Se conjugaron los factores para una gran noche de canto en Bilbao. Hubo una clara triunfadora, Elena Mosuc, referencial en su encarnación de Elvira. Lo dio todo y las dio todas (los agudos, la coloratura, la afinación), pero además lo hizo llevándose la partitura a su terreno y arriesgándose. Se expresó a sus anchas, lo que en ocasiones puso en serios aprietos al director José Miguel Pérez Sierra, quien supo estar a la altura con un control del tempo preciso y flexible. A pesar de su juventud, Pérez Sierra se está convirtiendo en un valor seguro para determinados repertorios y aquí lo volvió a demostrar, aunque la Orquesta de Nafarroa no siempre le respondiera con el equilibrio deseable, especialmente en algún solo de los vientos que fue sonrojante. El rendimiento de la OSN fue, en cualquier caso, más que aceptable. Peor estuvo el Coro de Ópera de Bilbo, que lleva encadenando actuaciones problemáticas desde hace demasiado tiempo. Si esto es recurrente con óperas y directores de lo más diverso, quizá debieran buscar las causas en sus propias filas.

Volviendo a los solistas, que es lo que realmente importa en «I Puritani», Mosuc estuvo acompañada por un bravo Arturo de Celso Albelo, brillante, enérgico, fraseado con inteligencia y transportado por una voz que corría más que bien por el enorme espacio Euskalduna. Sus agudos -uno de los morbos de esta ópera- no estuvieron resueltos con todo el impacto que esperábamos, pero aún así Albelo se regodeó con un papel que es una auténtica pesadilla técnica para cualquier tenor. Le aguantó bien el tipo Simón Orfila, un bajo no demasiado bajo pero que regaló algunos de los momentos más exquisitos de la noche con su sutil dominio del fraseo. El Riccardo de Gabriele Viviani fue más discreto, pero, en general, difrutamos de una noche de altísimo nivel canoro. Y la escena, una trinchera de la Primera Guerra mundial, no molestó a los cantantes.