
La coyuntura pinta eufórica para las grandes citas musicales, con llenazos de grandes aforos y mega espacios deportivos. Nada nuevo para el norteamericano Bruce Frederick Joseph Springsteen, veterano mayor de estadios, con permiso del bisabuelo Mick Jagger. Para certificarlo, su sexta visita a Euskal Herria es doble, con la fiesta de anoche en el estadio de Anoeta (donde estuvo en 2008, 2012 y 2016) y la reválida del próximo martes. Únicas fechas al sur del Pirineo y presencia en consecuencia de visitantes de diferentes procedencias.
A sus reseñablemente resistentes 75 años, un elegante The Boss sigue pleno de hambre de escena y en la recta final de los ciento treinta shows del ‘E Street Tour’, que arrancó en 2023, se entrega a su fiel audiencia con sus habituales pasión escénica y precisión profesional. Ahora, con una militante preocupación política al explicarle al mundo su recio enfado por las políticas ultrarreaccionarias de su presidente y gobierno.
Tras más de medio siglo de andadura y a la vez que no mengua su público aumenta la cuadrilla de apoyo, una E Street Band que ha perdido un par de miembros en el camino pero que llega hoy casi a la veintena. Así que el campo de fútbol donostiarra recibió otra vez con entusiasmo la apabullante catarata de genuino rock and roll, intimidades baladísticas y vibrantes himnos de masas. El Jefe se desgarró en lo vocal, punteó guitarras cuando hizo falta, sopló la armónica y sudó su recital. Sin mayor trampa ni cartón escénicos, con la habitual sobriedad del montaje, a excepción de dos grandes pantallas. Y con las obligadas evidencias del paso del tiempo por el protagonista como un cierto debilitamiento vocal y mucha mayor torpeza corporal.
Fiesta y compromiso
Con un juguetón sirimiri durante toda la sesión, el músico de New Jersey apenas regaló los tópicos guiños localistas y leyó en varias ocasiones sus alegatos de esta gira sobre la validez del rock en tiempos peligrosos y la necesidad de levantar la voz contra el autoritarismo y por la libertad «made in USA», debidamente traducidos al castellano y al euskara en las pantallas. Como gran novedad, también se tradujeron las letras de las canciones más combativas. En el escenario, la ikurriña aparecía junto a la bandera estadounidense.
La primera parte de su show de dos horas y tres cuartos explotó briosa con las directas ‘No Surrender’, ‘Land of Hope and Dreams’ (nombre oficial de la gira) o el himno a lo celta ‘Death to My Hometown’. Unas declaraciones de principios para el tour más cargado políticamente de su andadura.
Con la precisa técnica del batería Weinberg como alma rítmica, la rumbosa E Street Band funcionó cual máquina en una tronada de watios que las pantallas se encargaron de subrayar al más puro stadium rock, con desgarros como ‘My Love Will Not Let You Down’ o ‘Lonesome Day’ o la compartida esperanza en ‘The Promised Land’, con primer contacto directo con su gente y respondiendo a algunos de los habituales carteles de sus fans.
Si piezas mainstream como ‘Hungry Heart‘ rozan el embeleso romántico, los contrapuntos son hondas crónicas de desesperanza como la emotiva ‘The River’, momento mayor de la noche, incluido un largo tramo final de falsetes. Porque el trabajador rockero focaliza siempre la parte central de su relato en la lírica al hogar arruinado por las crisis y la desolación: ‘Youngstown’, el trance de ‘Murder Incorporated’, el himno coral ‘Long Walk Home’, la fiesta góspel ‘My City of Ruins’, la persistente protesta de ‘Wrecking Ball’ o el canto redentor tras el atentado de las Torres Gemelas, ‘The Rising’.
Payaso criminal
Si Bruce dedica la muy actual ‘Rainmaker’ a «nuestro querido líder», la acústica y única pieza en solitario,‘House of A Thousand Guitars’, parece pensada también para estos tiempos del movimiento social No King cuando canta «el criminal payaso ha robado el trono». En el combativo mitin posterior se coló hasta el gran literato afroamericano James Baldwin. Con la eterna duda de si tanta épica patriótica y «democrática» resiste un análisis progresista serio de la historia colonial e imperialista usamericana.
El entregado músico y la espléndida banda aceleraron en el vibrante cierre de la primera parte y la muchedumbre se lo agradeció con disfrute colectivo a lo turbo rock en ‘Because the Night’, ‘Badlands’, o ‘Thunder Road’. La propina, con las luces del estadio encendidas, fue apoteósica, en plena comunión con las gentes y a base de canciones imbatibles: ‘Born in the USA’, ‘Born to Run’, ‘Bobby Jean’, ‘Dancing in the Dark’, ‘Tenth Avenue Freeze-Out’ (con los ausentes Clarence Clemons y Danny Federici en las pantallas) y el habitual divertimento ‘Twist and Shout’.
La acumulación de coros onomatopéyicos con la audiencia acabó lastrando la exigencia creativa del show, cargado de populismo. Pero la gran versión del sublime ‘Chimes of Freedom’ de Bob Dylan recuperó con creces la seriedad, aunque el camarada Frederick Joseph nos hurtó, incomprensiblemente, su habitual proclama final, ‘This Land Is Your Land’, del maestro Woody Guthrie.
Atracón
Quienes tras los dos jolgorios donostiarras se queden aún con ganas de más tienen buenas noticias. El próximo 27 se edita la caja ‘Tracks II. The Lost Albums’, colección de siete LPs con 83 canciones; más de cinco horas de material inédito grabado entre 1983 y 2018. Queda aún en el baúl un tercer ‘Tracks’ de cinco discos para el futuro.
Además, el 24 de octubre se estrenará el biopic ‘Deliver Me from Nowhere’, en el que el director Scott Cooper narra la creación del disco acústico ‘Nebraska’, publicado en 1982. Con el actor Jeremy Allen White como The Boss. Más madera: se anuncia para el año que viene un LP en solitario, sin grupo, con canciones nuevas. Y no se descarta un futuro ‘Nebraska’ en modo eléctrico. Un auténtico atracón springsteeniano.

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