Carlos III el Noble: 600 años del final del cuento de hadas que cimentó la pesadilla
El 8 de septiembre de 1425, hace 600 años, fallecía Carlos III el Noble, el monarca navarro que ha pasado a la historia como un pacificador, pero que hizo de su reinado un costoso cuento de hadas que cimentó la pesadilla de unas rivalidades que contribuyeron a que Nafarroa perdiera su independencia.

Hace seis siglos, el 8 de septiembre de 1425, fallecía a los 64 años en su espectacular palacio de Erriberri el rey navarro Carlos III el Noble. Así se ponía fin a un costoso cuento de hadas durante el que el soberano cimentó unas rivalidades nobiliarias que se convirtieron en una pesadilla al debilitar el reino y facilitar el final de su independencia a manos de sus poderosos y ambiciosos vecinos.
Carlos III había nacido en Mantes, a orillas del Sena, a medio camino entre París y Evreux, el 22 de julio de 1361. En 1366, con cinco años, viajó a Nafarroa por primera vez para criarse en el reino, tal y como establecía el Fuero General.
Vivió en primera persona las vicisitudes del convulso reinado de su padre, incluyendo su prisión en la capital gala a causa de las conspiraciones de Carlos II con Inglaterra y su posterior matrimonio con Leonor de Castilla, como parte de un tratado con los Trastámara de la península Ibérica.

Con 25 años se convirtió en rey de Nafarroa al fallecer Carlos II en Iruñea el 1 de enero de 1387 tras una horrible agonía. Este último dejaba el reino en una situación financiera tan crítica por las constantes guerras en las que se había embarcado que el nuevo soberano tuvo que pedir un préstamo para pagar los gastos de las exequias reales. De hecho, la coronación se pospuso y tuvo lugar el 13 de febrero de 1390.
La llegada al trono de Carlos III supuso un giro total respecto a la política belicosa de su padre, ya que su gobierno se iba a caracterizar por el tono conciliador. Así, respecto a las disputas territoriales con la Corona francesa, aceptó en 1404 la cesión a París del condado de Evreux a cambio del ducado de Nemours y le vendió Cherburgo por 200.000 libras.
La reina se harta de infidelidades
Además, reanudó la amistad con los estados de Foix-Bearne, asentó la influencia navarra en Nafarroa Beherea y prosiguió su política de alianzas con los Trastámaras, que atravesó por un momento crítico a causa de sus continuas infidelidades.
En 1388, Leonor cogió a sus hijas y se marchó a Valladolid harta de las andanzas de su soberano esposo en camas ajenas, hasta el punto de que ni siquiera estuvo en la coronación de Carlos III en 1390. No regresó hasta 1395 y lo hizo empujada por el rey de Castilla, Enrique III, que veía cómo su tía se dedicaba a conspirar contra él favoreciendo las pretensiones de una parte de la nobleza. Leonor fue coronada tiempo más tarde, en 1404, siguiendo la moda francesa.
Con Carlos III el Noble no solo cambió la política exterior de Nafarroa, ya que a nivel interior, sentó las bases para modernizar el reino. Incluso la nobleza sufrió una cierta transformación al sumarse a los antiguos linajes una nueva de funcionarios.
Todos estos nobles eran mantenidos por el rey en la Corte y convivían con el soberano, que los vestía, los cubría de regalos, de tejidos de oro, seda, joyas y pieles para desgracia del tesoro real. Incluso era el responsable de su alimentación, en mesas donde la vajilla de metal precioso y la cristalería eran muy apreciadas.
Además, le gustaba regalar telas, caballos o joyas; deleitarse escuchando a organistas, guitarristas, juglares y cantantes venidos de otros países, y ofrecer corridas de toros y torneos de caballeros para celebrar grandes acontecimientos.
Esta forma de proceder de Carlos III se debía a que pensaba que el lujo era imprescindible para poner de manifiesto la grandeza de la nobleza y de la propia Corona. Y siguiendo ese planteamiento, construyó magníficos palacios. Especialmente recordado es el de Erriberri, con sus modernos jardines y su particular zoo con leones, avestruces y otras fieras, que eran cuidadas por veterinarios judíos procedentes de los animalarios de Zaragoza.
También inició la construcción de otro palacio en Tafalla y enriqueció el palacio y fortaleza que dominaba Tutera.
Todos estos gastos hacían sufrir a los clérigos de la Cámara de Comptos, que se encargaban de supervisar las cuentas del reino. Como necesitaba mucho dinero, el rey no dudaba en recurrir a las Cortes y también a los préstamos personales de los judíos o de los nobles. Aunque en una ocasión se vio obligado a empeñar la vajilla real para poder sufragar uno de sus habituales viajes a París, donde residió con cierta frecuencia.
Esos dispendios y la consiguiente falta de recursos hizo que muchos castillos quedaran abandonados o confiados a las villas próximas.
En esta época se creó el cargo de mariscal, que pasó a ser uno de los más codiciados del reino, junto al de canciller, que fue ocupado por Francisco de Villaespesa entre 1396 y 1424. Servir al rey era una puerta de promoción social, ya que incluso llegó a crear una orden de caballería en 1398 a la que puso de nombre Lebrel Blanco.
Padre de al menos cuatro bastardos
Como queda en evidencia, el rey navarro era muy generoso, sobre todo con su extensa familia y especialmente con sus numerosos bastardos. Carlos III tuvo siete hijos legítimos: cinco hijas y dos varones. Estos últimos y las dos hijas mayores fallecieron antes que el soberano, por lo que le terminó heredando Blanca, a cuyo hijo Carlos, el monarca le otorgó el principado de Viana en calidad de sucesor al trono.
Además, el Noble tuvo al menos cuatro hijos ilegítimos, ya que algunos historiadores hablan de seis. Lancelot terminó convirtiéndose en vicario general y administrador apostólico de la Diócesis de Iruñea. Godofre fue nombrado conde de Cortes y alférez y mariscal del reino, y para el esposo de una de sus hijas constituyó el condado de Lerín.
En 1407 creó una merindad para Erriberri y en la recta final de su reinado, llevó a cabo un acto político por el que es especialmente recordado: poner fin a la división en burgos de Iruñea para fundirlos en una sola ciudad a través del Privilegio de la Unión, otorgado el 8 de septiembre de 1423.
Dos años después, Carlos III fallecía en su lujoso palacio de Erriberri. Fue enterrado en la catedral de Iruñea junto a su esposa Leonor, fallecida una década antes, en un suntuoso monumento funerario esculpido por Jean Lomme de Tournay, su artista de cabecera.
Así terminaba un reinado que marcó una época dorada en la historia de Nafarroa por su pacífico esplendor, pero que sentó las bases de un futuro funesto, ya que el empeño del soberano por ennoblecer a sus bastardos terminó creando una serie de linajes que alardeaban, con motivo, de ser de sangre real y a los que dotó con posesiones de la Corona, lo que supuso la pérdida de gran parte del patrimonio del reino.
Esos señores llegaban a tener intereses contrapuestos y por los que terminaron enfrentándose entre sí. Una rivalidad que iba a tener desastrosas consecuencias para el reino en un futuro no muy lejano, ya que sentó las bases para una guerra que debilitó al reino de Nafarroa y favoreció la intervención de sus ambiciosos vecinos hasta provocar la pérdida de la independencia de buena parte de su territorio en menos de un siglo. Así fue como el cuento de hadas terminó desembocando en una auténtica pesadilla.

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