EDITORIALA
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Políticas inspiradas en valores pobres que establecen techos

En cualquier ámbito humano, no existe manera más triste de subir la media o destacar que rebajar los estándares hasta niveles paupérrimos. Todo es relativo, se suele decir, pero las referencias que tomemos determinarán el grado de satisfacción con lo logrado. Así, si ligamos nuestro éxito a la comparación con otros que están peor, justificaremos nuestras miserias e incluso podremos aparecer estupendos. Esto lo mismo vale para las personas que para las comunidades y los pueblos. Y nuestra clase dirigente, el establishment vasco, el grupo de interés con responsabilidad en marcar el ritmo, la dirección y las políticas que condicionarán nuestra posición y desarrollo en las próximas décadas, tiene una falta de ambición histórica y una soberbia que solo cabe contrarrestar señalando las miserias del Estado que nos domina. Pero siguen haciendo de él su referencia.

El autonomismo vasconavarro ha establecido que lo máximo a lo que puede aspirar la ciudadanía es a estar a la cabeza de las estadísticas positivas del Estado español. Podemos tener menos paro, exportar algo más, lograr salarios un poco mejores, un punto más en los estudios sobre educación y cultura general, algo menos de corrupción, servicios un poco más decentes... y poco más. Nuestro techo es ser una suerte de «españoles de primera». La semana ha mostrado sus fuentes de inspiración.

Liderazgo inverso y falta de responsabilidad

La imagen de todo un lehendakari enfrentándose a sindicalistas que protestan por los recortes que su Gobierno está aplicando es tremebunda. De entre todas las opciones que Iñigo Urkullu ha tenido durante los últimos meses para sacar su orgullo y su carácter, ha ido a elegir aquella en la que se enfrenta a trabajadores defendiendo derechos. La frase «¿es este tu puesto de trabajo habitual?» que espetó a su interlocutor es toda una declaración de intenciones. Tiene además una vuelta simple: ¿Acaso ese es el suyo, increpando a manifestantes? ¿Es la defensa de los derechos laborales lo que le enardece a él? O, más sencillamente, ¿es esa la imagen que quiere transmitir el lehendakari, la de un político fuera de sus casillas frente a quienes están criticando legítimamente sus políticas? No se puede sostener que la prioridad de su Ejecutivo son el empleo y las personas para luego actuar así contra quienes están defendiendo servicios dignos y empleo de calidad, por mucho que discrepe.

El Ejecutivo de Iruñea también defiende políticas que van contra las personas, y es capaz de defenderlas no solo frente a sindicatos y oposición, sino incluso frente a gestores elegidos por ellos mismos, que denuncian la inoperancia de sus servicios, el clientelismo y la mala gestión política. Ocurría esta semana en sede parlamentaria, cuando el exgerente de Osasunbidea, Juan José Rubio, exponía el colapso al que el Gobierno de Yolanda Barcina ha llevado al servicio público de Salud, otrora modélico. Su responsable, la consejera Marta Vera, se limitaba a acusar al gestor, incapaz de contradecir su diagnóstico crítico. Pasado mañana Barcina volverá a hacerlo al defender su posición respecto al IVA de Volkswagen, un error de su Gobierno que amenaza con llevar a la quiebra a Nafarroa.

Soberbia y opacidad en un mismo paquete

Si de soberbia hablamos, no obstante, la semana ha dejado un claro vencedor: José Luis Bilbao. No se sabe si en un aviso a navegantes o en una venganza postrera, pero sus declaraciones en las que fardaba de conocimiento de irregularidades y delitos fiscales y financieros en su territorio muestran un modo de hacer preocupante.

Desgraciadamente, la falta de transparencia es hoy por hoy parte de la cultura política vasca. Lakua ha mantenido en secreto durante un mes un acuerdo con Madrid para congelar partes de la LOMCE, en concreto las relacionadas con la enseñanza del euskara. Presentado como un logro, el acuerdo también establece un techo, el actual esquema de modelos lingüísticos, que toda la comunidad educativa considera superado.

Contrainsurgencia inspiradora

Resulta sorprendente que el Gobierno de Lakua lance un programa como Hitzeman, destinado a la resolución de la situación de los presos vascos, y no se inspire en programas dedicados a la resolución de conflictos y a los derechos humanos, sino en la Vía Nanclares. Esa vía, no desde el punto de vista de quienes la han adoptado, sino desde el punto de vista de quienes la han promovido, es un arma de contrainsurgencia clásica que no se guía por los derechos humanos.

Y en este momento los derechos humanos que se vulneran son los de los presos. Las políticas al respecto deben priorizar el cumplimiento de los sucesivos mandatos que en relación a la dispersión, los presos enfermos, las garantías procesales... ha adoptado el Parlamento.

Todo es mental

Como si se tratase de Bruce Lee con su letanía de «be water, my friend», el PNV considera ahora que la independencia es un estado mental. Lo mismo cabe pensar del respeto a los derechos de los presos, de la lucha contra la corrupción, del paro y, por qué no, de la paz.

En Euskal Herria existe factor humano de sobra para romper ese techo que algunos quieren establecer, para buscar caminos propios, pirateando e inspirándose en modelos de éxito reales, llevando a cabo políticas progresivas y emancipadoras, quebrando las inercias. Pero para lograrlo hay que liberar energías, no intentar controlarlas. Sin asumir riesgos es imposible avanzar, y si no se avanza se inhibirán las potencialidades acumuladas durante décadas de lucha. Contra los techos mentales hay que poner suelo firme.