El 7-O y la conspirativa
Como el 11-S, la incursión de Hamas el 7 de octubre de hace un año tiene su teoría, o teorías, conspirativas. Los golpes asestados por los «todopoderosos» servicios secretos israelíes al «eje de la resistencia» y el repunte en la popularidad de Netanyahu alimentan estos días esa percepción.
Estupefactos nos despertamos el sábado 7 de octubre de 2023 con el mayor golpe a Israel no ya desde la guerra del Yon Kippur 50 años antes, cuando los ejércitos egipcio y sirio lanzaron un ataque sorpresa al Ejército israelí (Tsahal), sino desde la fundación del propio Estado sionista, 75 años antes, en 1948. Y sobrecogidos, por la brutalidad de la incursión de Hamas y por lo que temíamos iba a ser el alcance genocida de la reacción israelí. Nos quedamos cortos.
Pero ya para entonces habían tomado cuerpo teorías que ponían en duda, cuando no consideraban imposible, que Israel no supiera del ataque y que colijen que fue él el que o bien dejó hacer o incluso el que, infiltrado en Gaza, lo provocó. Estas teorías han logrado renovado eco tras los golpes asestados por los poderosos servicios de Inteligencia israelíes en suelo iraní y contra Hizbulah.
La popularidad de Netanyahu, por aquella época en el punto de mira de la presión opositora por su golpe de estado judicial y sobre quien pesaban varias investigaciones por corrupción, se hundió aún más tras el 7-O.
Un año después no solo se ha recuperado sino que su partido, el Likud, es otra vez el favorito en las encuestas y el 90% de los israelíes apoya la extensión a Líbano del genocidio contra Gaza.
Este «vuelco» refuerza asimismo la teoría conspirativa.
Es un hecho que informes de Inteligencia israelíes habían alertado de que algo se estaba preparando. Soldados en la frontera habían también informado de «movimientos extraños».
Tampoco es la primera vez que Israel habría, si este fuera el caso, hecho caso omiso, por un «fallo de interpretación» o por arrogancia, de advertencias similares. Ocurrió en 1973, con la guerra del Yon Kippur. Israel la ganó pero la entonces primera ministra, Golda Meir, quien arrasaría en las elecciones del año siguiente, tuvo que dimitir tras la publicación de la investigación.
Algo similar ocurrió tras el 11-S. Hay quien insiste hoy en día en que lo de las Torres Gemelas y el Pentágono fueron ataques de falsa bandera para que Washington tuviera carta blanca para invadir Afganistán e Irak.
Es evidente que EEUU trató de aprovechar la conmoción interna para impulsar sus planes en la región. También Israel lleva casi un siglo intentándolo. A la menor o mayor oportunidad.
Eso no es nuevo. Otra cosa es invertir el orden de los factores para que todo cuadre e insistir en un escenario prefijado en el que el enemigo es tan maquiavélicamente malo -o «bueno»- que nunca falla.
Pues resulta que sí falla. Porque sus retiradas de Irak y Afganistán certifican errores de cálculo gigantescos por parte de EEUU. Y no se puede excluir que Israel acabe cometiendo, en Gaza y Líbano, un error similar.
No seré yo quien desde mi sofá dé o quite razones. Que hablen los propios afectados. Hamas, Hizbulah e Irán coincidían ayer en que el 7-O fue una «victoria estratégica» que, más allá de coyunturas, habría evidenciado la «debilidad» de Israel. Donde no hay duda alguna de que, descontada la responsabilidad directa de Hamas, las culpas se reparten entre Gobierno y servicios secretos.
El tiempo lo dirá. Pero para entonces, no lo duden, habrá surgido otra, u otras, conspirativas. A refutar.