IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Respeta mi cojera

En las diferentes etapas de la vida, mientras avanzamos a través de la maduración hacia el siguiente estadio y nos movemos metafóricamente hacia el desarrollo de nuevas capacidades y de la autonomía personal, a menudo hemos necesitado tomar la fortaleza de otros que caminen a nuestro lado. Cuando todavía no tenemos maestría en lidiar con ciertas circunstancias de la vida, recurrimos a quien sabe más, a quien ha tenido experiencias similares antes de nosotros o simplemente a quien puede asistirnos con cierta perspectiva. Y lo cierto es que con cierta frecuencia puede darse la oportunidad de adentrarnos en áreas desconocidas tanto internas como externas que requieren de compañía.

Acompañarnos en el crecimiento en cualquier área implica dos actitudes bien distintas, aunque ambas sean caras de la misma moneda: por un lado, señalarnos y hacernos conscientes de lo que nos falta para recorrer el camino, de lo que todavía se nos niega. Por otro lado la plena consciencia de que no llegamos tan fácilmente a ese estadio que anhelamos o que anticipamos; o mejor dicho, la sola conciencia de lo que nos falta no es suficiente para avanzar.

Por ejemplo, por mucho que conozcamos nuestras limitaciones con un idioma, esto no implica que vayamos a hablarlo mejor cuando lo aprendamos, de hecho, necesitamos algún estímulo diferente para lanzarnos a aprenderlo. Puede que nos sea útil sumergirnos, encerrarnos en una habitación a estudiar o tener relaciones en las que hablar ese idioma; puede que necesitemos disfrutar del proceso de descubrimiento una vez que sabemos que hay algo que descubrir. Somos muy diversos también en esto, pero es algo compartido el hecho de que necesitamos ver nuestras potencialidades a la vez que nuestras fallas para dar el primer paso hacia el riesgo de aprender –lo que implica notar que no sabemos todavía–.

Cuando nos acompañan a descubrir un estadio nuevo, esas figuras también tendrán que elegir una actitud para ir con nosotros en esa dirección. Por poner otro ejemplo, un entrenador puede posicionarse ante el sujeto al que entrena como quien tiene la experiencia y el método y por tanto también el “derecho” a subordinar a su pupilo; o puede ser hiperlaxo en sus transmisiones, de modo que quien aprende sienta el vértigo del folio de la falta de guía, bloqueándose por la multitud de opciones. En medio de estos dos extremos, toda una suerte de formas de acompañar que promueven más o menos la búsqueda de los recursos ya existentes.

Pero sea como fuere, quien está transitando de una etapa a otra necesita principalmente una cosa: respeto. Respeto por la dificultad de cambiar lo que se conoce, por la fragilidad de estar en tránsito, pero también por las herramientas que la persona tiene para esta tarea complicada. Herramientas que ha ido construyendo en sus etapas anteriores para abrirse paso por la vida y que han sido de una utilidad visible hasta llegar al lugar desde el que hoy se quiere partir hacia algo mejor.

Junto con el respeto, la persona que transita hacia un nuevo "yo" también necesita que quien le está acompañando le tome en serio. Tomar en serio implica poner a un lado la propia experiencia al escuchar, por mucho que se parezca, y no teñir el descubrimiento del otro de expresiones como «ya te decía yo...», o «si me hubieras hecho caso...». Descubrir una nueva etapa de uno mismo implica mucha vulnerabilidad y más si tratamos de vivirla intensamente. Que nos tomen en serio es algo así como nutrirnos de una declaración de intenciones: «Tú puedes». Crecer es difícil, pero la buena noticia es que alguien ya lo ha hecho antes.