Una consulta externa en el hospital en un día de alerta sanitaria
A la hora en que el lehendakari Urkullu decretaba la emergencia sanitaria, aguardaba en una sala de espera del Hospital Donostia. La cita médica de las 11.00 de la mañana llevaba detrás dos meses de trámites y esperas. Y a pesar de las circunstancias excepcionales, no se había anulado. La normalidad también forma parte de ciertos servicios sanitarios. Y se agradece.
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Llevaba dos meses esperando la cita médica: viernes 13 de marzo a las 11.00 en el Hospital Donostia. Los trámites comenzaron a primeros de año, aunque parece ahora otro mundo. Entonces la realidad era otra, nuestro día a día, nuestros miedos y temores eran diferentes. Hasta hace poco el 13 de marzo no me decía nada. Era la antesala de un fin de semana. Simplemente.
Han ocurrido tantas cosas en tan poco tiempo, de tal intensidad y magnitud, que hasta ayer estuve esperando la llamada de Osakidetza. La verdad es esta: creí que mi cita se posponía hasta nuevo aviso. «Y con toda lógica», pensé. Los hospitales están a otra cosa. El personal sanitario no da abasto. Ante la ausencia de aviso, por la noche, ya en el sofá, comprobé por última vez el registro de llamadas. Efectivamente, no habían contactado conmigo. Por lo tanto, la consulta seguía adelante.
He de confesar que tenía mis temores sobre qué me podría encontrar en el hospital. Un día como hoy. En un contexto semejante. La hora en que el lehendakari decrataba la emergencia sanitaria yo aguardaba en una sala de espera. Las puertas automáticas se han abierto solas, al sentir mis pasos. No ha hecho falta alargar el brazo. Un simple gesto que ahora tiene otra relevancia.
He buscado con la mirada en el amplio hall, frente al mostrador, algún dispensador de gel higienizante, pero nada. Lo he echado en falta. A la vista, únicamente carteles con las indicaciones contra el coronavirus: toser en la parte interior del codo, lavarse las manos a menudo y evitar el contacto físico, entre otras.
Por delante, una larga cola de gente que antes de sus respectivas consultas médicas debía identificarse al igual que yo. Menos de medio metro entre paciente y paciente, en total unos 25, aunque nadie era ajeno. Y nadie tocaba a nadie. Personal sanitario que entraba y salía; normalidad total. El reponedor de las máquinas expendedoras de snacks y refrescos cargaba y ordenaba. Nada del otro mundo.
Antes de nada, lavarse las manos
Ya en mi turno, la primera sorpresa. «No nos permiten tocar nada», me ha respondido una mujer desde el otro lado del mostrador al extenderle mi tarjeta sanitaria. «Barkatu?». «Cántame el número TIS, no puedo coger nada con las manos», ha añadido. «0126…», he comenzado, sin apoyarme en el mostrador.
En los baños una mujer se afanaba en la limpieza y pedía que comprobáramos si había suficiente papel de manos y jabón, y que pasáramos aviso si faltaba de algo para reponerlo en seguida. «No queda jabón en el baño de chicas», le he informado. La mujer ha desaparecido hacia el armarito.
El pasillo mostraba el aspecto de siempre, tranquilo y en calma, siguiendo con sus rutinas y cumpliendo con las citas ya dadas hacía tiempo. Otro tanto en las recepciones de la primera y segunda planta. Normalidad es la palabra que describía el ambiente en aquella zona del Hospital Donostia. Porque hay cosas que siguen su curso natural. Y eso se agradece también.
Con un retraso de 25 minutos ha llegado mi turno. Pero apenas me ha dado tiempo a dejar el abrigo que sostenía en la mano. «Antes de tomar asiento, por favor, lávese las manos con agua y jabón. Tiene papel para secarse ahí mismo», me ha indicado la médico. También ella lo ha hecho antes de atenderme.
Sin imprevistos, la consulta ha terminado sin alargarse demasiado. Todo ha ido sobre la marcha, pero por si acaso me he lavado las manos de nuevo antes de salir. Los carteles no hacían más que recordármelo.