@albertopradilla

Un tablero que cambia para seguir prácticamente igual

El sistema bipartidista aguanta en Andalucía pese a la irrupción de Podemos y Ciudadanos. Es cierto que los números no son extrapolables al Estado, pero la foto servirá para afinar estrategias.

Susana Díaz, presidenta de Andalucía. (Cristina QUICLER/AFP PHOTO)
Susana Díaz, presidenta de Andalucía. (Cristina QUICLER/AFP PHOTO)

Certificar la muerte del bipartidismo español era más fácil en las encuestas que en la práctica y los resultados de las elecciones andaluzas son el ejemplo de que, por profunda que sea la crisis que atraviesean PP y PSOE, no tienen previsto vender barata su decadencia. Con el permiso de un PP hundido, pero que sabía lo que le venía encima, lo cierto es que si alguien se ha llevado un buen correctivo en estos comicios han sido las dos opciones transformadoras: Podemos e IU. Cada una en su medida, obviamente. La primera irrumpe con 15 escaños y su decepción es no haber logrado unos resultados acordes a sus expectativas mientras que en el caso de los segundos dejarse dos tercios de sus escaños es un resultado que ha encendido las alarmas, ya que el batacazo del domingo puede verse como el ensayo de un ciclo político en el que no van a tenerlo fácil. No deja de ser paradójico que en los comicios que se presentaban como el pistoletazo de salida del cambio hayan sido las dos formaciones que más abogaban por la transformación las que han sufrido la mayor decepción. Todo ello teniendo en cuenta el tópico que dice que estas elecciones «no pueden ser extrapoladas» al Estado, como ayer se encargó de repetir el presidente español, Mariano Rajoy. Sin embargo, si hay una lupa que se ha empleado para analizar los comicios es la que analiza las cifras en clave estatal. El año de las urnas es largo y, al igual que ocurre con las encuestas, elecciones que no tienen que ver entre sí puedenservir para marcar tendencia. Si bipartidismo se entiende solo en su sentido corto, como el juego entre dos grandes formaciones, es cierto que ha pasado a mejor vida. Si le damos una connotación que va más allá de cómo está constituido cada parlamento, el sistema ha demostrado que tiene capacidad de regenerarse y ahora son tres las patas que lo apoyan.

Siguiendo esta lógica, Susana Díaz es la gran triunfadora, pero el régimen político también respira con alivio. Sí, es cierto que el Parlamento andaluz estará ahora más fragmentado, pero en la práctica esto no afectará a la gobernabilidad. Los 17 escaños que se deja el PP no son poco, pero si se considera a las dos formaciones como pilares de un modelo, lo importante es que este se mantiene en pie. Es cierto que la plaza andaluza no era la más propicia para un terremoto, pero las urnas han permitido que tanto Génova como Ferraz respiren un poco. No como partidos, ya que cada uno tiene su particular guerra interna, sino como «establishment».

Salvar los muebles no implica que no se repitan las batallas internas que nunca han cicatrizado. En el caso de Ferraz, con Susana Díaz convertida en el contrapeso de Pedro Sánchez a quien ella misma entronó y reforzada por el éxito de haber adelantado las elecciones. En un primer momento se especuló con la opción de que la presidenta andaluza quisiese competir con el secretario general de Ferraz en unas primarias para la jefatura del Gobierno en Madrid. Ahora, sin embargo, se descarta, después de que ella haya reiterado que se dedicará exclusivamente a Andalucía. No obstante, esto no quiere decir que no pretenda mandar en la sombra. Y como el PSOE es un partido roto en el que las alianzas cambian según los contextos, la recién renovada legitimidad de Díaz puede ser aprovechada por los críticos con Sánchez para laminar su autoridad.

En clave andaluza, las elecciones han demostrado que el bastión del PSOE no cambia de color tan fácilmente. Ni el 34% de paro ni los escándalos de los ERE son argumento suficiente para que el gran feudo de Ferraz cambie de manos. Cierto es que existe un entramado clientelar que explica la fidelidad hacia Ferraz. Sin embargo, la dependencia no lo es todo y la hegemonía también se explica con la profunda identificación entre PSOE y territorio que tan bien ha explotado Susana Díaz. Mantener su bastión, que es una buena noticia para un partido en decandencia, pone de manifiesto también sus propias carencias. Es decir, que solo de Despeñaperros para abajo el partido liderado por Pedro Sánchez aguanta. De este modo, en lugar de un proceso de «pasokización», en referencia a la decandencia del PASOK, su homólogo griego, el partido estaría sufriendo una reducción de su ámbito que lo estaría convirtiendo en un partido con influencia solo en Andalucía.

Electorado y discurso

En Génova, tras el descalabro, las cosas tampoco pintan bien. El objetivo era no perder demasiado y la caida ha sido mayor de lo que los jefes del PP esperaban. Como era previsible, el «verso suelto», la candidata al Ayuntamiento de Madrid, Esperanza Aguirre, aprovechó para cargar contra Mariano Rajoy y le responsabilizó del «dedazo» que entronó a Juanma Moreno Bonilla. El poder siempre es un buen pegamento y las previsiones para el PP, pese al desgaste de tres años de recortes y escándalos de corrupción tampoco son tan malas. Así que el ruido que pueden hacer los díscolos no es tanto. No obstante hay dos datos que están interrelacionados y que el PP tendrá que empezar a analizar con cautela. El primero, que su electorado ya no es impermeable a la corrupción. El segundo, que el discurso del miedo en referencia a Podemos tampoco va a ser suficiente en el futuro para asegurarse el apoyo en las urnas ya que la irrupción de Ciudadanos lse ha causado más daño del que se esperaba. ¿Hasta qué punto la estrategia de contraponer el partido de Albert Rivera al de Pablo Iglesias se le ha ido de las manos a Génova? Un buen termómetro será el modo en el que los medios de comunicación conservadores comiencen a tratar a la formación de origen catalán, tras unos meses en los que ha sido aupada entre algodones. No obstante, tanto PSOE como PP han aguantando. Se dejan 20 puntos, sí, pero mantienen más del 60% de los apoyos, lo que implica un porcentaje mayor que el exiguo 50% que lograron en las europeas. No es «extrapolable», cierto, pero deja en evidencia que el ciclo político no iba a ser un «vini, vidi, vici».

Eso lo ha tenido que aprender Podemos, para quien los comicios del domingo suponen su primer encuentro con la frustración. Tras un año de fulgurante ascenso, el partido del círculochocó con un escenario que no era el que había esperado. Cierto es que 15 diputados no es poco, pero cuando las encuestas habían vaticinado que se vería las caras con el PP y que laminaría profundamente al PSOE, sabe a poco. Habrá que ver qué análisis hace la cúpula de la formación pero parece evidente que se reabrirá el debate entre quienes abogan por una mayor «centralidad» buscando un electorado amplio y los que se reivindican hacer énfasis en el perfil de izquierdas. En este debate tendrá impacto también la irrupción de Ciudadanos, ya que cierra capacidad de crecimiento al partido de Iglesias en ese ambiguo espacio que se llama centro pero que gira a la derecha. También es cierto que el hecho de que entre al tablero el partido de Rivera puede servir para definir hacia la izquierda a un partido que juega con la ambigüedad. Hay espacios que, sin un competidor, Podemos aspiraba a colonizar pero que con la irrupción de Ciudadanos se convierte en terreno vedado..

Anverso y reverso

El partido de Rivera es el reverso de Podemos también en el resultado electoral. Si los de Iglesias aspiraban a más, los de Rivera no se esperaban tanto, así que era lógica su satisfacción. No solo hostigan severamente al PP sino que se convierten en un grupo clave a la hora de garantizar la gobernabilidad, lo que puede ser bien aprovechado mediáticamente. Susana Díaz ya ha dejado claro que gobernará en solitario pero, para ello, necesita por lo menos que le avalen en la investidura. Parecía que el PP podía ser la pata que sostuviese desde fuera el Ejecutivo del PSOE, en una especie de ensayo de la tan anunciada «gran coalición» que trataría de eludir la debacle del «establishment». No obstante, el candidato del PP, Juanma Moreno, ya ha afirmado que no votarán a Díaz como presidenta. En ese caso todas las miradas se situarán en Ciudadanos. Y en nombre de la «estabilidad» puede terminar convirtiéndose en la pata en la que se apoyen tanto PP como PSOE en futuros pactos electorales. Si el objetivo era construir un «Podemos sin coleta» la criatura es todo un éxito. Claro, que eso puede implicar también que se amenace el caladero de votos del PP y que los mismos medios que hasta ahora le trataban con mimo comiencen a atacar.

El cambio tendrá que esperar y el primer ensayo servirá para afinar estrategias. Lo ocurrido en Andalucía no puede ser extrapolable a todo el Estado pero supone una primera foto fija en el mundo de las encuestas. Casi sin tiempo para respirar comenzará la campaña de forales, autonómicas y municipales, que es la partida clave para el cambio político en el Estado.