Oihane LARRETXEA
MOVILIZACIONES DE ETXERAT EN PLAYAS VASCAS

Lo anacrónico del momento a orillas del mar

Los últimos acercamientos han permitido cambiar la foto, pero Etxerat recuerda que aún hay unos 60 presos y presas alejadas; 17 en cárceles francesas. Como cada verano, las playas vascas han sido el escenario donde se ha pedido el fin de la excepcionalidad, como el veto a conceder permisos y la flexibilización de grado cuando corresponde.

Abre esta crónica una imagen de la movilización realizada en la playa de la Concha, en Donostia. Al lado, la convocatoria de Hendaia. Arriba, en esta página, Deba; debajo, otro instante de la capital guipuzcoana.
Abre esta crónica una imagen de la movilización realizada en la playa de la Concha, en Donostia. Al lado, la convocatoria de Hendaia. Arriba, en esta página, Deba; debajo, otro instante de la capital guipuzcoana. (Jagoba MANTEROLA-Patxi BELTZAIZ-Jaizki FONTANEDA | FOKU)

Vuelve un verano más Etxerat a las playas de Euskal Herria, porque un verano más sigue vigente una realidad para nada acorde a la realidad y mucho menos a la legalidad. Anacronía total que los familiares de los presos y las presas vascas denunciaron ayer en la costa vasca.

Quince arenales de Bizkaia (Muskiz-Zierbena, Bakio, Mundaka, Laida, Laga, Ea, Lekeitio y Ondarroa), Gipuzkoa (Donostia, Hondarribia, Mutriku, Orio, Zarautz y Deba) y Lapurdi (Hendaia) vieron interrumpida su dulce rutina de un largo domingo de verano. Primer fin de semana de agosto. El sol brillaba con intensidad y las temperaturas animaban a darse un buen chapuzón. En la capital guipuzcoana (prácticamente) el único plan posible era la playa, aunque la marea alta anunciada para las 12:50 no hacía de ella el lugar más evocador.

Con las doce arrancaron la mayoría de la convocatorias, aunque con salvedades como la de Hendaia, donde comenzaron una hora antes y otros puntos en Bizkaia, donde lo organizaron para la una del mediodía.

Pertrechados con ikurriñas y banderolas que piden la repatriación, francamente, pretender bajar a la arena tenía mucho de proeza. Pero la cuestión resultó efectiva, puesto que lo abarrotado del espacio hizo que fuera difícil no «enterarse» de lo que sucedía en primera linea de playa. Al menos en la Concha.

El «alboroto» ocasionado levantó a más de un bañista, a muchos, de sus toallas, otros interrumpieron su placentero paseo que perfilaba el mar. Quien más quien menos lo comentaba, algunos para mostrar su apoyo, otros para encoger sus hombros.

Donostia, devorada por los turistas, ofrecía por lo tanto una imagen singular, extraña para esos ojos que nos visitan desde el extranjero. «¿De qué se trata?», se preguntaron muchos. Las octavillas informativas que repartió Etxerat con el número de presos, las distancias y los lugares les sirvieron de microguía. «Muchas personas se acercan al menos para preguntar y mostrar un mínimo de interés», nos decía la mujer que se encargaba de difundir las notas.

La foto actual

Los números siguen corroborando lo denunciado año tras año por las familias. Y si bien ya no es una foto fija, estanca, hay mucha tela que cortar. Según desglosó ayer Etxerat, en la actualidad, «del total de 180 presos y presas políticas vascas, aún 41 se encuentran en cárceles periféricas y otras prisiones españolas lejanas, fuera de Euskal Herria, mientras que en las prisiones francesas quedan aún 17».

Aunque considera que, en general, la situación ha mejorado para los presos y para los familiares, su portavoz Xochitl Karasatorre puso el acento en que «casi once años después del final del ciclo de violencia en Euskal Herria» aun quedan presos y presas vascas en cárceles lejanas.

Anacrónico es, según sus palabras, que «17 presos con enfermedades graves e incurables no sean puestos en libertad inmediata, al igual que los 7 presos y presas vascas con más de 70 años de edad». También urgió a que Jakes Esnal, Ion Kepa Parot y Unai Parot «no pasen un día más en prisión», donde llevan más de 32 años. «Y ya es hora de facilitar la vuelta de los 24 exiliados y 8 deportados políticos», pidió.

Karasatorre calificó de «contrario a derecho que tan solo 6 presos estén disfrutando de permisos de salida, cuando, por tiempo de condena cumplido, si se les aplicara la legalidad ordinaria, 151 presos deberían poder hacerlo. Es el mismo mantenimiento de la excepcionalidad y la venganza por el que tan solo 27 presos y presas están en tercer grado, cuando deberían estarlo 122».

Los números sí dan

En esos términos se expresan familiares que estos días han prestado su testimonio a GARA. Amaiur Iragi tiene diecinueve años, y nunca ha visto a su aita libre porque lleva preso 22 años. Desde hace uno se encuentra en Logroño, pero ha conocido lugares mucho más lejanos como Valdemoro, Córdoba y Castelló.

Habla de los años en carretera, de las visitas que ocupaban todo el fin de semana, y de todas las actividades a las que ha tenido que renunciar desde pequeña. «Siendo ya una niña llegaba el viernes y nos poníamos en marcha para volver el domingo por la noche. He tenido que faltar a cumpleaños, me he perdido partidos de fútbol y otros encuentros».

Actualmente su padre está en segundo grado, pero sin flexibilización de condiciones. «Cumple los requisitos para un tercer grado, y también tendría derecho a otros permisos, pero todos son denegados -lamenta-. Es un conjunto de vulneraciones, no es solo el alejamiento», remarca. Sostiene que su aita estará en prisión «como mucho» hasta 2030, aunque aplicando la ley «podría estar saliendo a la calle. El año que viene, además, tendrá cumplidas las tres cuartas partes de la pena, con lo cual, «cumple con las condiciones». Con todo, señala que «los números dan. Solo hace falta aplicar la ley».

Imanol Miner es uno de los presos que ha sido acercado hasta Zaballa, hace concretamente tres meses. Sin esconder el alivio que ha supuesto esto en la familia, sobre todo para su madre, el hermano Elías confirma que en este caso tampoco se le ha flexibilizado el régimen, pese a la concesión del segundo grado. Se muestra optimista con la tendencia, aunque es prudente.

Pello Zelarain tiene a su hijo Oskar en Soria. A falta de ese ansiado acercamiento, recorre junto a su mujer más de 500 kilómetros, entre la ida y la vuelta, una vez al mes. Los peligros que conlleva cada viaje son la mayor preocupación del preso, que hasta que no recibe la llamada y escucha ese «todo bien», no descansa. «Y entonces siente el alivio, hasta la semana siguiente que vuelve ese ‘runrun’».