IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Actitudes y compañías

Hay muchos valores y actitudes que nos gustaría transmitir a las siguientes generaciones. Todos ellos han demostrado su valía en algún modo a lo largo de la Historia, y de nuestra historia particular, así que estamos dispuestos a pasarlos a quien viene detrás con la esperanza de que les sean útiles a ellos también.

Quizá haya algunos más universales que otros, más compartidos, pero es en nuestra experiencia vivida en la que hacemos una especie de selección más o menos inconsciente de las actitudes y, por tanto, también de los procedimientos que van a ser útiles en el mundo del mañana. Las actitudes influyen en las maneras de percibir, analizar y actuar ante situaciones nuevas, en algo así como una predisposición a reaccionar a determinadas facetas de la realidad que de por sí es poliédrica cuando se nos presenta.

Y hay que elegir en qué aspecto de esa realidad centramos nuestra atención para destilar lo importante y reaccionar a ello pero quizá ésa sea la pregunta más complicada de responder: ¿qué es lo importante? A medida que pasan los años vamos construyendo una selección de valores y actitudes a base de transmisión, de constatación, e incluso, de experimentación propia, de lo que nos servirá para conseguir aquello que queremos, protegernos, relacionarnos y disfrutar de la vida.

Sin embargo esta «elección» de a qué parte de la realidad prestar atención con mayor regularidad, implica también «elegir» qué dejar fuera –entrecomillo las palabras porque no se trata de una deliberación con lápiz y papel, aunque sí media el pensamiento–. En este sentido también esta exclusión es transmitida y apoyada desde cada cultura, social o familiar, de modo que entre unos grupos y otros también hay diferencias que pueden ser muy fundamentales al respecto de lo que es prescindible en lo que a un análisis de la realidad se refiere.

Pongamos el ejemplo de una muchacha que tiene que elegir una carrera; probablemente será bombardeada con actitudes al respecto que pugnan por prevalecer e influir determinantemente en su elección. «Lo importante es que te guste», «lo importante es que vayas a encontrar trabajo cuando termines», «lo importante es que sea una carrera con futuro», «lo importante es que te sientas realizada…», serán algunas de las frases que esta chica oirá y que tendrá que sopesar en su intento de imaginar cómo será estudiar lo que va a estudiar desde cada uno de estos prismas, como si entre ellos fueran incompatibles.

De hecho, en el planteamiento de las frases, «lo importante» excluye a otros aspectos que también lo son, al dejar en una la posibilidad de acertar. En estas frases categóricas está implícita una elección y una exclusión de criterios que reflejarán la manera de pensar de quien los defiende, y probablemente también cómo ha sido su vida.

A pesar de sonar objetivos por la firmeza de su planteamiento, no olvidemos que quien los emite es una persona y, por lo tanto, es estadísticamente improbable que «lo importante» de su visión, por muy venerable que sea, sea lo único importante. Volviendo al ejemplo, hay quien diría entonces: «bueno, si lo que compartimos es subjetivo, pues que esa muchacha elija lo que quiera sin influencia externa». Y es entonces cuando surge otra faceta de este mismo poliedro y es que, para elegir en momentos como los del ejemplo, también necesitamos la compañía de quien ha pasado antes por un sitio similar.

La compañía puede no ser resolutiva por sí misma, es personal, intersubjetiva y relativa a las circunstancias del otro, pero se siente como una verdad física que mitiga uno de los riesgos ante momentos importantes de elección: la soledad. Y elegir solos o acompañados es una enorme diferencia, más allá de la actitud «correcta».