepción fue mayúscula, ya que a pesar de los 298 votos favorables y contarse apenas 25 en contra, la ausencia de 112 diputados del PDS impidió que la enmienda contase con el quorum suficiente. Fue el principio del fin para la Democracia Corinthiana, pero también de la dictadura brasileña. En el caso del Timao, el club no alcanzó la final del campeonato nacional, incorporaciones como la del veterano portero Emerson Leao supusieron la inclusión de un auténtico Caballo de Troya para el modelo autogestionado, la marcha de Sócrates a la Fiorentina y los malos resultados de 1985 pusieron en jaque el proyecto. Una fórmula que había trascendido de lo deportivo, obteniendo un gran éxito, liquidando la deuda del club y había conseguido inyectar tres millones de dólares a las arcas de la entidad.

Al tiempo, en la sociedad brasileña, la demanda en favor de las libertades ciudadanas ya era imparable. Tanto que el 15 de enero de 1985 se celebraron unas elecciones en las que el opositor Tancredo Neves obtuvo la victoria. Un resultado que abrió las puertas a un cambio profundo que el propio Neves no pudo comandar, ya que falleció antes de poder acceder al cargo, siendo sustituido por José Sarney. Un mandatario que dirigió un periodo marcado por una grave crisis económica en el que no dio paso a las elecciones directas, aunque sí habilitó el proceso que derivo en la nueva constitución aprobada en 1988, con sufragio universal.

Cuarenta años después del inicio de la Democracia Corinthiana, su legado cultural, deportivo, político y social permanece. Un modelo autogestionado que desafío a la dictadura, que conectó con las tendencias artísticas y populares del momento, liderado por figuras que iban un paso por delante, especialmente Monteiro, Wladimir y Sócrates, fallecido en 2011 tras mantener una vida llena de excesos. Su recuerdo permanece en un club y aficionados que tras su muerte lo homenajearon con el puño en alto. Cuatro décadas después, en las elecciones del próximo 2 de octubre de 2022, Brasil vuelve a enfrentarse a un dilema similar al que inspiró a la Democracia Corinthiana: Progreso y democracia, frente a populismo autoritario e involución.