Desde Jamaica
El 8 de septiembre de 1991, Javier Ortiz escribió en “El Mundo del País Vasco” un modélico reportaje que tituló “Dos vidas y un destino”. Lo inició así: «Tuvieron el mismo final. Nacieron en el mismo país. Sus vidas tuvieron mucho en común. Uno de ellos decidió servir a su pueblo como policía. El otro empuñó las armas en pos de un ideal. Son ejemplo trágico de la violencia que desgarra desde hace tiempo a Euskadi. No serán los últimos muertos. Más allá de las declaraciones oficiales, de los comunicados políticos, de las manifestaciones que generaron sus funerales, había dos vidas. La de Juan Mari y la de Alfonso». Lo finalizó así: «Una radio deja oír la voz cansina y monocorde de Leonard Cohen: Oh el viento, el viento sopla; sobre las tumbas sopla el viento. Pronto llegará la libertad. Y saldremos de estas sombras. Que el cielo haga buena la profecía. Y cuanto antes». En medio, un relato que las facultades de Periodismo −yo preferiría que se llamaran escuelas− deberían proponer... como modelo. Está al alcance de todos todavía en esa plataforma amiga que se llamó “Desde Jamaica”, que tuvo la buena idea de perpetuar la vida de alguien que se fue demasiado pronto... a Jamaica.
Habla Javier Ortiz en el reportaje del militante de ETA Juan María Ormazabal Ibarguren, «Tturko», conocido así, como todos los de la familia, porque ese es el nombre de su caserío. Al periodista no se le oculta la utilización nada inocente que se está haciendo de ese alias, y sale al paso. Habla del ertzaina Alfonso Mentxaka Lejona, de su vida y entorno. Da razón del enfrentamiento que les ha conducido a ambos a la muerte, aportando dos versiones, la oficial, y la obtenida a través de testimonios ciudadanos y familiares. El enfrentamiento ha tenido lugar en la rotonda de acceso al Parque Etxebarria de Begoña, en el que siguen instaladas las últimas barracas: las fiestas de Bilbao no acaban de terminar. Sabe Javier que su trabajo de investigación y la imagen humanizada que proyecta de sus protagonistas incomodará a diestra y siniestra, que es lo mejor que se puede decir y esperar de un buen periodista. Seguramente por eso, intercalará un comentario fuera de relato que dice que «para entender -entender, no aprobar− hay que conocer». Javier, que tuvo una militancia de izquierdas precoz, desaprobó la lucha armada, pero se esforzó por entenderla y explicarla. Algo que ya entonces no era frecuente, ni mucho menos, y sigue siendo hoy, después de desaparecida la actividad armada de ETA, igualmente excepcional.
Sucedió un 29 de agosto de 1991. Con seguridad, ninguna de las versiones que se repetirán en derredor de su aniversario se acercarán tanto a los hechos y su comprensión como el reportaje de Javier Ortiz. El tiempo y el respeto a los protagonistas y a los hechos que les dedicó fueron excepcionales. Los medios de comunicación ya eran entonces muy predecibles. Lo son los de hoy igualmente, pero con menos herramientas profesionales, más basura alrededor, más «enredados». No hay tiros como entonces, pero las sombras no se han disipado y no abundan, como entonces, los que quieran y puedan ayudarnos a disiparlas.

El Patronato del Guggenheim abandona el proyecto de Urdaibai

El PP amenaza con el exterminio político a EH Bildu y sin tener turno de palabra

El exalcalde de Hondarribia fichó por una empresa ligada a Zaldunborda

«Tienen más poder algunos mandos de la Ertzaintza que el propio Departamento»
