Beatriz Ríos
una isla en peligro

Borneo, la joya devastada

Borneo, la tercera mayor isla del mundo, cuyo territorio se divide entre Brunei, Malasia e Indonesia, era hasta hace poco una de las islas menos exploradas del mundo y contaba también con una de las mayores extensiones de bosque primario del planeta. Hoy, el impacto de la acción del hombre amenaza con dejar a la isla sin recursos y pone en peligro el modo de vida de la población.

Los diez mil kilómetros que separan Europa de Indonesia parecen eternos a causa de las innumerables escalas y las largas esperas en aeropuertos que implica el viaje. Yakarta, la capital del país, recibe al viajero occidental con una bofetada de calor y humedad que hace rozar el aturdimiento. Al choque térmico le sigue una retahíla de controles aeroportuarios atestados de policías que se dirigen al recién llegado repitiendo sin cesar «hello mister, hello mister». A la salida, una nube de taxis y trabajadores de establecimientos de cambio de moneda se arremolinan frente a la terminal. De nuevo se repite el ritual de saludos: «Hello mister, hello mister».

Más de 17.000 islas, pobladas por 250 millones de habitantes, componen Indonesia. Una amplia gama de grupos étnicos, lingüísticos y religiosos caracteriza la estructura social del país. Su historia está marcada por los desafíos que plantean los desastres naturales, la corrupción, el separatismo, los altibajos económicos y el proceso de democratización. La democracia en Indonesia –una de las más jóvenes del mundo– se instauró en 1998, tras una dictadura militar que duró más de treinta años bajo el mandato del General Suharto. «Ha costado mucho conseguirlo, muchas vidas», explica Robert (nombre ficticio), un lugareño que hace las veces de enlace a periodistas extranjeros. Robert prefiere ocultar su identidad.

Las tierras indonesias son ricas en diamantes, oro y carbón. Su extracción y la deforestación derivada de las plantaciones de palma han provocado una de las crisis medioambientales más importantes del planeta. La isla de Borneo es una de las más afectadas.

La vista de Borneo desde el aire permite advertir el impacto de la acción del hombre en la que hasta hace medio siglo era una de las islas más vírgenes del planeta. Los interminables campos de palma se extienden por su orografía tan solo sesgados por un enorme y denso río color marrón. Los terrenos que rodean las minas se componen de una tierra yerma, negra y podrida por los residuos del carbón. Y, sin embargo, a pesar de la devastación, aún queda belleza en Borneo, pero está en peligro.

Es la tercera isla más grande del mundo. Tres países se reparten su territorio: Brunei, Malasia e Indonesia. La parte más extensa pertenece a Indonesia y posee el nombre de Kalimantan. Borneo fue una de las islas con más extensión de bosque primario del mundo; cuenta con gran cantidad de flora aún desconocida y su fauna alberga, entre otras, especies de orangutanes nunca vistos en otras zonas del mundo. Sin embargo, las plantaciones de palma y su explotación para obtener el ansiado aceite, además de la tala ilegal, han arrasado con todo, provocando la reducción de sus bosques hasta en un 80% en tan solo treinta años. Han dejado así la isla de Borneo, y en especial a sus habitantes, prácticamente sin recursos. La pobreza resulta una realidad casi insultante en un país con la extraordinaria riqueza de Indonesia.

El sucio negocio del carbón. En la zona este de Borneo se encuentra Palau Laut, un pequeño pueblo que alberga el puerto más grande de Kalimantan. Seis horas en coche separan el aeródromo de la localidad. El encargado del puerto hace las veces de guía montado en un todoterreno blanco equipado con grandes antenas que aseguran la comunicación con las minas. Decenas de estos vehículos pueblan las carreteras aledañas.

Indonesia es el principal productor de carbón en el mundo. Su mineral más preciado y de más calidad viaja a países vecinos como China e India, pero también a Europa por vía marítima en una larga travesía llena de peligros. Los cargueros bordean el cuerno de África, cerca de Somalia, una zona infestada de piratas y en la que a menudo se producen asaltos. Pero de eso los indonesios no saben nada, ellos solo entienden de minas.

Un informe de Greenpeace de marzo de 2014 denuncia el reducido peso de la industria del carbón en la economía nacional indonesia –4% del PIB– en relación con su enorme impacto medioambiental. La extracción del carbón no solo no representa grandes beneficios para el país sino que es responsable de la destrucción de millones de hectáreas de selva y bosque, con escaso o nulo beneficio para sus habitantes. Tan solo un 2% de la población que habita en el sur de Kalimantan, cerca de las minas, es empleado en este sector. Por si fuera poco, las aguas subterráneas con las que los granjeros riegan los campos de arroz son a menudo contaminadas por los residuos de la minería. Esto provoca que muchos campesinos se hayan visto obligados a abandonar sus plantaciones y, con ello, su tradicional modo de vida.

Vendedores de humo. Cerca del puerto se encuentra una zona de carga donde los camiones recogen la madera que más tarde trasladarán a los cargueros. Los trabajadores de la zona se alteran ante la presencia de extraños y es preciso que el guía intervenga para tranquilizarlos. La industria maderera también es clave para entender la crisis medioambiental que azota la isla de Borneo. «Podemos plantar palma, hacer agujeros para sacar carbón y, a la vez, elegir entre plantar palma otra vez o plantar acacias para su procesado en las plantas papeleras. Aquí todo es legal». Todo está permitido en Borneo.

Por eso algunas ONG cuestionan el sistema y se enfrentan al Gobierno. Basuki, miembro de Friends of the National Park Foundation (FNPF), conoce bien las prácticas de las autoridades ante quienes denuncian la situación en la isla y también de las propias compañías. El activista relata el calvario de dos de sus compañeros. Desaparecieron durante días tras ser descubiertos mientras trataban de documentar la destrucción de la isla. Durante su cautiverio, ambos sufrieron la amputación de todos los dedos de una mano. Fueron los trabajadores de la compañía maderera quienes llevaron a cabo la agresión y el secuestro. Gracias a sus contactos y a su condición de nativos, FNPF pudo poner fin al rapto. De haber sido extranjeros, no habría sido tan sencillo.

La industria maderera intenta evitar a toda costa la difusión de imágenes que confirmen la destrucción de la isla. Tanto es así que los operarios talan en último término los árboles que bordean la carretera y que reciben al visitante. De este modo, para conocer la situación de la selva en Borneo, hay que adentrarse en el bosque. Dentro de él, son los trabajadores de las madereras quienes juegan con ventaja.

La total impunidad de estas empresas se entiende mejor si tenemos en cuenta uno de los mayores problemas en Indonesia: la corrupción. Las autoridades hacen la vista gorda ante incendios provocados que permiten comprar la madera a precios muy bajos y forzar nuevos cultivos en las zonas quemadas. «El gobierno tiene personal de confianza en todas las empresas. Saben perfectamente qué terreno se va a quemar o se ha quemado ya, para poder hacer una oferta en firme», denuncia Robert.

Las altas columnas de ceniza se elevan sistemáticamente entre los árboles en distintos puntos del horizonte. El humo es parte del paisaje cotidiano en Borneo. Los incendios forestales que se han convertido en rutina son a menudo intencionados. En 2015, los bosques ardieron sin parar durante más de tres meses y se registraron alrededor de 120 mil incendios. El caos se instaló en Indonesia. Decenas de miles de hectáreas de bosque fueron arrasadas en la peor catástrofe de los últimos doce años pero no la peor en la historia de la región. Borneo sufrió en 1982 el mayor incendio del que se tiene constancia en el mundo. Fue provocado. Más de 4 millones de hectáreas fueron quemadas intencionadamente para abrir paso a cultivos. No hubo consecuencias de ningún tipo.

El aceite de palma, nuevo oro líquido. La deforestación que arrasa Kalimantan ha atraído a empresas que quieren repoblar el terreno, ya sea quemado o talado, con palma. El aceite que se extrae de esta planta es el oro líquido del futuro. A su utilización en la fabricación de cosméticos o alimentos, se suma su uso como biocombustible. Aunque se considera una energía «verde», su fabricación esconde una tasa de polución superior a la del carbón o el petróleo. Durante su procesado, se liberan a la atmósfera toneladas de CO2. El aceite de palma contamina tanto o más que cualquier otra fuente de energía no renovable.

La Unión Europea, al obligar a los países miembros a utilizar un 10% de biocombustible en su parque móvil, contribuye a la tala descontrolada para cultivar palma. Esta medida ha provocado además un incremento sostenido del precio de este aceite y, por tanto, un mayor interés de las grandes compañías en su comercialización. Varias ONG han alertado del doble filo de esta decisión, supuestamente con fines ecológicos, que pone en serio riesgo el hábitat y los recursos naturales de ciertos pueblos.

Hasta 1950, el 96% de la isla de Borneo era bosque primario. Hoy, solo queda el 44%. La destrucción, lejos de frenarse, ha aumentado su velocidad. La deforestación devora en Indonesia 2 millones de hectáreas al año, lo que equivale al territorio de Holanda. Se estima que en 2020 el 98% del bosque de Kalimantan habrá desaparecido. Tan solo quedarán extensos campos de palma en Borneo.

Veneno dorado. Los diamantes, el oro y otros minerales preciosos se extraen al modo tradicional en las minas del sur de Kalimantan. Los obreros cobran alrededor de 70.000 rupias al día (unos 5 euros u 8 dólares), una miseria en comparación con los altos precios que el mineral precioso alcanza en el mercado. La extracción de oro y diamantes, que se realiza a través de hoyos de entre 20 y 25 metros de profundidad, socava la orografía de la isla al convertir las montañas cubiertas por la vegetación en yermos montículos agujereados.

El oro es también una fuente de ingresos y una pesadilla medioambiental en Borneo. Los mineros emplean mercurio para separar el preciado metal del barro, exponiéndose así al envenenamiento por este metal pesado. Las consecuencias no son visibles a corto plazo. Sin embargo, los efectos neurológicos derivados de las largas exposiciones al mercurio son irreversibles y, a largo plazo, pueden suponer la muerte. Esta práctica provoca además la contaminación de los pozos subterráneos utilizados para el regadío, con graves consecuencias para la actividad agrícola y, por lo tanto, para toda la población.

El impacto medioambiental que generan los residuos que se producen durante la extracción se suma al impacto visual de las minas. La extracción de estos minerales preciosos tiene terribles consecuencias para la verdadera joya de Borneo: la selva.

El negocio de la liberalización en Borneo. La ONG Friends of the National Park Foundation denuncia que la causa de la aceleración de la destrucción de Borneo es la modificación de la legislación que se concretó en los años 70. A partir de entonces, el Gobierno aprobó concesiones de tierra cuya vigencia dura décadas, a empresas que pueden hacer lo que quieran con ella. Cuáles son esas empresas es una pregunta que Basuki evita contestar. «Sería muy difícil para mí nombrar esas compañías una a una, no solo porque son muchas sino porque me aterra». En cualquier caso, subraya, ni un solo distrito o área de Kalimantan está libre de estas compañías.

Empeñado en mejorar la situación económica del país y la vida de sus habitantes, a veces, el Gobierno toma decisiones con consecuencias nefastas. Es el caso de la liberalización de la explotación de la tierra en Kalimantan. Las compañías aprovechan esta situación para aumentar su beneficio al máximo y FNPF exige responsabilidades a las autoridades por ello. El Gobierno es en parte culpable, denuncia, pero las compañías deben pagar por el daño que han causado en Borneo.

Sin embargo, son los ciudadanos indonesios quienes sufren las consecuencias. «Desinformados sobre lo que ocurre, se encuentran habitualmente impotentes e incapaces de elegir», explica Basuki, que insiste además en la intimidación a la que muchos ciudadanos son sometidos. Lo más grave, entiende esta ONG, es que la sociedad no está preparada para asumir los costes que el impacto medioambiental de actividades como la tala masiva, la extracción de minerales o las plantaciones de cultivo intensivo implican: inundaciones, contaminación del agua, degradación de la tierra, desaparición de recursos e incluso el fin de diversos modos de vida. «No veo cómo nuestros habitantes van a gestionar estos problemas y no creo que el dinero que estas enormes empresas dan a nuestros trabajadores valga el impacto negativo que han causado», sentencia Basuki. No se puede poner precio a la tierra.

Dispuestos a morir por sus bosques. La deforestación, además del brutal impacto medioambiental que implica, pone en peligro el modo de vida de la población. Algunas etnias originarias de Borneo hasta hace poco más de dos décadas habían habitado la isla sin contacto con el mundo exterior.

En el último trozo de selva virgen y, por ello, el más codiciado que queda en pie en todo Kalimantan Central, se encuentra el pueblo de Kudangan. Un centenar de familias, pertenecientes a la tribu dayak, habita el poblado. Los dayak pueblan los últimos reductos de selva que se conservan en Borneo. Son los dueños legítimos de la isla y, aunque hace tiempo que dejaron de coleccionar las cabezas de sus enemigos, están dispuestos a luchar por una tierra que les pertenece y es además su único medio de subsistencia. La tierra es sagrada para los dayak y la naturaleza, un regalo de dios. «El bosque es nuestra vida», explica Kara, periodista de 30 años que pertenece a la tribu dayak tomun. «De este bosque sacamos todo lo que podemos necesitar para la supervivencia», defiende. El joven relata angustiado cómo las empresas que gestionan las plantaciones de palma han comenzado a destruir sus bosques. Kara y su pueblo tratan de agotar todas las vías legales para luchar contra quienes define como sus «enemigos». Pero si nada funciona, advierte, «será la guerra». «Estamos dispuestos a morir para defender nuestros cotos de caza», sentencia.

La esperanza de un cambio. Aún hay esperanza en Borneo. Aún hay una posibilidad de restaurar, al menos en parte, el bosque y la selva indonesias. «Todo depende de nosotros, solo necesitamos la voluntad de comenzar», declara Basuki, quien considera necesaria una acción colectiva para lograrlo. Kara cree en el apoyo de la comunidad internacional y confía en que les ayuden de cualquier modo, «legal o no», a salvar su bosque. También Basuki, para quien el apoyo internacional es clave: «Siempre he creído que una comunidad tiene un gran poder, un poder que puede traer cambios». Basuki habla de gobiernos que se ponen del otro lado, que hacen «lo correcto». Basuki habla de un movimiento basado en la voluntad y la decisión de restaurar los bosques y las selvas de Borneo. Basuki habla de personas que se preocupan por la naturaleza, la protección de la vida salvaje y los derechos humanos. E insiste, como si fuera necesario recordarlo a veces, en que al final, todos vivimos en el mismo planeta.