Zigor Aldama
Entrevista
Anuradha Koirala

«El mal se transforma, pero no muere»

Pocas organizaciones no gubernamentales pueden enorgullecerse de haber dado nombre a una calle en la capital del país en el que fueron creadas. Maiti –“casa de la madre”, en nepalí– es una de ellas. Su sede principal está en la calle homónima, una estrecha franja de asfalto que serpentea entre pequeñas casas del extrarradio de Katmandú. Un portón de metal negro hace de frontera entre el caos y el incesante ruido de la capital nepalesa y el orden y el silencio que imperan en esta organización, que ha logrado rescatar e interceptar a 36.045 niñas y mujeres víctimas o vulnerables al tráfico de personas desde que fue fundada en 1993.

Un guarda de seguridad se cuadra en un saludo militar ante la llegada de visitantes. Es un buen reflejo de la disciplina que impera en el interior. Los sólidos edificios de ladrillo y los impolutos jardines del generoso patio al que dan forma son otro mundo. Una utopía en la que las mujeres están a salvo de todo tipo de violencia. Aquí y allá, miembros de la ONG hablan en corrillos con sus beneficiarias. Hay risas, pero también lágrimas. Son terapias de grupo que ayudan a las recién llegadas a superar el trauma psicológico por el que están pasando. En total, el centro acoge a 120 mujeres, 300 niñas y niños, y 18 seropositivos.

Todos detienen su actividad en cuanto aparece Anuradha Koirala, la mujer que ha dedicado su vida a salvar muchas otras. Para ellos es dijju Koirala, literalmente hermana mayor. «Me encanta que me llamen así porque me hace sentir que he creado una gran familia», cuenta. A sus 68 años, todavía rebosa energía. Recorre el complejo de la organización repartiendo golosinas y charlando amistosamente con quien quiera conversar. No obstante, la mayoría se acerca a ella en actitud reverencial, con las palmas de las manos unidas y una ligera inclinación de cabeza para que ella se la toque.

Es fácil trazar analogías con otras reconocidas figuras. De hecho, la devoción que sus beneficiarias profesan a Koirala resulta similar a la que se siente en la localidad india de Anantapur por el misionero catalán Vicente Ferrer, que dedicó su vida a desarrollar esa desértica región de India. Pero, sobre todo, saltan a la vista las similitudes con Teresa de Calcuta, a la que Koirala reconoce como una de sus principales fuentes de inspiración.

El retrato de la monja macedonia, santificada hace dos años por el papa Francisco y galardonada en 1979 con el Premio Nobel de la Paz, está muy presente en Maiti, donde la religión es parte importante del día a día. Eso sí, a pesar de que Koirala profesa el catolicismo, señala que en la ONG cada cual reza al dios que quiera. «La religión es parte de nuestra vida, pero no obligamos a creer en nada», apunta mientras se dirige a la sala de reuniones en la que se celebrará la entrevista.

No en vano, la pasión de Koirala por ayudar al prójimo nació a principios de la década de 1990 cuando visitaba uno de los templos hinduistas más sagrados de Katmandú, Pashupatinath. «Allí veía siempre a varias mujeres que mendigaban, aunque parecían estar perfectamente sanas. Empecé a hablar con ellas y entendí que eran víctima de diferentes tipos de violencia contra las mujeres», recuerda. «Decidí darles mil rupias a cada una para que montasen un pequeño chiringuito con el que ganarse la vida, pero les puse una condición: tenían que devolverme dos rupias al día para que pudiese ayudar a más mujeres como ellas».

 

La estrategia funcionó y las mujeres dejaron de mendigar. Pero, al cabo de un tiempo, le trasladaron la preocupación que sentían por sus hijos pequeños, sobre todo por las niñas. «Creían que eran muy vulnerables al abuso, y me pidieron que las acogiese. Así que alquilé dos habitaciones y abrí la casa de acogida. Fue muy difícil porque era profesora y no tenía dinero, pero pedí prestado entre mis conocidos. Unos amigos me dijeron que si establecía una ONG podría acceder a ayudas y donaciones, así que creé Maiti hace 25 años», explica Koirala, cuyo trabajo le ha reportado numerosos galardones. Desde el título de ‘Heroína del Año’ que le concedió la cadena estadounidense CNN en 2010, hasta el premio UNIFEM alemán o la medalla de plata Reina Sofía.

«El trabajo me desbordaba, así que poco a poco fui centrando mi interés en la violencia contra la mujer y, más concretamente, en el tráfico de mujeres. Porque aprendí que algunos pueblos de las zonas rurales se habían quedado sin niñas y adolescentes debido a la trata. De hecho, una de las primeras niñas que rescaté se llamaba Puna y había sido víctima del tráfico de personas a los 13 años. Cuatro años estuvo sufriendo tortura física y sexual, hasta que logró escapar y fue remitida a Maiti. Al final, su traficante acabó entre rejas», explica mientras se detiene en unas escaleras flanqueadas por retratos de algunas beneficiarias. «Son como mis hijas, fotografíeme junto a ellas», pide.

Maiti, que está financiada por Ayuda en Acción, no solo previene el tráfico de personas y da cobijo a sus víctimas. También pone a su disposición servicios legales que han permitido encarcelar a 1.571 traficantes y mediar en 10.665 casos de violencia machista. Y, como la educación es la base del empoderamiento, Maiti también ha escolarizado en su propia escuela a casi 1.500 niños y adolescentes. «Soy feminista y lucho contra el patriarcado en todos sus frentes», se define Koirala mientras se acomoda en una silla frente al mapa de Nepal, en el que se muestran los diferentes puntos fronterizos en los que empleadas de Maiti tratan de impedir que menores de edad sean transportadas ilegalmente a India.

Antes la gran mayoría del tráfico de personas estaba relacionada con India. ¿Cómo ha cambiado la situación en estos 25 años?

El mundo se ha transformado por completo con la globalización. Antes el problema estaba claramente focalizado en la frontera con India, que es muy compleja porque está abierta y tiene unos 1.600 kilómetros de largo. Era un negocio directo y muy claro: las niñas eran vendidas a burdeles de Mumbai y Calcuta para convertirlas en esclavas sexuales. Ahora, aunque ese tráfico fronterizo está más controlado, la trata se ha extendido hasta llegar a países tan lejanos como Tanzania, aunque la mayoría de los casos se concentran en Oriente Medio. Desde lugares peligrosos como Irak o Siria, hasta países ricos como Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí o Kuwait. Antes los traficantes embaucaban a las chicas con promesas de un trabajo en India. Ahora hacen lo mismo, pero las envían más lejos. El mal se transforma, pero no muere.

¿Les ofrecen trabajos que no existen para abusar de ellas en los países de destino?

Es complejo. Es cierto que existen esos trabajos. El problema es que muchos encierran todo tipo de abusos. Desde la explotación laboral, hasta la sexual. Curiosamente, ahora los traficantes han desarrollado una doble fuente de ingresos: primero logran que las chicas paguen por servicios de agencias que tramitan visados y permisos, y que parecen ofrecer seguridad porque están registradas con el Gobierno, y luego cobran a quienes las explotan en su destino. Ahora se las engaña dos veces, porque casi nunca se cumplen las condiciones que se prometen.

¿Para qué son contratadas esas mujeres que viajan a Oriente Medio?

Se supone que serán empleadas domésticas. El problema es que, además de realizar ese trabajo, multitud de hombres abusan de ellas aprovechándose de su vulnerabilidad. Porque a la mayoría se le confisca el pasaporte a la llegada y se le impide contactar con sus familiares o amigos. Son prisioneras en esas casas. Y las violaciones son una constante. Empieza el padre de familia, y luego sus amigos, e incluso sus hijos.

Pero no parece que Siria sea, precisamente, un país en el que ahora pueda haber mucha demanda de servicio doméstico.

Exactamente, es un país en guerra. Y, como en todos, los soldados necesitan ‘relajarse’. ¿Quién les ofrece esos servicios? Mujeres del sur de Asia que han llegado engañadas. Bangladeshíes, indias y nepalesas.

Buen reflejo de lo que cuenta Koirala es la terminal internacional del aeropuerto de Katmandú, donde existe una entrada específica para los trabajadores que cuentan con el visado especial que requiere el Gobierno para permitirles volar a diferentes destinos. Antes de acceder a la zona de facturación, hombres y mujeres muestran esa documentación que les permitirá embarcar en los numerosos vuelos que conectan Katmandú con Dubái, Doha, o Kuwait. Desafortunadamente, no se hace seguimiento de sus condiciones de trabajo.

¿Y qué sucede con China?

Allí la situación es muy diferente, porque la propia orografía –con el Himalaya de por medio– hace que sea difícil cruzar la frontera. Además, hace falta visado. No obstante, se han creado unas zonas en las que los nepaleses pueden cruzar y estar un día. El problema es que esas localidades, en Tíbet, se han convertido en zonas de ocio para camioneros en las que se controla muy poco si la gente que entra con ese permiso de un día vuelve a salir. Así que están prosperando los locales de masajes y los cabarés. De ahí hemos rescatado recientemente a dos adolescentes, de 14 y de 16 años, que fueron víctima de la trata cuando tenían solo seis años. Ahora hablan chino y no recuerdan dónde viven sus padres, así que están internadas aquí y están aprendiendo nepalí.

Analiza el tráfico internacional de mujeres, pero dentro de Nepal también existen casos de tráfico interno para la prostitución.

Es cierto. Hay mucha gente que me dice que hablo mucho de lo que sucede en otros países y muy poco del mío. Y es verdad que, aunque en Nepal no hay ‘distritos rojos’ como los de India, la insurgencia maoísta que comenzó hace más de una década propició la aparición de todo tipo de abusos. Muchos niños fueron enviados a las ciudades para protegerlos de la guerra, y allí gente con pocos escrúpulos vio dos oportunidades de negocio: primero, para utilizar a estos críos como mano de obra infantil en pequeños restaurantes y hoteles; segundo, para explotarlos sexualmente.

En el barrio turístico de Thamel se esconden numerosos de estos establecimientos. La mayoría parece un bar cualquiera, pero pequeños detalles como los colores de las luces de neón indican que no lo son. En el interior, muchos cuentan con pequeñas habitaciones para practicar sexo con prostitutas que, según Maiti, en demasiadas ocasiones ni siquiera pueden salir del burdel.

¿Qué papel juega la corrupción del Gobierno y de la Policía en esta coyuntura?

Evidentemente, muchos reciben sobornos para que miren a otro lado. Es un negocio que mueve mucho dinero y que a nadie le interesa poner fin. Además, hay mafias organizadas que explotan cabarés de baile tras los que se esconden burdeles y que incluso controlan a periodistas locales.

Sin embargo, ustedes trabajan con la Policía.

Claro. Hay entre 45.000 y 65.000 policías en Nepal. No todos son corruptos. También los hay con corazón. De hecho, tanto en el sistema judicial como en el cuerpo de policía tenemos grandes apoyos. Desafortunadamente, estimamos que todavía 12.000 personas son traficadas cada año en el país y nos enfrentamos a nuevas amenazas, como las redes sociales, que se han convertido en un nuevo canal que los traficantes explotan para engañar a las adolescentes.

En el centro de Maiti los móviles están prohibidos, el uso de Internet supervisado, y la televisión se restringe a dos horas los sábados para los internos más pequeños. Adolescentes y jóvenes pueden acceder a ella todas las tardes, pero solo un rato. Los voluntarios de la ONG hacen hincapié en que la disciplina es uno de los valores que se inculcan con más ahínco.

Después de 25 años trabajando para erradicar esta lacra, ¿no se siente frustrada?

Me alegra ver que por lo menos ahora la gente en Nepal habla de este problema, que ha existido en silencio desde hace 250 años. Creo que nuestro éxito ha sido que se debata sobre ello y que se advierta del riesgo a la población más vulnerable. Pero no le voy a negar que han sido 25 años de gran dolor, pena, y frustración. A menudo lloro por la noche porque siento que no he hecho nada. Pero luego recobro la esperanza. Creo que si unimos nuestras fuerzas y tratamos a cada niña como si fuese nuestra hija, lograremos erradicar la trata. Para mí, el mayor éxito sería tener que cerrar Maiti porque ya no es necesaria.