José Miguel Arrugaeta
HISTORIADOR
GAURKOA

La verdadera historia de la lucha contra el apartheid

Apesar de que la instauración del sistema de segregación racial en Sudáfrica, conocida como Apartheid, y la lucha en su contra, es un proceso político relativamente reciente en lo histórico, resulta bastante curioso la «amnesia selectiva» de determinados medios informativos así como de algunas elites políticas occidentales. Los olvidos, al calor de la muerte de Mandela no son por supuesto inocentes, sino parte de un ocultamiento intencionado. Detrás de tanto cinismo solo se oculta la «mala conciencia» de haber colaborado activamente con el Apartheid, o en su defecto no haber hecho nada en su contra. Actitud fácil de constatar con hechos, sucesos y documentos.

Sin irme muy atrás en el tiempo, y refiriéndome solamente al mundo, pongamos que desde 1960, es oportuno y necesario subrayar, en medio de tanta «sentida» declaración acompañada de sus correspondientes lágrimas de cocodrilo, que hemos visto estos estos días en medios políticos «occidentales», que fueron precisamente estos mismos países, con EEUU a la cabeza, por supuesto, acompañado fielmente de sus socios europeos de entonces, más Canadá, Israel, Japón y un más que largo listado de países, los que tuvieron como leal «aliado anticomunista» a la Sudáfrica racista en un contexto de «Guerra fría».

Nadie conoce ni puede argumentar que los países occidentales promoviesen ningún bloqueo comercial y financiero, medidas de obligado cumplimiento del Consejo de Seguridad de la ONU, propuestas «de intervenciones humanitarias», ni de nada similar. En realidad, lo que uno puede constatar es precisamente todo lo contrario: Una colaboración bastante fluida en múltiples niveles como pueden ser los comerciales, tecnológicos, financieros, inteligencia y acciones encubiertas (es decir, represión) entre otros, fundamentales para la subsistencia y reproducción de cualquier sistema. Lo más que uno puede rastrear en esas décadas infames, en que Mandela «picaba piedras» en trabajos forzados junto a sus compañeros de la dirección de ANC, son gestos menores de tipo diplomático, mediante los cuales las potencias occidentales argumentaban «regañar» a sus socios de Pretoria para convencerles de que moderasen en algo sus excesivas prácticas raciales. Posteriormente, Fidel Castro, testigo de muchas cosas, resumiría la actitud occidental de aquellos años en una sola frase, «amigos ayer del Apartheid, hoy compiten por simular amistad».

Como contraparte, cualquiera que se interese por la verdad puede encontrar con suma facilidad numerosas referencias del apoyo práctico, material y político a la resistencia antiapartheid del Congreso Nacional, dirigido por Mandela desde la prisión, por parte del Bloque Socialista y sus aliados, entre los cuales habría que destacar a las extintas URSS y República Democrática Alemana, y a Cuba con un protagonismo muy particular.

Y puestos a particularizar, el caso de Cuba resulta más que esclarecedor en medio de determinados «olvidos». Desde 1975 y hasta 1990, los EEUU (y sus socios) se hacían los locos frente a las masivas e institucionales violaciones de cualquier derecho humano en la Sudáfrica racista, pero aliada, al tiempo que apoyaban muy activamente las intervenciones «fronterizas» del ejército sudafricano. En esos mismos años un total de 350.000 cubanos y cubanas (civiles y militares) garantizaban en la práctica la independencia de Angola y enfrentaban en el terreno al ejército racista sudafricano (y sus diversos aliados locales) que imponía su idea de supremacía blanca, manu militari, en sus alargadas fronteras. Algo esencial para la supervivencia de un régimen blanco que vivía ya rodeado de países independientes, con una población básicamente negra.

A fines de la década del 80 del pasado siglo, la batalla de Cuito Cuanavale, de la cual seguramente casi nadie de ustedes ha oído hablar, rompió el corazón del sistema de defensa del Apartheid, basado en la supuesta «invencibilidad blanca». Un cuerpo militar de 40.000 hombres (angoleños y cubanos) con 500 tanques, miles de piezas de artillería y una parte sustancial de la fuerza aérea cubana destrozaron sin concesiones a las fuerzas racista y sus aliados. Las consecuencias no se hicieron esperar, los llamados acuerdos de Nueva York (firmados por Sudáfrica, Angola, Cuba, la URSS y los EEUU) garantizaron finalmente la independencia e integridad de Angola, la autodeterminación de Namibia y confinaron definitivamente al Apartheid a la propia Sudáfrica.

Desaparecido el «cinturón de seguridad», puestas las fronteras sudafricanas donde deberían haber estado tres décadas atrás (retraso siempre apoyado por EEUU y sus aliados) y acosado desde dentro por el creciente y masivo rechazo interno al régimen, para nadie era un secreto que el sistema de segregación racial tenía sus días contados, incluso para su siempre aliado EEUU, que a partir de entonces adaptó, rápida y mediáticamente, su posición pública en esa dirección, y fijaron su vista en Mandela como único interlocutor posible.

No piensen que lo que acabo de describirles brevemente es una versión personal, el mismo Nelson Mandela, durante su visita a Cuba en julio de 1991, calificó la «intervención» cubana en África como «sin páralelo en la historia», al tiempo que afirmaba que fue factor esencial del final del régimen de segregación racial en su país. Sus palabras de agradecimiento al pueblo de Cuba, en La Habana y acompañado de Fidel Castro, hablan además por sí mismas, del inmenso sentido ético y revolucionario de un Nelson Mandela a prueba de compromisos o conveniencias.

Y puestos a hablar de Mandela, o más exactamente de Madiba, que es el alias, cariñoso y cercano con el que su gente siempre lo identificó, lo primero que habría que aclarar es que fue un revolucionario a carta cabal, con el corazón a la izquierda y la sangre bien roja, por mucho que pretendan ahora disfrazarlo de Lady Di.

Y en esa dimensión de su vida, absolutamente política, los datos, argumentos y realidades hablan por sí mismos y no admiten ni doble moral ni mayores interpretaciones. Madiba fue dirigente del ANC, formando parte de una generación de dirigentes, bastante menos conocidos pero no menos importantes, que decidieron dedicar su vida a una causa justa y legítima, que fue la proyección de una nueva Sudáfrica que pudiese incluir a todos y con justicia social.

Madiba y sus compañeros se vieron obligados a ser resistentes de largo recorrido ante las actitudes y reacciones de régimen segregacionista. Y en ese mismo camino Madiba asumió y fomentó todas las formas de lucha, por eso fue también fundador de «La Lanza de la Nación», el brazo armado del ANC, cuya actividad siempre apoyó y nunca condenó, ni en las peores circunstancias y a pesar de los excesos de cualquier enfrentamiento. Y es oportuno recordar, en estos días, que hasta hace poco (incluso siendo ya presidente de su país) Mandela tenía prohibida oficialmente la entrada en EEUU pues seguía incluido en su «muy particular» listado de terroristas. Prueba fehaciente del inestimable apoyo que los Estados Unidos dieron, no a la resistencia antiapartheid, sino al régimen racista.

Más allá de su inmensa capacidad de resistencia, la entereza para defender sus principios, su dignidad personal o su enorme autoridad moral, Madiba fue un inmenso líder político y humano que supo tener una clara visión de futuro y convencer a su gente de que un proyecto de país merecía y requería de inmensa paciencia, de una capacidad política integradora, que no asumiese los valores de sus contrarios como propios. Fue capaz de perdonar sin olvidar, en aras de una paz necesaria, y se convirtió en piedra angular de diálogos y acuerdos aparentemente imposibles pero reales. Para mí fue un revolucionario realista y futurista al mismo tiempo.

La labor que se propuso sin duda tuvo resultados positivos, seguramente imperfectos pero que evitaron múltiples violencias previsibles, por eso hoy los sudafricanos, de todas las edades y colores, lloran y rinden homenaje a su Madiba, pues lo consideran el «fundador» de su joven nación, aun llena de problemas, contradicciones y dolorosas desigualdades sociales. Pero él nunca les prometió llegar a cambiar tanta injusticia, simplemente dejó todo preparado para que otros puedan continuar su lucha revolucionaria sin necesidad de violencias innecesarias.