Víctor Esquirol
Crítico de cine

El partido interminable

Ahora que el calor aprieta, y que tanto la providencia como sobre todo la codicia de las instituciones han decidido privarnos de muchas de nuestras competiciones deportivas favoritas, toca moverse; emigrar hacia pastos más verdes. Buscarse la vida, vaya.

El incombustible Adam Sandler, un entrenador en ‘Garra’.
El incombustible Adam Sandler, un entrenador en ‘Garra’. (NAIZ)

Debo admitir que me encuentro entre el colectivo de enfermos que, con una frecuencia de dos o tres días, se pone el despertador a altísimas horas de la madrugada para seguir en directo los partidos de la NBA, la mejor liga de basket del mundo, que ahora mismo está decidiendo, en unas finales de infarto, qué equipo (o los Celtics o los Warriors) va a ser el nuevo ostentador del preciado anillo de campeón.

Por razones que no alcanzo a entender, la franquicia de Boston ha tenido siempre mi simpatía y, como decía, ahora que la gloria está a tocar y que las demás disciplinas deportivas me han fallado tan estrepitosamente, tiene mi fervor. No queda otra: toca refugiarse allí, al ‘otro lado del charco’, donde los partidos a 48 minutos se viven como el mayor espectáculo del mundo, y donde el cine, como no podía ser de otra manera, se descubre como el compañero de cancha perfecto para la propuesta.

‘Garra’, de Adam Sandler

En este mismo espacio, hará ya tres años, hablamos de cómo Steven Soderbergh estaba perfeccionando su fórmula de películas express a razón del estreno en Netflix de ‘High Flying Bird’, un muy recomendable drama picaresco de despachos, o sea, de esos espacios donde se concretan los anhelos y las frustraciones de millones de fans en todo el mundo.

Pues bien, sin salir de dicha plataforma, podemos disfrutar del nuevo trabajo del incombustible Adam Sandler. ‘Garra’, que así se titula, aleja al famoso actor del territorio de la comedia popular, claramente su hábitat natural, y lo acerca a un papel más dramático en el que, igualmente, puede lucir esas dotes que le han ido confirmando como autor delante de las cámaras.

Esto es, la capacidad de conectar con el otro; de ganarse su confianza, incluso su cariño. Ahora seguimos los pasos de un ojeador harto de su trabajo. Un hombre de familia alejado de esta, a causa de una profesión que le pide ir de un estadio al otro (de Estados Unidos, claro, pero también de Europa, incluso de África) para descubrir la que será la nueva joya de la NBA.

En tiempos de MVPs (o sea, de ‘jugadores más valorados’) surgidos del Viejo Continente (véase el serbio Nikola Nikola Jokić o el griego Giannis Antetokounmpo) tenemos pues a un Sandler que se desvive por sus queridos Philadelphia 76ers, histórica franquicia de sus amores que, esto sí, le maltrata a partir de una perversa versión del juego de incentivos y castigos del palo y la zanahoria.

Al hombre, después de haber volado en incontables aviones y de haberse alojado en infinitas habitaciones de hotel, se le promete un puesto como asistente del entrenador del primer equipo, que no es otro que el mítico Doc Rivers. Pero ya se sabe, la vida puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos, y la sucesión en la propiedad de la franquicia (del afable Robert Duvall, esta pasa a manos del tiránico y caprichoso Ben Foster, su hijo en esta ficción), hace que la carrera del sufrido gurú del basket vuelva a la –desesperante– casilla de salida.

Allí, cuando el hombre parece haber tocado fondo, es cuando el siempre efectivo aparato del deporte cinematográfico se descubre como la mejor medicina; como ese camino directo a la redención. Veterano desencantado se cruza, como si esto fuera obra milagrosa de la generación espontánea, con un talento descomunal, que bien podría cambiar el panorama de una de las competiciones más exigentes del mundo.

Juancho Hernangomez encarna a Bo Cruz, un deportista balear dispuesto a dejarlo todo y a apostar por esas oportunidades que, en principio, solo se presentan una vez en la vida.

‘Garra’ es, en este sentido, un recordatorio de una de las máximas del mundo del deporte profesional: «Si algo funciona, no lo toques». Y ahí está esa épica hollywoodiense, tan efectiva como siempre a la hora de hacernos conectar con la improbable pero remotamente posible épica de los pequeños frente a los grandes.

Jeremiah Zagar, desde la dirección, no inventa absolutamente nada, ni lo intenta; se limita a aplicar el manual, y con esto (y con Mr. Sandler, claro), es más que suficiente. Un montaje musical aquí, una charla motivacional allá, una aparición estelar justo después (que si Trae Young, que si Sergio Scariolo, que si Brad Stevens, que si Khris Middeleton, que si Dirk Nowitzki… en este sentido, la película es un auténtico all-star de celebrities baloncestísticas) y ya estamos enganchados, una vez más.

Y deseamos que se concrete ese tapón en la última décima de segundo, y que entre ese triple increíble y que, al final del tiempo reglamentario, el marcador dé la razón a nuestras preferencias. El espectáculo de siempre, vaya; el más efectivo.