Maite SOROA
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PAPEREZKO LUPA

El insulto y la bajeza, un desarme imposible

Bueno, pues ya está. Con una expectativa más grande entre la clase política y periodística que entre la ciudadanía normal y corriente, la Comisión Internacional de Verificación ya ha pasado por por el país. Y ha dejado evidencia de que en el camino del desarme paso a paso las cosas avanzan. Ahora sería deseable que nadie viera en esos pasos ni un triunfo ni una derrota, que todos tomaran en su justo valor -que políticamente es notorio- el paso dado y que nuevas inciativas, desde otros frentes y ámbitos, ayudaran a que la rueda gire y siga girando y el camino emprendido se profundice.

Dicho lo cual, que a servidera le parece de sentido común, sería deseable también que los periódicos -y no solo los del infraebro- pusieran un poco de cordura y dejaran los insultos y las tonterías a un lado. Tras haber leído lo que una leyó ayer, pedir un poquito de por favor es el mínimo recomendable.

Sirvan como muestra estas dos perlas del insulto más bajo y pueril. Pello Salaburu, el exrector de la UPV de tan infausto recuerdo, metido a plumilla en páginas de opinión, dejaba en «El Correo» una pieza que retrata al personaje. «Nos gusta el teatrillo», afirmaba en relación a la comparecencia de ayer de la ICV, que calificaba como «un grupo de turistas internacionales especializados en la homeopatía política», y concluía preguntándose «si no sería más eficaz que organizasen una rogativa para que ETA se disuelva». Gracioso él, termina ofreciéndose en esa labor: «yo les podría dejar mi aparatito de la mesilla para que aseguren el tiempo. No vaya a ser que el día elegido les acabe lloviendo». Ya ven cuál es el nivel del exrector, ¡de buena se ha librado una de las universidades del país!

Calcadito a Salaburu, Pedro Narváez, en «La Razón», se apuntaba a la juerga. Su columna «El teatro del absurdo» va en la misma onda, con un pelín más de testosterona, pero a la par. Lo de Bilbo fue un «acto de bellaquería», una «performance» interpretada por «titiriteros de la muerte». Y dicho esto y sandeces del mismo pelo, terminaba con una frase antológica: «no nos dejarán vivir hasta que bajen definitivamente el telón».

¡Qué daño está haciendo ese sentido tan trágico y tan falso de la vida al periodismo! ¡Pobrecitos, qué sinvivir! Un poco de pena sí que dan, sí.