IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

Cuando todo el mundo sabía cómo hacer una casa

Todo el mundo sabía cómo hacer una casa, una ventana o un banco del modo correcto. Cada edificio era un miembro más de una familia y, sin embargo, único. Incluso habiendo cientos de granjas en un valle de los Alpes, cada una de ellas es bella y especial para el lugar donde acontece. Cada habitación es un poquito distinta según las vistas de que disponga».

El que escribe es Christopher Alexander, arquitecto, matemático, constructor y filósofo inglés, de origen austríaco y primer doctorado en arquitectura por la Universidad de Harvard. Alexander representa un curioso caso en la arquitectura, siendo considerado un outsider por su discurso contrario al imaginario de «arquitecto todopoderoso» que proclamó la Modernidad de principios del siglo XX. En ese párrafo viene a narrar, de modo sintético, cómo se ha perdido un modo de construcción fruto de una inteligencia colectiva, que no necesita arquitectos y que además deriva en una construcción bella bajo el punto de vista de hoy en día.

Esa animadversión hacia las vacas sagradas de la disciplina, junto con el hecho de que su carrera ha consistido, fundamentalmente, en enseñar arquitectura en la Universidad de Berkeley, ha hecho que Alexander pase desapercibido para la mayoría de público no especializado, entre los que incluyo la gran mayoría de los arquitectos. Sus dos libros principales, “A Pattern Language” (Un lenguaje de patrones, 1977) y “The Timeles Way of Building” (El modo eterno de construcción, 1979), marcaban las bases de un sistema de diseño en el que el arquitecto se convertía en un mero facilitador, dejando al usuario la potestad de diseñar a su antojo siguiendo una serie de instrucciones o patrones mediante los cuales llegar a un espacio de calidad. Esos patrones vienen descritos a modo de recetario, con lenguaje sencillo e incluso algún cálculo técnico simple, como para que todo el mundo lo entienda. Para ejemplo, un botón: en el patrón número 185, titulado “Sitting Circle” (Círculo para sentarse), enuncia el problema de los espacios domésticos con sillas, sofás o butacas, donde, sin embargo, no parece querer sentarse nadie. Alexander recomienda, primero, disponer los muebles en semicírculo; segundo, sacarlos de la zona de paso; y tercero, colocar alguna silla de más. De ese modo, se conseguirá «concentrar y liberar energía».

Dejando a un lado el lenguaje hippie –recordemos que el libro de donde se extraen estas frases, “A Pattern Language”, se escribe en los coletazos de la California hippie–, Alexander representa en Estados Unidos lo que Giancarlo de Carlo en Italia, Jan Gehl en Dinamarca o Lucien Kroll en el Estado francés. La nueva generación de arquitectos, nacidos ya con el Movimiento Moderno plantando bloques de vidrio por toda la ciudad, sentían que ese estilo despegado de las raíces de la tierra hacía más mal que bien.

El modo de construcción eterno de Alexander. De un modo análogo a lo que le ocurriera a Kroll con la Facultad de Medicina, la primera puesta en escena de las teorías de Alexander vino de la mano de los alumnos de la Universidad de Oregón. Soliviantada por una situación política turbulenta, la Administración de la Universidad acudió a Berkeley en busca de asesoramiento. Alexander puso en funcionamiento un sistema participativo y democrático de toma de decisiones para dotar al campus de «armonía». Se abandonó la figura del Master Plan para conseguir un diseño más personalizado, con edificios más pequeños y adaptados a las necesidades de cada departamento.

Básicamente el funcionamiento en la universidad dependía de librarse de la figura del Master Plan –documento que dibuja con precisión el futuro de una zona– y buscar una negociación constante entre los usuarios. Cada departamento universitario pedía lo suyo y se le daba dentro de las posibilidades, haciendo que la escala fuera siempre pequeña; es decir, sin grandes gestos ni hipotecas a futuro. De ese modo, al no haber un elemento o plan central que lo regulara, se podía fallar, pero el fallo sería pequeño y solo se necesitaría un ajuste posterior para enmendarlo.

Alexander ideó un sistema tan potente de creación de patrones que fue aprovechado y estudiado en profundidad por la ingeniería de software, y aplicó sus teorías de modo práctico, abriendo un estudio y una constructora en California y Reino Unido. Aunque de obra escasa, siendo la Universidad de Oregón y la escuela Eishin de la ciudad japonesa de Iruma sus edificios más destacados, la base teórica de este arquitecto lo hace muy interesante para este tiempo en el que los procesos participativos abundan, aunque sin un método ordenado ni homogéneo.