IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Preocuparse no lo es todo

Parte de la razón de ser de las emociones, desde un punto de vista fisiológico, es la preparación para afrontar las exigencias del entorno lo más rápidamente y de la manera más conservadora posible (aquella que asegure mejor la supervivencia), en particular las emociones como el miedo o la rabia. Esto es un hecho bien conocido y compartido en estas líneas muchas veces, pero las emociones tienen otro nivel interesante e inseparable de lo anterior en los mamíferos gregarios, y es que tienen un componente social casi tan relevante como el anterior, más físico, por llamarlo así.

Las emociones nos mueven hacia, pero también nos conectan con. Me explico: convocan a quienes observan a nuestro alrededor para que responda socialmente a lo que nuestra emoción está reclamando. Porque sí, reclamamos con lo que sentimos, por ejemplo, protección o hacer un impacto; al fin y al cabo, necesitamos compañía sí, pero una que responda. Y a pesar de que las emociones son universales, es decir, la inmensa mayoría de las personas del mundo perciben la expresión de tristeza, alegría, miedo, rabia, sorpresa y asco como tales, el tipo de respuesta tiene mucho que ver con la cultura en la que la expresión emocional tenga lugar.

Y en la nuestra, no todas las expresiones emocionales tienen el mismo reconocimiento, es decir, no todas son vistas con los mismos ojos y, por tanto, las respuestas que como grupo damos a unas y otras emociones de las personas también tienen jerarquías. Por ejemplo, en una sociedad productiva como la nuestra, no hay más que acudir a los medios para detectar que el miedo y la rabia son las más habituales, las más recurrentes y las que más nos estimulan. Solemos permitir y aceptar con más ligereza la preocupación, la manifestación, la indignación, un estado general de cierta tensión que requiere de energías y recursos mentales en general. La acción cotidiana de tratar de solucionar y gestionar la vida en términos de consecución, de crecimiento económico, de afrontamiento de dificultades... nos inclina más a estar enfadados, tensos, preocupados o ansiosos. Y curiosamente, estas sensaciones a menudo reciben una respuesta particular: un extraño reconocimiento social que da por bueno el signo de estar ocupados en algo relevante, como si la única opción emocional que valoramos como signo de resolución fuera la preocupación, muestra inequívoca de que realmente estamos tan implicados con nosotros mismos y nuestro éxito como demuestran nuestras agendas y nuestras prisas.

Sin embargo, un alto grado de preocupación no garantiza una buena resolución de una situación difícil, en particular cuando por sus circunstancias, esa situación no se va a resolver como desearíamos idealmente. Es entonces cuando quizá lo que empezamos a necesitar del entorno es que nos ayude a alimentar otras emociones, como la tristeza, por lo que no se puede cambiar o la alegría, por aquello que tenemos y que se escondía detrás de los asuntos pendientes. Ambas emociones nos ayudan a conectar con otra fase de nuestro intento de afrontamiento de la vida, con lo que nos da fuerzas y lo que ya no puede ser. Tanto la alegría como la tristeza nos dan la posibilidad de reciclar, de limpiar los desechos del esfuerzo sostenido y revisar los recursos disponibles para continuar, dar sentido a lo que venimos haciendo y, sobre todo, liberar la tensión y disfrutar. Estar contentos en momentos en los que algo nos viene preocupando y mostrarlo libremente no es una incongruencia ni una irresponsabilidad, sino la apertura a otro flujo de energía estimulante, a otro “apartado” en el que vale la pena residir, dejar descansar unos “músculos” emocionales para que otros nos lleven hacia adelante.