La grandeza de lo pequeño
Le hice una entrevista a Jesús Larrañaga, la I de Ulgor, cuando se jubiló. Comimos juntos un menú de fábrica y lo pagó de su bolsillo: quiso que lo consignara. En un momento de la larga conversación que mantuvimos me preguntó si sabía cuánto ganaba un obrero cuando ellos, los cinco de Mondragón y el cura Arizmendiarrieta, dieron los primeros pasos cooperativistas. Recuerdo su gesto de sorpresa cuando le respondí: 14,50. En pesetas, claro. ¿Por qué lo sabía yo, cuando en aquel tiempo debía tener muy pocos años? Porque mi padre, un buen conversador, contaba que pasaba un día con la carretilla a paso lento «Australia» (Antxia, el padre del puntista Julito y aitite de alguien que anda ahora por Boise, por lo que leo) ante un ingeniero de Esperanza y Cía y sus ayudantes y tuvo que oír que este le decía: «¿pero qué paso es ese?». La respuesta automática e ingeniosa fue: «de catorse sincuenta». «No le falta razón», comentó el ingeniero a sus acompañantes. Tengo otras aleccionadoras anécdotas con y de mi padre, que no vienen ahora a cuento, pero que aprovecho las ocasiones para trasmitirlas.
He leído en una de las reseñas de Boise que una biznieta de «Australia», con dos generaciones por lo menos residiendo en Estados Unidos, está comprometida con el euskara, con la lengua de sus mayores. Que a su bisabuelo le conocieran como Australia es, naturalmente, porque por allí anduvo; que a su aitite se le conociera como Julito era por su estatura, que le sobraba para ser un gran puntista (cesta punta), en los cuadros delanteros, como el gran Fernando Orbea o Luis Manuel Mendizabal, por ejemplo. Los más altos jugaban desde atrás.
He visto estos días, también, el reportaje de Mikel Reparaz en Australia con el aitxitxe de Jacob Elordi, que dice ser ondarrés pero que le veo, no sé por qué, más como baserritarra que como arrantzale, y tal vez a medio camino entre Ondarroa, Berriatua y Markina. Cuentos estos de viejos que interesan a pocos pero que, siguiendo el consejo del sabio de Zegama Joxe Azurmendi −sin parentescos, aunque más de uno le hizo llegar el pésame a mi mujer pensando que el que iba era yo− de buscar la grandeza de lo pequeño (Txikiaren haunditasuna), no rehúso compartirlo en público.
A Joxe le brotaban las sentencias, reflexionadas, maduradas, como pedradas. Sobre este asunto de nuestra pequeñez le dijo a la actual delegada del Gobierno español en la Comunidad Autónoma Vasca cuando trabajaba en “Deia” (1993) que, para parecer que somos algo, hemos aparentado más de lo que somos: los mejores marineros, los mejores descubridores, los más trabajadores, los más... Lo veía Joxe como cultura extraña asumida, en tanto que defendía que todo lo que es bonito es pequeño, y grandes, solo algunas calamidades. No les vendría mal el consejo a algunos discursos aireados estos días en la Semana Vasca de las Américas, que parecen haber olvidado que lo hermoso de Idaho y Euskal Herria es precisamente la grandeza de su pequeñez. Nos les vendría mal a algunos mandatarios en gira, a la hora de vender nuestras cosas, hacerlo sin exageraciones ni grandezas, sin los engrandecimientos patrios importados que Joxe denunciaba. No les vendría mal tampoco rebajar su vascongadismo, cuando no bilbainismo, y profundizar en lo que hace grande nuestra «diáspora» (denominación discutible, por otra parte), el euskara, la cultura, la territorialidad: zortziak, bat.

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