Patxi IRURZUN
IRUÑEA
Entrevista
HASIER LARRETXEA
POETA

Hasier Larretxea: «Escribo para buscar asideros, también para agitarlos y cuestionarlos»

Desde que en 2014 publicó Larremotzetik, Hasier Larretxea presenta sus libros acompañado de su aita, el aizkolari Patxi Larretxea. La música del poema se acomoda en el hueco que abre en el aire el hacha. La precisión de la aizkora golpeando el tronco y la de la palabra perfecta para cada verso. La poesía como reconciliación con el paisaje, con el origen, con su propio aita… Hasier acaba de publicar el libro «De un nuevo paisaje» y en él están todas esas constantes en su poesía y también nuevas vetas. Lo presenta este sábado día 14 en la librería Garoa de Donostia.

«Lo que no dijimos nos persiguió», escribe Hasier en “De un nuevo paisaje” (Proyecto Stendhal, 2016). Y también: «Hay recorridos que se realizan en silencio/ Pasos a los que se vuelve / con el sigilo de los rezos no compartidos…». Hace ya más de una década que el poeta vive en Madrid, lejos de Arraioz, el pequeño pueblo en el que nació y creció. Sin embargo, en sus poemas siempre regresa a Baztan. La literatura le ha permitido rescatar los paisajes de su infancia, y desde ellos, en este nuevo poemario, abrir las ventanas también a otras geografías (Cisjordania, Sarajevo…), reflexionar sobre las fronteras, las identidades… Este sábado, a las 12.00, acompañado de su padre, el conocido aizkolari y harrijasotzaile Patxi Larretxea, estará en la librería Garoa de Donostia, donde todo empezó.

En su nuevo libro están presentes temas muy arraigados en su poesía, como la reconciliación, la infancia… pero también aparecen nuevas preocupaciones y formas. ¿Qué lugar ocupa «De un nuevo paisaje» en su obra?

Diría que “De un nuevo paisaje” sería la continuación natural de “Niebla fronteriza” (El Gaviero, 2015, agotado) libro con el que abrí una línea de diálogo y de reencuentro con los caminos de la infancia, con el perfil paternal que representa la fuerza del esfuerzo y un tip o de resistencia de la vida aferrada al bosque y a las tradiciones deportivas vascas, y sobre todo abrazaba el paisaje, ese lugar de origen que dejé atrás hace diez años para irme a vivir a Madrid. El recuerdo de su cartografía me enraiza con la vida, y de cierta manera me lleva a escuchar esos susurros ancestrales, mitologías y creencias con las que conformo mi ser desde la calma y amplitud de aquellos pechos que labraron la tierra y miraban al horizonte con firmeza. Existe una finitud en el nuevo libro, una manera de ahondar en un nuevo paisaje que exigen los tiempos y las personas, abriendo puertas y ventanas a nuevos amaneceres donde la mirada se proyecta a diferentes geografías del planeta, a esos lugares donde desde cierto paralelismo con el lugar de origen reflexiono, entre otras cuestiones sobre las fronteras y las identidades para volver después al punto de partida. Cabría decir que hay una expansión en el discurso y en la mirada. Que se proyectan los poemas hacia lugares donde también tiembla la tierra y el pulso de las personas que quieren continuar recostándose en las laderas donde aún suenan los morteros o deben de huir con lo puesto de esa tierra que le da sentido y significado a su vida.

Está presentando el poemario de nuevo con su aita. Es muy emocionante verles a los dos juntos, usted recitando y él con la aizkora. ¿Cómo ha sido ese reencuentro a través de la poesía?

Creo que no se puede expresar con palabras todo lo que hemos vivido y disfrutado en estos años al realizar de manera conjunta (y junto a la ama –siempre fundamentales en todas las familias– poniéndole las piedras al aita) una demostración desde el entendimiento, la emotividad y con dosis de honestidad. En nuestras demostraciones lo que hay es verdad, la verdad de una historia familiar que llega a reencontrarse gracias a estas presentaciones. Y la respuesta del público es de gran emoción. Se ponen a flote muchos nudos, silencios y encuentros y alejamientos en los textos con la sonoridad del hacha o de la piedra de fondo y acompasando la lectura. Hay una conjunción y entendimiento que logra que haya un equilibrio y un compás entre el pasado y el presente, entre el hombre del bosque y el hijo poeta, entre generaciones desde el diálogo, entendimiento y acercamiento. Desde el respeto mutuo. Ahora es mi padre quien dice que él va donde sea necesario para apoyar a su hijo. Ha sido especialmente emotivo observar las caras de emoción y las palabras de asombro y perplejidad en Madrid, Salamanca, Valladolid, Plasencia, lugares geográficamente lejanos pero con personas con historias similares, porque siempre trasluce la esencia del ser humano en todo esto, la regeneración y el encuentro.

¿Cómo surgió esa posibilidad de unir la poesía y la aizkora, cuál es el nexo entre mundos tan aparentemente distintos?

De hecho este sábado día 14 cerraremos el círculo que abrimos en la primavera del 2014 con la presentación de “Larremotzetik” (Erein) que hicimos en el espacio Garoa Kultur Lab, gracias a la idea del amigo y librero Imanol cuando le expresé que hasta aquel entonces el aita no se acercaba a las presentaciones de mis libros. Uno de los nexos que existen es que somos padre e hijo, y quizá, otro, que en el sonido del murmullo de cada ejercicio existe una conjunción. Un cruce de caminos entre los versos que recito y la sonoridad de su expresividad aferrada a la demostración de las labores aferradas a una forma de vivir y a un paisaje. Y es desde ahí donde parten muchos de mis poemas, desde esa quietud o temblor, desde ese prisma o desnivel, desde ese verdor y misticismo, desde la magia que rescata y reordena el ejercicio memorístico que cava toda la tierra que no se pudo remover ni arar.

¿La literatura le ha permitido regresar a paisajes y recuerdos a los que quizás de otro modo le habría costado volver?

Más que volver, diría que rescatar. Y es verdad que la literatura ahí es vehículo, aliento, la mirada que necesita captar lo que anteriormente no veía o estaba declinada por la ceguera. La literatura es reescritura, redescubrimiento y búsqueda. La necesidad de dialogar con los ancestros, de mirarlos a los ojos, de entenderlos, de volver a transitar por los senderos de la infancia a través de los dichos y los mitos que conformaban la epidermis y moral de la aldea, todas aquellas creencias que palpitaban en las mejillas sonrosadas por el fuego del brasero en noches de luna menguante. Y todo ello gracias a mi vida en la ciudad, en Madrid, y esa necesidad de expandir las piernas como raíces y los brazos como alas.

En ese sentido, vive desde hace años en Madrid, y sin embargo su poesía cada vez tiene más referencias a la naturaleza, el paisaje, la vida rural… ¿Es una manera de mantenerse unido a su geografía, su infancia, su paisaje…?

Existe esa conexión necesaria y latente con el lugar de origen y con toda esa cartografía de personas y paisajes que han ido conformándome, y como ejercicio de dar palabra a esas personas que no han podido dejar un legado escrito desde ese prisma de vida rural siento cierta responsabilidad en ello, en ejercer como altavoz y transmisor de todas aquellas historias que nos contaba la abuela o que en la actualidad nos cuenta el aita en relación al contrabandismo, a los puestos de la policía en la muga, el catolicismo, el deporte rural y lo que rodea al mundo de las apuestas… Hay un recorrido y camino de retorno necesario, de buscar y reencontrarme con todo aquello que siempre estuvo ahí cuando aún no era consciente. De buscar asideros, también para agitarlos y cuestionarlos.

En «Paisajes devastados» late una preocupación social que le aleja de esas constantes, de esos paisajes, o de otros interiores… y le lleva a otros como Sarajevo o Palestina…

En este último libro he ido vertiendo poemas con un carácter social que miran a los tiempos que estamos viviendo y apoyándose en trabajos de fotoperiodistas de guerra (como Gervasio Sánchez, por ejemplo) para dialogar con la fotografía y así proyectar a través de los versos la sensibilidad y conciencia hacia otras tierras y problemáticas. Hay un poema, por ejemplo, que parte del visionado del documental “5 cámaras rotas”, de Emad Burnat. Cuando nace su cuarto hijo le regalan una cámara de vídeo a Emad. A través de ese regalo retrata la cotidianidad en Bil’in, un pueblo de Cisjordania que va perdiendo tierras de cultivo debido a la construcción del muro de separación con Israel y al avance de los asentamientos de colonos israelíes a proximidad del pueblo. Fueron necesarias cinco cámaras, ya que fueron destrozadas una tras otra durante los altercados con el Ejército israelí. Otro poema está dedicado a Mahmud y Ayaz, dos adolescentes iraníes de la provincia de Juzestán, ahorcados públicamente por las autoridades iraníes por ser homosexuales. El poema, por ejemplo, que parte de la imagen del certamen Miss Sarajevo 1993 donde portaban el cartel “Don’t let them kill us” (No dejéis que nos maten) fue escrito junto a más poemas publicados en este libro en la ciudad de Sarajevo el año pasado. Hay un interés latente y una expresividad creativa que me lleva a recorrer geografías devastadas desde una óptica de reencuentro, entendimiento o resistencia.

¿Cómo será el próximo libro de Hasier Larretxea, en prosa, en castellano o en euskara, son cosas que planifica o cada libro tiene su propia voz?

La verdad es que en mi caso en ocasiones no van acorde los libros que escribo con lo que se publica. Por ejemplo, los últimos libros que he ido publicando han sido en castellano, cuando tengo dos libros de poemas en euskara finalizados. Aunque haya dicho en más de una ocasión que quisiera esparcir un poco más las publicaciones hay momentos en los que surgen propuestas cercanas en el tiempo y bueno, ya llegará momento para descansar. Me gustaría que el próximo sea en euskara, la verdad. Me hace especial ilusión. Y por otro lado, llevo meses trabajando en un diario cotidiano que me saca de ese ideario literario y me sumerge en el Madrid cotidiano y a veces, irrisorio. Estoy disfrutando con su escritura, más ágil y vivaz (donde puedo poner en práctica otros registros más livianos).