Ingo NIEBEL

Wielun, cuando Richthofen creó el «Gernika polaco» en 1939

Hoy se cumplen ochenta años de la invasión alemana de Polonia, inicio de la II Guerra Mundial. Mentiras, crímenes de guerra e indemnizaciones no pagadas cargan las relaciones entre Varsovia y Berlín. La reconciliación requiere más que palabras bonitas.

Este domingo, a las 4.40, el presidente polaco Andrzej Duda, del partido conservador, católico y derechista Prawo i Sprawiedliwość (PiS, Ley y Justicia) conmemorará con su homólogo alemán, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier (SPD), el día que marca el inicio de la última agresión alemana contra su país y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Ambos jefes de Estado se juntarán en Wielun, la primera víctima de un crimen de guerra perpetrado en aquel conflicto que comenzó con mentiras.

«Desde las 5 horas 45 minutos estamos respondiendo el fuego», mintió el canciller alemán y Führer nazi, Adolf Hitler, cuando quiso justificar la agresión al país vecino aquel 1 de setiembre de 1939. Una mentira en toda regla. De hecho, su armada ya había bombardeado, a las 4.45, las fortificaciones polacas próximas a la ciudad portuaria de Danzig/Gdansk. Incluso antes, su muy afamado comandante general Wolfram von Richthofen ordenó a sus bombarderos en picado, los Stuka, que a las 4.37 atacasen Wielun.

El ataque aéreo

La ciudad se hallaba cerca de la frontera alemana, sin valor táctico ni estratégico y sin defensa aérea. Tal y como había practicado dos años antes en Gernika, el entonces teniente coronel y jefe del Estado Mayor de la Legión Cóndor quiso probar sus aviones e infundir el terror en la población enemiga.

De los 16.000 habitantes, unos 1.200 murieron en el ataque aéreo, muchos de ellos cuando los Stuka aniquilaron el hospital y el centro de la villa.

En los días anteriores, agentes de las SS se camuflaron de polacos escenificando varios ataques contra instalaciones alemanas, siendo la más famosa el asalto a la radio de Gleiwitz. Los “falsos positivos”, o sea los “polacos” abatidos, eran reos de un campo de concentración alemán.

La campaña la decidió la supremacía tecnológica y numérica de los alemanes en carros de combate y aviones. Aquí aparece la ya histórica mentira de que la caballería polaca efectuase ataques suicida contra los Panzer nazis. Así, la propaganda alimentó el cliché de la superioridad germana frente a la inferioridad polaca. En realidad, los caballeros polacos aprovecharon su movilidad para retrasar el avance de los alemanes atacándoles puntualmente, según las circunstancias, tal y como ha demostrado recientemente el historiador militar Markus Pöhlmann.

En un mes, los invasores se adueñaron de Polonia porque Francia y el Reino Unido no atacaron por el frente occidental. Y porque la Unión Soviética hizo posible la invasión con la firma del pacto de no-agresión con el Reich en agosto, cuando las dos partes acordaron cómo repartirse Polonia. Dos semanas después de los alemanes, los soviéticos ocuparon los correspondientes territorios.

Gestos políticos de Berlín y Moscú

Por eso, el Gobierno polaco de Mateusz Morawiecki (PiS) no ha invitado al presidente ruso, Vladimir Putin, a los actos conmemorativos de este año. Más que el papel que el Ejército Rojo jugó en la liberación de Polonia en 1944, se da importancia a aquel hecho histórico y a la responsabilidad soviética en la ejecución de al menos 20.000 oficiales polacos, unos 4.000 en el pueblo ucraniano de Katyn.

En 1990, Mijail Gorbachov pidió perdón por este crimen. En 2010, Putin, siendo primer ministro, invitó a su homólogo polaco, Donald Tusk, a que asistiera a un acto parecido en Katyn. Fuera había quedado el presidente polaco, Lech Kaczynski (PiS), un ferviente crítico de Rusia. Cuando este quiso participar en otro acto conmemorativo, su avión se estrelló, reavivando así el histórico conflicto entre ambos estados.

Bajo la ocupación alemana, el pueblo polaco pagó un altísimo precio: de los 35 millones de habitantes (1938), 6 millones murieron; la mitad de ellos por ser judíos. La conversión de los polacos en esclavos alemanes empezó con la misma invasión. Detrás de la Wehrmacht venían las unidades de intervención de las SS con una «lista especial de búsqueda» con nombres de 60.000 polacos. El jefe de las SS, Heinrich Himmler, quiso eliminar así a la inteligentsia polaca. Hasta finales de octubre sus hombres ya habían asesinado unos 20 000 polacos.

En 1945 la destrucción del país era completa. Antes, en 1943, las SS arrasaron el ghetto de Varsovia después de que los judíos se resistieran a ser deportados a campos de exterminio como el de Auschwitz, erigido en suelo polaco. En 1944 acabaron con el resto de la capital cuando su Ejército Nacional, el Armia Krajowa, se levantó contra el opresor pensando que el cercano Ejército Rojo le ayudaría. Un error que culminó en otras matanzas más.

En 1970, fue el canciller germano occidental Willy Brandt (SPD), socialdemócrata y perseguido antifascista, quien se arrodilló ante el momento erigido en honor a los combatientes del ghetto de Varsovia. El gesto marcó el inicio de su Ostpolitik, que aportaría su grano de arena a la caída del Telón de Acero en 1989.

Hoy en día, el ejecutivo del PiS, ideológica y políticamente opuesto al Gobierno de la canciller demócrata cristiana Angela Merkel (CDU), exige 800.000 millones de euros en indemnizaciones. Berlín se niega a ello aludiendo a que en 1953 Varsovia rechazó solicitarlas ante Berlín Oriental. Después de la guerra, Polonia recibió parte de Prusia del Este y los territorios alemanes al este de los ríos Oder y Neisse. Millones de alemanes se habían fugado o fueron expulsados.

Ahora, un grupo de parlamentarios alemanes ha propuesto erigir en Berlín un monumento en recuerdo a los polacos muertos entre 1939 y 1945. Importante sería una campaña que fomente el conocimiento de los hechos, empezando con acabar con los chistes contra polacos que en el fondo son un reflejo de la propaganda nazi.