19 AGO. 2025 - 11:36h El regreso de la pianista de culto MITSUKO UCHIDALugar y fecha: Donostia, Victoria Eugenia. Intérpretes: Mitsuko Uchida, piano. Programa: Sonatas para piano n.os 30, 31 y 32 de Ludwig van Beethoven. La pianista Mitsuko Uchida. (Justin PUMFREY | MUSIKA HAMABOSTALDIA) Mikel Chamizo Crítico musical / Musika kritikaria La pianista japonesa Mitsuko Uchida tardó en hacer su debut en la Quincena Musical, en parte porque nunca se ha prodigado demasiado por la península ibérica. Pero desde que actuó por primera vez en el festival en el verano de 2021, con un recital dedicado a Schubert, ha regresado ya en tres ocasiones a Donostia: en enero de 2023 para tocar conciertos de Mozart junto a la Mahler Chamber Orchestra, y en agosto de ese mismo año para compartir un recital a cuatro manos con Jonathan Biss, nuevamente en torno a su querido Schubert. Mozart y Schubert son, al fin y al cabo, los dos autores que han elevado a la categoría de culto a esta pianista nacida en Tokio en 1948, pero nos faltaba escuchar su tercera especialidad: Beethoven. El lunes tuvimos la oportunidad de saldar esa deuda en el Victoria Eugenia, con un recital dedicado, nada más y nada menos, que a las tres últimas sonatas para piano que compuso el compositor de Bonn. Aunque se programan juntas a menudo, abordar en hora y media las sonatas 30, 31 y 32 de Beethoven no deja de ser un tour de force. Son obras complejas, construidas a base de recursos formales inusuales, muy demandantes tanto para el intérprete como para el público. Uchida comenzó su actuación con un pequeño susto: una nota falsa nada más comenzar el ‘Vivace’ de la ‘Sonata n.º 29’ pareció descentrarla, y tanto este primer movimiento como el segundo pareció quererlos pasar lo más rápidamente posible. Pero todo se centró a partir del tercer movimiento, un aria con variaciones con el que Uchida empezó a hacer lo que sabe mejor que nadie: a caracterizar cada pasaje, cada nuevo elemento que hace su aparición en la partitura, cada cambio en la sicología de la música, haciendo aflorar su sentido poético y otorgándole el espacio que le corresponde en el discurrir general de obra. La conciencia de la forma y de la retórica en Uchida es realmente fuera de serie, y por eso mismo los últimos movimientos de las sonatas 31 y 32 volvieron a ser los mejores del recital. Cuando Beethoven se pone asertivo, en sus allegros iniciales o en sus scherzos, avanzando hacia delante como una locomotora, Uchida no pareció sentirse tan cómoda como cuando Beethoven divaga, sorprende con modulaciones inusuales o súbitos cambios expresivos, cuando parece que la partitura es más un guion para la improvisación que una música fuertemente fijada. En esos momentos, que abundan tanto en los últimos movimientos de las sonatas finales, Uchida, que es una intérprete de enorme subjetividad en sí misma -particularmente en el uso de los tempi-, brilló como la artista fuera de serie que es. Particularmente inolvidables fueron los últimos minutos de la ‘Sonata n.º 32’, en los que la japonesa logró detener el tiempo en el interior del Victoria Eugenia empleando los escuetos materiales, delicadísimos, que escoge Beethoven para concluir su última aportación al género de las sonatas para piano. Tras un final tan extraordinario, Uchida, con toda lógica, se negó a ofrecer un bis, a pesar de que el público donostiarra se lo pidió con largos aplausos.