En pantalla no lucen los 15 millones de dólares que se supone que ha costado “Autómata”. Más bien parece una película sicotrónica a la que le traicionan sus pretensiones. La ambientación es muy chatarrera, por aquello de que en el futuro distópico enseñado por el sudafricano Neill Blomkamp se va a acabar imponiendo el lado más marginal de las ciudades actuales, con sus guetos y todo eso. Y, luego está el inmenso desierto, que propicia un duelo final de «gazpacho-western» con gabardinas prestadas de cuando Sergio Leone pasó por Almería. Nada comparado con la aparición como invitada de Melanie Griffith, haciendo de superviente humana en una película de robots, tal vez para representar la pérdida progresiva de las facciones naturales.

Ojalá «Autómata» se hubiera quedado en una divertida serie Z, pero el reparto internacional y la producción de Antonio Banderas cargan de ínfulas el proyecto, queriendo jugar en las ligas mayores de la ciencia-ficción. A tal fin el guion reconvierte las leyes robóticas de Isaac Asimov en «protocolos», que total es lo mismo. Pero, ¡ay!, los diálogos. Las conversaciones entre robots y humanos pretenden competir con las pronunciadas por los androides de «Blade Runner». La conclusión que saco es que el mañana podrá ser un asco, pero el lenguaje filosófico estará a la altura del de cualquier convento medieval.