Interior declara la guerra a los trolls
El Estado español necesita reforzar la unidad nacional buscándose enemigos imaginarios. Quizá también porque su «unidad nacional» sea también imaginaria. Parece un argumento recién salido de «El Señor de los Anillos», pero el titular de esta columna, que Fernández Díaz (conocido en su pueblo como el Rompepuertas, por una anécdota que prometo algún día contar) ha declarado la guerra a los trolls es absolutamente cierta. A los trolls de internet, se entiende. Siguiendo con su delirio, el Rompepuertas ya hablaba esta semana de trolls yihadistas medrando por las redes sociales, que serían algo así como Cibermordor. Y, sinceramente, no deja de resultar quijotesco eso de inventarse una pelea contra monstruos con turbante. Ya de paso, como es costumbre, el PP aprovechará cualquier rendija para teñir los trolls de rojo separatista, el color que, para el Rompepuertas, al igual que para su padre, siempre ha sido el del enemigo.
Esa cruzada contra personajes de fábula, como aquella que llevó Paco el Medallas contra el contubernio judeo-masónico, tiene la ventaja de que nunca se ganará. Y así, el Estado español vivirá permanentemente en guerra, que es lo que siempre han querido. Fernández Díaz se dejará de tanta virgen y se encomendará al fin a Santiago Matatrolls. «Santiago y cierra España» cobrará un nuevo sentido, el de páginas e ideas que se bloquean en nombre de la patria y personajes ficticios (con multas y detenciones reales) que acabarán desapareciendo de las redes por coquetear con el mal gusto, el chiste fuerte o, simplemente, por cuestionar la veracidad de la cruzada contra los molinos de internet. De paso, quedarán heridas de muerte para siempre la ironía, el doble sentido, el humor negro, el punk y el dadá.
Llegados a este punto, es imposible no citar a Millán-Astray y no temer que un regreso al pasado sea el final del camino emprendido. Corría octubre del 36 cuando el fundador de la Legión se emocionó en el paraninfo de la universidad de Salamanca gritando: «Muera la inteligencia. Viva la muerte».

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