Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

Palparse

(Getty Images)

Todas las experiencias que vivimos tienen un impacto en nosotros, en nosotras. De hecho, no hay experiencia sin impacto. No hemos vivido algo a no ser que ese algo resalte en nuestra percepción sobre los millares de estímulos que recibimos a cada momento, y nos cambie en cierto modo. Solo aquello que atraviesa el filtro de nuestra atención se convierte en una experiencia consciente que podemos relatar. Es cierto que hay otro nivel de experiencia más allá de la consciencia. Ese nivel inconsciente también se percibe y tiene un efecto, pero menos concreto, menos evidente.

En este sentido hay experiencias que nos llenan el cuerpo de impacto, de sensaciones que no se pueden poner en palabras, pero que van modificando poco a poco nuestro sentir, hasta que algo concreto se nos hace evidente. Por poner un ejemplo, la temperatura puede ir subiendo en una sala, pero será nuestro umbral de calor el que nos haga tener esa experiencia; una vez superado dicho umbral, seremos conscientes de que tenemos calor. Psicológicamente también sucede algo similar cuando nuestras necesidades están en juego. Quizá no somos conscientes de todo lo que necesitamos ser tenidos en consideración, o reconocidos, hasta que ‘ya’ nos sentimos mal. Quizá no nos demos cuenta de cómo un trabajo desgasta nuestras ilusiones, nuestra motivación, hasta que ‘ya’ no queremos regresar a esa oficina, a esa tienda, etc. O hasta qué punto una relación ya no da más de sí hasta que sentimos rechazo hacia esa persona, repentinamente.

Entrenarnos en eso de sentir lo que nos pasa nos da la oportunidad de anticiparnos a situaciones extremas o irreversibles. Notarnos físicamente es uno de los primeros pasos: «¿Me siento de este modo, de este otro? ¿Estoy al borde de no poder más? ¿Me ha molestado algo? ¿Deseo acercarme a tal persona y mostrarle mi amor?…¿Noto todo eso como una sensación que ‘ya’ estoy teniendo?». Cuando nos notamos, cuando podemos ponerle palabras en nuestra mente, a esas sensaciones del cuerpo, pasan dos cosas: por un lado, atendemos a algo que ya está sucediendo, que ya está pidiendo algo de atención y que va a desarrollarse espontáneamente, con su propio ritmo, con o sin la intervención consciente. Es decir, si ‘ya’ estamos agotados, al cuerpo no le va a quedar más remedio que forzar su descanso, lo queramos o no -más allá de nuestros intentos por no atenderlo-, o si ‘ya’ estamos sintiendo la decepción, nuestra mente emocional encontrará la manera de alejarse, de desmotivarse, se desvincularse, si no intervenimos, si no intentamos entender o solucionar lo que nos decepciona. Por otro lado, tener palabras internas nos permite también comunicarlo, pedir la colaboración de los demás para cambiar algo que ‘ya’ estamos sintiendo.

Si no nos notamos y ponemos nombre a lo que nos pasa, como decíamos, puede que nuestras acciones sean más desmedidas, nos pillen desprevenidos, o alguien que no tiene nada que ver pague por nuestras vivencias. Volviendo al ejemplo anterior, puede que el calor de la habitación me vuelva irritable y le grite al siguiente que entra, sin pensar que lo que necesito es abrir esa ventana de una vez.