Dios escribe derecho con renglones macabros
Quien o quienes redactaron la Biblia, concretamente el Libro de Isaías y la frase «Dios escribe derecho con los renglones torcidos», no solo erraron, sino que se quedaron cortos. Por fin se ha hecho justicia y ha caído la dinastía Al-Assad, esa que, en nombre de un falso panarabismo, se enriqueció y enriqueció a los suyos, maltratando y despreciando a la inmensa mayoría de la población, suní y kurda, y tomando como rehenes a las minorías alauita, cristiana y drusa, temerosas del estallido de una ira en clave confesional que les recordaba a la guerra civil en el vecino Líbano.
Pero ha caído tarde, 13 años después de que, al calor de la denostada Primavera Árabe, la revuelta en muchas ciudades y pueblos de Siria exigiera el fin del régimen y la instauración de una democracia. No era un movimiento aconfesional o laico. Ninguno lo es en el mundo arabo-musulmán. Ni siquiera en la, para muchos europeos, tan admirada Palestina.
Era mayormente suní, como la mayoría de la población siria, y, pese a que en el primer momento les cogió por sorpresa, los Hermanos Musulmanes, que 20 años antes habían protagonizado una insurrección político-militar ahogada a sangre y fuego en Hama, no tardaron en sumarse a la revuelta, junto con otros grupos rigoristas salafistas. Pero el impulso inicial era la ira transformada positivamente en exigencia de democracia y libertad.
El propio régimen lo vio claro e hizo una pinza a la Revolución. De un lado, sacó a la Policía, al Ejército y a la temida Mujahrabat, y reprimió a tiros y bombazos las manifestaciones, provocando la militarización del conflicto. De otro, no dudó en poner en libertad a cientos de islamo-salafistas enrabietados y dispuestos a girar la agenda del conflicto.
Bien sabía Damasco que estos tendrían la ayuda y el sostén económico y militar de las satrapías del Golfo, que temen a la democracia como a la muerte y disfrazan su petrocracia con el wahabismo de los tiempos de Mahoma, como hacen tapándose la cabeza con la shemagh. Y de la Turquía del islamista y neotomano Erdogan, a quien lo que le preocupa realmente es la resistencia de los kurdos a sus planes de volver a ser el amo y señor de la región, como en tiempos de la Sublime Puerta de Estambul.
Y hete aquí que los fantasmas que alimentó el régimen sirio para deslegitimar y sofocar a la revuelta le vuelven como boomerang y llegan raudos y veloces a Damasco.
Bashar al-Assad acabará sus días en una dacha cerca de Moscú o en los paisajes nevados de Bielorrusia. Calentito con toda la riqueza acumulada.
Los que le siguieron, por convicción o por miedo, temen la larga mano de la venganza.
Irán se retira también a los cuarteles de invierno lamiéndose las heridas. Hizbulah teme ahora la ira de los sirios y, atención, igual la de no pocos libaneses. Rusia se puede concentrar en Ucrania, pero ha perdido pie en Oriente Medio. Y sus rivales, y aliados, lo saben.
Israel ríe a carcajada limpia y espera que Trump le ayude a acabar la faena en Oriente Medio.
Los kurdos se preparan para negociar y, en su caso, para luchar, como llevan haciendo y bregando todos estos años.
Allah escribe derecho con renglones macabros.