Jiménez se va, agur al Pimpinela foral
Lauren and Hardy, el ying y el yang, la materia y la antimateria... Yolanda Barcina y Roberto Jiménez. A mi juicio, todo son binomios indisolubles. Quitando una parte, se pierde el todo. El dúo Pimpinela de la política navarra se disuelve por abandono. Jiménez se va y muchos entienden que, al fin, ese eterno pulso que mantenía con la mandamás de UPN ha acabado decantándose de la mano de la presidenta. A base de paciencia (y, a qué negarlo, un poco de esteroides del Supremo cuando las dietas y un buen auxilio de Rajoy con lo de la Hacienda), Barcina ha acabado por ser la única cabeza visible del régimen. Pero... ¿es una victoria? ¿Tiene sentido Barcina sin Jiménez?
A veces, los gemelos siameses pueden sobrevivir a la separación de sus cuerpos. Pero, cuando comparten un órgano vital como el corazón o están unidos por la cabeza y tienen un mismo cerebro, ni el mejor cirujano puede hacerlos independientes. Y no nos engañemos, que el régimen en Nafarroa tiene un único corazón y una única manera de pensar. Sin Jiménez, Barcina desaparecerá del mapa político. Al tiempo. Sé bien que la presidenta volverá a aquello de que es el rompeolas frente al nacionalismo. Pero sin esas discusiones, casi de novietes, sin esos apoyos cuando más falta hace, sin esos dimes, diretes, carantoñas y rabietas, Barcina se diluirá como un terrón de azúcar en un vaso de café negro.
Sé que la presidenta dirá que no, que su yang no era Jiménez, sino los malvados abertzales. Se equivoca. Eso de que UPN es un rompeolas contra el independentismo es una imagen algo poética, pero que dista mucho de la realidad. Sin Jiménez, la marea salta por encima del dique, rebasándolo por todos los costados. Sin PSN, UPN se hunde.
Y Jiménez no se va por sus desamores con Barcina, ni por lo de la moción de censura. El de Pitillas se marcha porque el barco está naufragando y quiere largarse el primero. El sustituto es irrelevante, porque el problema está en el navío. Barcina se queda, pero no porque divise tierra, sino porque es la capitana y no le queda más remedio. ¡Gluglú!

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