Paco Martínez Soria en Iruñea

Son 142 kilómetros. Esa es la distancia que separa Iruñea de Zornotza, donde vive quien esta columna suscribe. Pudiera no parecer tanta distancia, pero tuve la sensación de haber cruzado una galaxia la primera vez que llegué a sanfermines. Lo cierto es que, nada más bajar del autobús, me sorprendí mirando con tal asombro a uno y otro lado que vi en mí a una suerte de Paco Martínez Soria al que solo le faltaba la boina enroscada, una maleta de cartón y una gallina bajo el brazo.
Tal panorama solo fue posible gracias a quienes crecimos, pobres ilusos, viendo la tele y pensando que toda Iruñea estaba hasta el día 14 como la Plaza del Ayuntamiento. Hasta la bandera y todas sus esquinas a rebosar de guiris cuya piel había adquirido ya el color de la sangría que se derramaban continuamente por la cabeza. Incluso habría quien imaginaba largas colas de descerebrados que, en el fragor de la batalla, optan por jugar a la ruleta rusa en la fuente de Navarrería.
A vosotros, iruindarras, tal vez os suene un poco a chino lo que os estoy contando, pero seguro que, como yo, hay innumerables «Pacomartinezsorias» a lo largo y ancho de Euskal Herria.
Para todos aquellos que de Iruñea conocíamos casi de forma exclusiva el trayecto entre los Golem y el Paseo Sarasate -antes de que el autobús volviera a recogernos al hotel Tres Reyes-, se nos hacía casi increíble lo que nuestros amigos nos contaban sobre las fiestas de la capital navarra. Sobre la forma de vivir sus fiestas. De sentirlas en lo más profundo.
Y tal vez por todo lo anterior la sorpresa fue mucho más grata. Sorprenderse a uno mismo cantando rancheras -espada láser en mano, of course- subido a un banco del antro más recóndito de la capital cuando en la calle aún casca el sol ayuda a darse cuenta de que en los sanfermines hay algo que te engancha. Que te impone una especie de obligación de volver año tras año.
Probablemente todo esto sería mucho más difícil sin el curro que se pegan las peñas y gente como la de Gora Iruñea para conseguir unas fiestas para todos y todas. Unas fiestas vivas para una ciudad viva, lejos de esos espacios de cartón piedra que querrían aquellos que miran al mundo desde la atalaya de su poltrona.
Por eso, en nombre de todos aquellos foráneos que tenemos los sanfermines marcados de rojo en nuestros calendarios, unas pocas palabras: Zorionak eta segi aurrera!
(¡Nos vemos a la hora del marianito!)

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